La oficina de inversión familiar: ¿cómo ganar a un juego de perdedores?
Para protegernos de nosotros mismos, quizá debamos ser tan rigurosos y disciplinados como se nos invita a ser

Los mercados de acciones y bonos deberían ser nuestros socios y no nuestros adversarios”. ¿No es una afirmación tan contundente como conmovedora? Así comienza Charles D. Ellis Investment policy: how to win the loser’s game, publicado por primera vez en 1985. Y, quizá, alguna de las herramientas allí expuestas pueda ayudar a cambiar algo el enfoque con el que muchos inversores se enfrentan a sus procesos de toma de decisiones.
Y es que, para Charles D. Ellis, el trabajo del inversor no está muy relacionado con intentar adivinar el futuro, superar continuamente al mercado o perseguir la inversión ganadora. Se trata, en cambio, más de un trabajo sosegado, de reflexión sobre los objetivos (y el riesgo), y de paciencia para su consecución. Incluso, de un trabajo ordenado, documentado y, por qué no, como él mismo dice: “Defensivo”.
“El éxito en la inversión no depende de batir al mercado, e intentarlo […] distraerá al inversor de la tarea no muy complicada, aunque productiva e interesante, de diseñar un programa de inversión de largo plazo, que le llevará a los mejores resultados posibles en función de sus objetivos”. Elocuentes afirmaciones como esta convierten un simple texto en una guía hacia la racionalidad y el sentido común.
Así que los inversores institucionales (categoría en la que debieran caer las oficinas de inversión suficientemente profesionalizadas) nos llevamos deberes a casa: Charles D. Ellis nos pide que actuemos de manera responsable, como clientes proactivos bien informados (y formados, claro). O, dicho de otra forma, sin políticas de inversión consistentes con nuestros objetivos y sin procesos de supervisión de nuestros proveedores que aseguren el cumplimiento de las primeras, no iremos a ningún sitio. Así de sencillo (y, por qué no, así de aburrido).
Las caras de una misma moneda
El autor habla sobre la eficiencia del mercado, la efectividad de un horizonte temporal de largo plazo frente al corto (en términos de consecución de objetivos), la explicación de los retornos más por el lado de la beta (del riesgo de mercado asumido) que del alfa (las decisiones tácticas), la necesidad de que el riesgo esté correctamente retribuido, el peligro de las modas, la diversificación… y todo ello orquestado con base en una política de inversión escrita, Y ¿para qué? Para evitar cometer errores que nos impidan alcanzar nuestros objetivos de largo plazo.
Visto de otro modo, lo anterior consiste en no preocuparse únicamente por el retorno (sin pasar primero por el riesgo, que debiera ser la verdadera cuestión) o en no buscar genios en lugar de proveedores (evitando forzar promesas imposibles derivadas de expectativas inalcanzables). Probablemente, tan lejos de algunas creencias generalizadas como de las películas de Hollywood.
Y el autor insiste: “El principal propósito […] debiera ser el de controlar el riesgo y limitar o prevenir el número de sorpresas.” No importa el ángulo desde el que lo miremos, la idea parece clara.
El error
A mí me gusta decir que no hace falta mucho para que el error tenga un impacto notable. Y buena parte de la industria financiera procura recordarlo ocasionalmente, mostrando un cálculo clásico sobre la rentabilidad obtenida si nos hubiéramos perdido únicamente las 10 mejores sesiones bursátiles en el periodo objeto de análisis: habitualmente, entre un 30% y 50% inferior a la obtenida durante el periodo completo.
Pero es que la inversión, para Charles D. Ellis, es un juego de perdedores (pensando análogamente en el tenis o en conflictos bélicos). Si se me permite la simplificación: gana quien menos errores comete. Y el terreno de juego no es precisamente un campo de orégano.
Por eso hablamos de disciplina: de documentar los procesos de la actividad de inversión, conocer la realidad de los mercados y activos, evaluar cuantitativa y cualitativamente a nuestros proveedores o realizar un adecuado seguimiento. En definitiva, profesionalizar la gestión en nuestras oficinas familiares o, como concluye el libro que nos ha servido de excusa: “Ser un estudioso de la inversión y de los inversores [y] concentrar los estudios en la psicología humana (no solo en números), porque la mayor parte de los grandes errores son emocionales.”
Una oficina basada en reglas
Para concluir, diremos que en 2025 tenemos la fortuna de contar con muchas décadas a nuestra espalda de grandes obras literarias y trabajos académicos que lo escribieron todo. La creación de una oficina de inversión familiar, o su gestión en el día a día, pasa por una profesionalización para la que contamos con numerosos manuales de aplicación directa.
El mismo libro al que nos hemos referido aporta más detalles: habla sobre la documentación escrita necesaria, la preparación de las reuniones, las señales de alerta con proveedores que muchas veces nacen de información cualitativa, la conveniencia de relaciones longevas con aquellos o el coste de rotarlos, la dificultad de distinguir entre suerte y habilidad en la evaluación cuantitativa de la gestión o la importancia de los informes de seguimiento y la medición. Y, además, al igual que en muchas otras ocasiones, una parte relevante de todo ello gira en torno a las personas y a la psicología.
Quizá, para protegernos de nosotros mismos, debamos ser tan rigurosos y disciplinados como se nos invita a ser. Al menos, así lo creo yo. Buen viaje.
Guillermo Barandalla es CFA, consejero de CFA Society Spain y director de inversiones de Injat