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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las dos tardes de economía que le faltan a Trump

La idea de que el déficit/superávit comercial refleja la riqueza de una nación es, en palabras de Schumpeter, preanalítica, grosera, absurda y llena de errores

Fruta y verdura en una tienda de Mount Pleasant (Wisconsin, EE UU).

Las mentiras económicas del trumpismo, esas que le están llevando a una política comercial errática y perdedora, quedaron desmontadas ya por un tal Adam Smith en el siglo XVIII. La idea de que el déficit/superávit comercial refleja la riqueza de una nación, como apunta Trump, es una creencia de los llamados mercantilistas en el siglo XVI, que, por muy de sentido común que parezca es, en palabras de Schumpeter, preanalítica, grosera, absurda y llena de errores. Smith señaló que la idea de que “los dos grandes motores del enriquecimiento del país son las restricciones a la importación y el fomento de las exportaciones”, que implica un control absoluto del Estado sobre la economía, se debe a la confusión vulgar entre riqueza y dinero. El contraejemplo de una España inundada del oro procedente de las Indias y empobrecida, entre otras cosas, por la inflación a que dio lugar, puso la puntilla a esa visión.

En apenas un mes caótico de gestión trumpista se han podido demostrar sus errores básicos. La primera marcha atrás se ha producido cuando los responsables americanos se han dado cuenta de que sus aranceles comerciales perjudicaban a su posición favorable en balanza de capitales, con caídas de las Bolsas y encarecimiento del bono. Si, en los últimos años, pese a su déficit comercial, EE UU ha crecido más que Europa, en parte es porque tiene superávit en la balanza de servicios y, sobre todo, en la de capitales: los inversores extranjeros compran activos americanos (bonos, acciones, etc.) por los altos rendimientos de sus sectores de alto valor añadido y, también, porque el dólar sigue siendo la principal moneda mundial de reserva. EE UU. es prestatario del resto del mundo, pese a tener un déficit comercial, porque la economía, hoy, supera con mucho la visión comercial simple del mercantilismo.

Adam Smith dedicó su obra La riqueza de las naciones, publicada en 1776, a combatir el mercantilismo y a demostrar que la riqueza se fundamenta en tres principios: la especialización y división del trabajo, la ventaja comparativa y la competencia del libre comercio, con un Estado liberal que garantice, solo, las reglas de juego. Todo el pensamiento económico posterior ha partido de Smith, sin que, hasta la fecha, a nadie serio se le haya ocurrido regresar a las erróneas ideas mercantilistas abandonadas desde el siglo XVIII.

Con dos excepciones que han resultado desastrosas para quienes las han aplicado: la política proteccionista llamada empobrecer al vecino, impulsada tras la crisis de 1929 intentando proteger la producción y el empleo nacional mediante aranceles y que provocó el hundimiento de las economías mundiales, generando pobreza y enfado generalizado entra los afectados, lo que auspició el ascenso de los fascismos/nazismos y un fuerte nacionalismo generalizado que propició la II Guerra Mundial. La segunda excepción fue la política de sustitución de importaciones implantada en América Latina por la Cepal durante los años 60 y 70, como camino a la industrialización de la región, que fracasó y a la que puso fin la crisis de la deuda externa.

Las ideas trumpistas/mercantilistas comparten, además, otro error básico: considerar las relaciones comerciales no como beneficiosas para todos, sino de suma cero, donde uno solo gana si saquea al perdedor, como inventa Trump que venimos haciendo todos los países con USA desde hace décadas (ha repetido, incluso, el disparate infundado de que la Unión Europea se creó… ¡¡¡para perjudicar a EE UU!!!). Y, también, son de una ingenuidad pasmosa al pensar que, si tú impones aranceles unilateralmente, el resto de países no reaccionarán igual, sino que, asustados, harán cola para besarte “el culo” como solo un narcisista patológico como Trump pudo decir y creerse.

Los tres principios de Smith, desarrollados desde entonces por todo el pensamiento económico (con matices) y avalados por los mejores años de la economía mundial, los del multilateralismo, la liberalización y la globalización, con reglas e instituciones, han llevado la división y especialización del trabajo al límite, mediante el surgimiento de cadenas de suministro repartidas por varios países del mundo. Ello, a pesar de los problemas que puede generar en términos de seguridad y autonomía estratégica en un mundo donde siguen existiendo países rivales, ha hecho posible los grandes avances tecnológicos y de productividad que hemos vivido en los últimos años, incluyendo la inteligencia artificial. El entramado comercial creado, con tantos materiales y países interviniendo, por ejemplo, para fabricar un chip, o un coche, convierte en el tercer error unos aranceles generalizados como los impuestos por Trump, lo que ha obligado a otra rectificación al eliminarlos para algunos insumos intermedios imprescindibles para las empresas americanas.

EE UU es un país que consume más de lo que produce (déficit comercial) e invierte más de lo que ahorra (superávit de capitales). Y este vivir por encima de sus posibilidades con crecimiento y pleno empleo solo es posible porque es la primera potencia mundial y ha montado un sistema internacional con su moneda como principal reserva. El trumpismo tiene, pues, un diagnóstico equivocado (ya son grandes) y unas recetas letales que solo pueden debilitar y aislar al país.

La globalización neoliberal ha cometido muchos errores (véase mi libro Manifiesto por una democracia radical). Y, con su teoría de Estado mínimo, destrucción de la cohesión social, manipulación partidista de la democracia, polarización en redes sociales y cierto despotismo ilustrado, ha dejado abandonados a los damnificados por ella, sin ofrecerles apoyo, ni alternativas. Hasta que, decepcionados, han ido engrosando el voto del cabreo, el populismo: la evolución del voto popular a Trump ha sido espectacular: 63 millones en 2016; 74 en 2020 y 77 millones en 2024.

Algunos demócratas americanos empiezan a analizar por qué nada ha funcionado según lo previsto y cómo se explica que alguien como Trump, el mismo que recomendó inyectarse desinfectantes para combatir la covid, pueda ser presidente, otra vez, de la primera potencia mundial. Además de estar poniendo en jaque al propio sistema democrático y los famosos balances y contrapesos, al implantar una autocracia plebiscitaria. Sin duda, materia para pensar.

Jordi Sevilla es economista

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