El CEO perfecto ante el mayor desafío del lujo mundial: relanzar Versace
Andrea Guerra, jefe de Prada, tiene la misión de reavivar el brillo de la nueva joya del grupo
Uno no sabe en qué momento alguien decidió asentarse en lugares remotos como la ladera del Everest o el desierto del Sáhara. Seguramente estaban de paso y al final se quedaron. Algo parecido podría ocurrirle a Andrea Guerra (Milán, 59 años), actual CEO de Prada, que está de paso mientras el heredero familiar, Lorenzo Bertelli, se hace mayor. De momento, a Guerra le toca demostrar que la reciente compra de Versace por 1.250 millones de euros ha sido un acierto.
El que ya se perfila como el gran movimiento del lujo en 2025 se anunció el día 10: Versace se integrará en el Grupo Prada, donde convivirá con firmas como Miu Miu, la histórica pastelería Marchesi y el equipo de vela Luna Rossa. Hasta esa fecha, la casa italiana era propiedad de la estadounidense Capri Holdings –matriz también de Michael Kors y Jimmy Choo–. Llevaba tiempo buscando comprador, y la operación se aceleró cuando un juez frustró su fusión con Tapestry por cuestiones de competencia. Con la venta, Capri reducirá deuda y podrá centrar sus esfuerzos en relanzar su marca principal, Michael Kors. El desafío para Prada y para su CEO será relanzar el brillo de Versace, que está de capa caída en cuanto a ventas; como el sector en general, aunque Prada es una excepción, sobre todo por el espectacular rendimiento de Miu Miu.
A lo largo de más de tres décadas de carrera, este empresario se ha forjado una reputación de líder eficaz y versátil. Hijo de un destacado abogado de Roma, creció en Milán y cursó estudios secundarios en el St. George’s British International School de la capital italiana. Se licenció en 1989 en Economía y Comercio por la Universidad Sapienza de Roma, y tras finalizar sus estudios ingresó en la cadena hotelera Marriott en Italia, donde llegó a ocupar el cargo de director de marketing.
En 1994 dio un giro hacia el sector industrial al incorporarse a Merloni Elettrodomestici (actual Indesit), uno de los mayores fabricantes de electrodomésticos de Italia. Gracias a sus logros, en 2000 fue nombrado director general. Bajo su mandato, Merloni mantuvo un crecimiento sostenido, lo que le valió múltiples reconocimientos y lo llevó a figurar en 2004 en la lista de las “25 estrellas del mundo empresarial” elaborada por el Financial Times.
Ese mismo año, Guerra asumió el puesto de consejero delegado de Luxottica, líder global en el sector óptico y propietaria de marcas tan icónicas como Ray-Ban y Oakley. Durante la década en que estuvo al frente, la firma vivió una fuerte expansión internacional y triplicó sus ventas.
En paralelo, el nombre de Guerra sonó en los círculos políticos italianos. A comienzos de 2014, con la formación del Gobierno de Matteo Renzi, diversos medios especularon con su posible incorporación al Gabinete, algo que él desmintió públicamente. No obstante, en 2014 y 2015 aceptó colaborar como asesor estratégico del Ejecutivo en áreas de negocios, finanzas e industria.
Tras abandonar Luxottica, en 2015 se convirtió en presidente ejecutivo de Eataly, reconocida cadena italiana de mercados gourmet. En 2020 dio el salto al conglomerado francés LVMH (Moët Hennessy Louis Vuitton), donde ejerció como consejero delegado de la división de hospitalidad hasta mayo de 2022, momento en el que se anunció su llegada a Prada.
Alejado de los focos mediáticos, Guerra mantiene un perfil discreto en lo personal. Reside en Milán con su esposa y sus tres hijos, y ha optado por la educación pública para ellos, a pesar de haber cursado él mismo sus estudios en un colegio británico privado. Además de sus responsabilidades directivas, participa en numerosos consejos de administración y proyectos con impacto social.
Bajo la dirección de Guerra, Prada ha continuado su expansión con la apertura de nuevas tiendas insignia y la organización de desfiles de alto impacto visual, afianzando su posición en un mercado del lujo marcado por la desaceleración y la incertidumbre económica mundial. Varios factores influyen en este escenario, como la ralentización de la demanda en China y la imposición de nuevos aranceles por parte del Gobierno de Estados Unidos.
Prada y Versace encarnan dos visiones muy distintas del lujo italiano. La comprada construyó su identidad celebrando el exceso: una moda vibrante, provocadora, marcada por la sensualidad, el culto al cuerpo, una tensión entre lo llamativo y lo sofisticado. La compradora, en cambio, se ha distinguido por una propuesta más introspectiva e intelectual, centrada en el análisis de la feminidad, la estética de lo imperfecto y una actitud crítica frente a los cánones tradicionales de belleza. Guerra señala que la operación supone sumar una “nueva dimensión” al conglomerado, distinta pero coherente con su filosofía. Reconoce que Versace tiene un gran potencial, aunque también advierte de que la transformación de la marca requerirá tiempo y trabajo sostenido.
Al timón de Prada, el directivo se ha afianzado como una figura imprescindible en el panorama empresarial italiano: un gestor estratégico y sosegado, ideal para pilotar la transición mientras se hacen mayores los herederos. Claro que, a veces, ese relevo generacional nunca termina de llegar.
Nadador de lujo
Guerra practicó natación competitiva durante su juventud. Algunos medios han mencionado que fue campeón europeo en estilo libre. Declara que su experiencia en este deporte le inculcó valores como la disciplina, la constancia y la orientación a los resultados.
Sobre la firma
