El fin de los espacios libres de riesgo para los negocios
La andanada trumpista contra el libre comercio debilita la reputación de la zona más solvente y segura para la inversión
Trump ha detonado con sus descomunales aranceles y la causa general abierta contra el libre comercio una bomba atómica que amenaza con licuar la solidez de la economía norteamericana como el gran y casi único espacio libre de riesgo en el mundo para los negocios y las inversiones financieras e industriales. En solo 90 días gestionados con un discurso delirante y agresivo, extravagante y cambiante, ha dejado temblando la confianza construida durante los 125 años de ejercicio de su hegemonía política mundial alrededor del brillo del dólar, la seguridad de los bonos del Tesoro, la independencia de la Reserva Federal y la libertad para emprender, innovar y crecer.
Si el 11S llevó a suelo americano el ataque terrorista que cambió para siempre los parámetros de la seguridad y la geopolítica, los mandatos de Trump, primero como simulacro y después como realidad, socavan desde dentro también para siempre la seguridad y garantía de prosperidad económica que proporcionaban los Estados Unidos de América al mundo de los negocios. La simple amenaza proteccionista del presidente contemporáneo más excéntrico de la primera potencia económica y militar del planeta, a quien sorprendentemente han llamado dos veces para liderar el país, ha proporcionado un componente arenoso a cuantos pilares sostienen la credibilidad de EE UU.
Y el sello de seguridad jurídica y solvencia que ha costado decenios construir a la sociedad americana puede costarle ahora una buena temporada recuperar. Y será la intervención precisamente del libre mercado financiero, la herramienta más poderosa que tienen las economías abiertas para influir, la que devuelva las aguas al cauce original. Pero quedará para siempre en el recuerdo colectivo como un riesgo nuevo la vulnerabilidad de lo que parecía más sólido. Ni el dólar, ni la deuda americana, ni el espacio jurídico de libertad para los negocios que siempre ha representado EE UU serán ya el indestructible refugio del capitalismo. Ya no serán espacios o activos libres de todo riesgo, compartiendo la vulnerabilidad, aunque sea en grado menor, con otras divisas, otros Tesoros y otras zonas económicas.
La reacción exagerada y desacostumbrada de la Administración norteamericana, amparada en un respaldo electoral elevado pero estimulado con las banderas y los mensajes populistas y nacionalistas impropios de una sociedad abierta, es una alerta de que la hegemonía económica de EE UU ha tocado techo y ha entrado de manera explícita en una etapa defensiva, propia de quien tiene ya una confianza limitada en sus propias fuerzas.
Se revela tanto en los mensajes económicos como en los políticos, en su relación económica con el mundo como en el papel geoestratégico de quien ha sido el rey león en los últimos 100 años. Tentaciones aislacionistas y de repliegue a las costuras de sus fronteras se manifestaron tras la Primera Guerra Mundial, y las actitudes autárquicas afloraron tras la Gran Depresión, pero unas y otras se desvanecieron. Ahora es la solitaria opinión de un presidente iluminado la que defiende devolver la economía a la noche de los tiempos y la geopolítica a la era de la descolonización, cuando más necesitan las empresas norteamericanas del espacio vital que las ha hecho hegemónicas, y cuando más necesitan las democracias europeas defenderse del neoexpansionismo ruso.
La globalización de los últimos 40 años ha sido el fenómeno económico que más riqueza ha generado y que mejor la ha repartido, sacando de la pobreza a muchos millones de personas, aunque sea a costa de que otros pocos millones hayan encajado erosión en sus rentas. Y a resultas de ello, y de dónde se ha producido una cosa y la otra, con gran explosión del crecimiento en sociedades con regímenes autoritarios y castigo en países con democracias consolidadas, ganan crédito las autocracias y terreno las actitudes iliberales en las democracias.
Enemigos geoestratégicos
Cuando llegó el fin de la historia proclamado por Fukuyama y se derrotaron los enemigos geoestratégicos se abrió la espita de la competición económica, en la que el gigante comunista asiático adoptó la fórmula mágica y algunas de las reglas de juego occidentales para tratar de demostrar, aunque solo fuese en términos económicos cuantitativos, que quien mejor gestiona el capitalismo es el comunismo. Las bienintencionadas democracias occidentales abrieron de par en par las puertas de la OMC a China, en la creencia ingenua de que respetarían las reglas de todos quienes solo estaban acostumbrados a respetar las reglas propias.
Aunque Trump no hace muchos distingos cuando arremete contra los adversarios, y mete cornadas a Europa y a sus vecinos canadienses y mexicanos en la misma embestida que a China, el gran conflicto de intereses económicos de los norteamericanos es con el gigante asiático, y en su resolución se solventará la crisis abierta con la guerra arancelaria. Pero tendrá que usar otras palancas o intensidades moderadas en aquellas para arreglar el asunto, porque las últimas semanas han demostrado que los planteamientos iniciales hacían más daño a EE UU que a los supuestos adversarios comerciales.
Los movimientos subterráneos en el mercado de deuda contra los bonos americanos encendieron la alarma más peligrosa en la economía más endeudada del mundo y pusieron a prueba el activo financiero considerado más seguro del planeta, el bono del tesoro americano emitido en dólares, el único libre de riesgo junto con el oro, como pusieron a prueba también la fortaleza del dólar, moneda en la que se refugian la mayoría de las reservas de divisas.
Pero las últimas semanas han puesto a prueba también el activo intangible libre de riesgo más valioso de EE UU, cual es la confianza en la seguridad jurídica y en la libertad que siempre ha proporcionado a los negocios y a la inversión, ya sea productiva o financiera. Los grandes gestores financieros saben que depositar sus apuestas en empresas, índices o bonos norteamericanos es siempre garantía de retornos mucho más abultados y con mayor seguridad y certeza que en cualquier otro mercado del mundo.
La cultura empresarial anglosajona proporciona dosis no comparables de libertad, seguridad jurídica, disponibilidad de recursos y agilidad en la resolución de crisis, que la convierten en el espacio más propicio para los negocios, tal como corroboran los desempeños comparados de los índices de los mercados financieros. Pero esta evidencia ha sido puesta en cuestión por el aventurerismo económico de trazo grueso de un presidente populista, que podría haber metido a la economía en recesión y que tardará en restablecerse.
Ningún otro espacio económico goza de tal reputación en el mundo, y en todos ha habido episodios críticos que han recordado qué grado de vulnerabilidad tienen; en Europa, en Asia, en Latinoamérica, y ahora aparecen las primeras alarmas en Norteamérica. Cuesta creer que vaya a convertirse China en el espacio libre de riesgo por excelencia para las inversiones por el agobiante control del gran hermano sobre las personas y la falta de libertad para crear; y cuesta creer que EE UU deje de serlo, pero siempre que sus políticos recuperen la cordura y dejen de jugar a los dados con las cosas de comer.
José Antonio Vega es periodista