Las claves: la productividad a veces depende más del fisco que de tener fruta en la oficina
Por lo que sea, los trabajadores de multinacionales afincados en Luxemburgo, Malta e Irlanda son más productivos


Resulta que, por lo que sea, los trabajadores de multinacionales afincados en Luxemburgo, Malta e Irlanda son más productivos. Quizá tenga que ver con sus amplias áreas verdes, o con sus zonas montañosas o las playas de la isla mediterránea. O, tal vez, con la calidad de su gastronomía –en el pequeño Gran Ducado, más en aquella influenciada por la de su vecino francés, que la marcada por la cultura alemana–. O es que acaso en estos países tratan mejor a sus trabajadores, poniéndoles fruta gratis en la oficina. También ayuda, para qué mentirnos, que los tres países tengan un régimen fiscal extremadamente generoso con las empresas.
Es este otro ejemplo de cómo las métricas económicas se ven condicionadas por tantos matices y aristas que cuesta confiar en ellas. Al menos completamente. La productividad, en este caso, ya no viene a señalar la capacidad del trabajador y su empresa de crear valor (a ser posible, en el menor tiempo posible), sino básicamente dónde se sitúan sus sedes y sus lugares de trabajo. Para eso no hace falta que los think tanks se preocupen en hacer sesudos estudios. Ya tenemos Google Maps.
Grifols se abona a la inestabilidad
Las subidas y bajadas de Grifols, al ritmo de acusaciones externas, esperanzas y decepciones de opas y, por supuesto, la salud de su negocio, tienen a su capital revuelto. Ahora que Brookfield parece querer subir su apuesta por la compañía catalana de hemoderivados, sus accionistas van tomando posiciones por si, esta vez, la oferta está a la altura. No sería de extrañar que este fuese el último capítulo del culebrón Grifols, que lleva en antena desde la pandemia, pero que debe tener a sus responsables bastante cansados. “Debí haber opositado a Hacienda”, seguro que piensa alguno.
Hasta en la disminución del negocio ajeno hay negocio por hacer
Una ventaja que tiene la abogacía como negocio, es que cuando las cosas van bien, hay trabajo; y cuando no, también. La principal diferencia es que uno es más engorroso que otro. El desafío arancelario lanzado por Estados Unidos al mundo, por ejemplo, ha llenado las bandejas del correo electrónico de multitud de letrados con consultas de sus clientes sobre cómo pueden afectarles los aranceles o qué pueden hacer con sus contratos ya firmados o sus contenedores que atraviesan el Atlántico mientras el presidente dice y desdice. El problema que se plantea a estos es que, aunque pueda suponer trabajo, es uno difícil: el mayor enemigo del jurista es la inseguridad jurídica. Y Donald Trump la trae a raudales.
La frase
La incertidumbre y la ansiedad sobre el futuro de los mercados y la economía están dominando las conversaciones con los clientesLarry Flink, CEO de BlackRock
Una práctica normal que causó sorpresa en su momento
En 1994, el periodista británico Mark Simons, acuñó el término metrosexual, que se refería a aquellos tipos heterosexuales que se cuidaban, amaban ir de compras y eran capaces de mostrar admiración por la belleza de otros hombres. A España llegó algo más tarde, pero experimentó un bum notable con el fichaje por el Real Madrid del gran icono de este concepto: David Beckham. Mucho ha llovido desde entonces, y para bien, y ahora no sorprende tanto que un hombre se compre una crema para cuidar su cutis, o un acondicionador para su cabello. Ahora, de hecho, ni se señala su condición sexual como un factor sorprendente de este tipo de actitudes. En estos tiempos propicios para los agoreros, consuela pensar que en algo hemos mejorado.