Las claves: la guerra total de Trump es una forma muy arriesgada de abordar males enquistados
Puede que el presidente de EE UU sea el único que se ha atrevido a operar, aunque sea un matasanos sin licencia


Se suele comparar a Donald Trump con Hitler, de forma exagerada, pero en algo sí se parecen: en lanzar una guerra total contra el resto del mundo. La diferencia –no baladí– es que la de la Casa Blanca es comercial, pero hay motivos para pensar que el resultado sea catastrófico en general, y para su artífice en particular. Con todo, Trump ha sintonizado con el malestar de muchos estadounidenses y ciudadanos de otros países, que durante años han criticado la globalización por empeorar las condiciones de algunos empleos (esos mismos ciudadanos no protestan tanto cuando compran bienes mucho más baratos, todo hay que decirlo). La apuesta de Trump será inevitablemente inflacionaria, que es una forma drástica de combatir la deuda pública, a base de que el dinero circule a nivel doméstico. Producirá también un descenso del consumo, algo que debería alegrar a los decrecentistas y a los ecologistas. Y la inflación da la oportunidad de reajustar la distribución de los ingresos en la población, quizá en beneficio de los resentidos jóvenes. Puede que Trump sea el único que se ha atrevido a operar, aunque sea un matasanos sin licencia (como Nick Riviera, de Los Simpson).
El euro digital no se puede llevar en el bolso en caso de emergencia
La comisaria europea de Cooperación Internacional y Desarrollo, Hadja Lahbib, recomienda en su conocido vídeo para caso de guerra llevar en el bolso dinero en efectivo, por si el plástico de repente se vuelve inútil: un comentario que quizá no haya hecho mucha gracia a los bancos. Este ludismo monetario choca un poco con el proyecto del euro digital, que, eso sí, tiene sentido como forma de evitar el oligopolio de los sistemas de pago estadounidenses o las stablecoins basadas en el dólar. En caso de guerra, en todo caso, hasta los billetes de uso legal pueden convertirse en papel mojado. Así que quizá sea más práctico tener un corral de gallinas.
El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad
Fedea, en la línea de lo ya adelantado por la autoridad fiscal (Airef), dice que el Ejecutivo está pecando de optimismo con la sostenibilidad del sistema de pensiones. Año tras año, el gasto sobre PIB va subiendo, y las cotizaciones no acaban de ser suficientes para compensarlo, lo que obliga al Estado a hacer transferencias para sostener el sistema. Y un rápido vistazo a la pirámide demográfica es suficiente como para estar preocupados. Decía Antonio Gramsci que frente al pesimismo de la inteligencia hay que imponer el optimismo de la voluntad. El problema es que en finanzas, uno puede ser todo lo optimista que quiera, pero si los números no cuadran, no hay remedio. Por mucha voluntad que uno le ponga.
La frase
Estados Unidos está en una posición de debilidad, las declaraciones de Elon Musk [pidiendo un acuerdo de libre comercio] lo muestranRobert Habeck, vicecanciller y ministro de Economía en funciones de Alemania
La sobremesa, la siesta y otras polémicas y saludables costumbres
En lo peor de la crisis financiera, se acusó a los europeos del sur –denominados de forma despectiva como PIGS– de trabajar poco y dormir y comer mucho mientras los serios europeos del norte nos sacaban las castañas del fuego. Paradójicamente, al otro lado del charco tienen una visión parecida de los europeos, en general, y les cuesta entender cómo en pleno agosto sus correos son respondidos con un “estoy fuera de la oficina”. Otra cuestión que suele sorprender a los estadounidenses es que las comidas en el Mediterráneo empiezan tarde y acaban muy, muy tarde. Lo que se conoce como sobremesa. Son cuestiones culturales que participan en ese concepto tan difícil que es la felicidad, y que pueden molestar en otras culturas, pero más por envidia que por otra cosa.