A Trump solo le falta amenazar con el apocalipsis del ‘default’
La herramienta más fiable para depreciar el dólar y aliviar su saldo comercial es reducir la inmensa deuda y su factura

La economía estadounidense está ebria de éxito y tras haber dispuesto de la mayoría de las virtudes durante décadas ha terminado por acaparar también algunos de los mayores vicios. De ser el espacio de más activa innovación y generación de riqueza del planeta y ejercer el liderazgo político y militar, ha devenido en arrastrar el mayor desequilibrio comercial del mundo y la bola más grande jamás sospechada de deuda fiscal. Y es precisamente su descomunal pasivo público y su coste, junto con otras virtudes que adornan a su divisa, el que impide una solución natural al desequilibrio comercial que Trump utiliza como ariete de populismo político, y que amenaza con poner patas arriba los flujos comerciales y la inversión en el mundo, y que se saldará con una inevitable contracción económica.
Las dimensiones de la avería no son fáciles de calcular y habrá que esperar unos cuantos meses para verlo, un periodo en el que los actores económicos mundiales ajustarán su posición para encajar el menor daño posible. Pero es de la primera lección de primero de economía que los aranceles y sus réplicas son impuestos sobre la adquisición de bienes y servicios que elevan los precios, reducen el volumen de compras, provocan una subida de los tipos de interés para maniatar de nuevo la inflación, y la cadena sigue con una reducción del crédito y la inversión, y sus consecuencias sobre el crecimiento, el empleo y la renta de los particulares. Una recesión en toda regla, vaya.
Trump ha pasado de las decisiones selectivas de su primer mandato para tratar de rescatar a los colectivos industriales más dañados por las importaciones, sobre todo las procedentes de Asia, a una causa general contra el libre comercio mundial, pues considera que el mundo está lleno de aprovechados que medran a costa de los Estados Unidos de América. Ha pasado de combatir la globalización con operaciones de cirugía local, a desatar la guerra contra el fenómeno económico que más riqueza ha generado en el mundo y que mejor la ha repartido desde que el trueque alumbrase el libre comercio.
El dinamismo, la condición abierta y el nivel de internacionalización de la economía estadounidense se saldó en 2024 con un déficit comercial de 1,21 billones de dólares (1,12 billones de euros), tras comprar en el exterior por valor de 3,29 billones de dólares (3,05 billones de euros, dos veces el PIB español), y cubrir con ventas al exterior únicamente 2,08 billones de dólares (1,93 billones de euros). Un déficit comercial récord, que ha comenzado el año 2025 con incrementos muy fuertes por el acaparamiento que las empresas estadounidenses están haciendo de inputs para sus procesos productivos antes de que los aranceles de este mes los encarezcan.
Tiene un déficit de 273.000 millones de euros con China, de 198.000 con la Unión Europea, de 160.000 millones con México y de 150.000 millones con Canadá, además de volúmenes muy elevados con una serie de países manufactureros asiáticos, que están también ante la proa de la Casa Blanca.
Dado que el mercado abierto y libre es la manera más eficiente de asignar los recursos y determinar qué grado de competitividad tienen las distintas economías, y quién se ajusta más al principio de especialización manufacturera, en un mundo engrasado por la libre fluctuación de las distintas divisas, es el mercado también quien determina la posición de cada economía y sus correctas balanzas comercial y por cuenta corriente.
Pero en el caso de Estados Unidos y su dólar juegan unas cuantas variables más que influyen en las dinámicas del mercado, y que, si fuesen modificadas, rectificarían a su vez los saldos comerciales. La fórmula natural para mejorar la competitividad de los bienes y servicios de una economía es abaratar sus costes, y la más directa, depreciar la moneda que marca sus precios. Las fuerzas del mercado son poderosas herramientas para fijar el precio de las divisas, pero los gobiernos, y más los verdaderamente poderosos, tienen mecanismos no menos poderosos para bajarle la temperatura a la cotización de sus monedas.
Y en el caso de Estados Unidos, en uno de sus principales problemas tiene una de sus principales soluciones. La descomunal deuda fiscal que tiene emitida el Tesoro estadounidense, que tiene una factura anual que se acerca ya al billón de dólares (un capítulo de gasto superior ya al de defensa), funciona como resorte que mantiene elevados los tipos de interés y como pegajosa atracción de recursos privados internos y externos que revalorizan su moneda, y restan posibilidades a la inversión alternativa.
Además, el dólar, sobre cuya condición de divisa fuerte los estadounidenses anclan parte de su nacionalismo político y económico, funciona como el principal polo de nominación de reservas en el mundo (el 60% de las reservas internacionales está en dólares), protagoniza la mayoría de las transacciones internacionales y la deuda emitida en dólares es el principal colateral en las operaciones financieras. Condiciones todas ellas que refuerzan su acaparamiento y revalorización, y que neutralizan los intentos de depreciación.
Los asesores comerciales de Trump manejan cifras muy elevadas de los ingresos que puede generar la batería de aranceles, de hasta 600.000 millones de dólares, que son un impuesto con el que sufragar una parte muy jugosa de la factura financiera. Evidentemente, buscan fórmulas que alivien la carga de intereses, entre las que se encuentran también la presión a sus socios de la OTAN para soportar más financiación de la defensa, y el programa DOGE que lidera Elon Musk para aliviar la estructura estatal.
Pero la más sencilla sería un plan agresivo para reducir el recurrente déficit fiscal y la acumulación de deuda pública, cuyos topes se descosen y tienen que revisar cada poco tiempo. La deuda pública estadounidense supera los 36 billones de dólares (33,5 billones de euros), la mayor cantidad per cápita del mundo con más de 91.000 euros, y supone el 122% del PIB, una ratio que supera en 2,5 veces la media de los países que tienen calificación Triple A. Pero subirá hasta sobrepasar el 140% del PIB, si las estimaciones de la Oficina Presupuestaria de la Casa Blanca se ciñen a la realidad: prevé déficits fiscales recurrentes del 6% hasta 2034.
Un programa de ajuste fiscal creíble aliviaría la presión sobre la deuda, bajaría los tipos de interés y aflojaría la presión sobre el precio del dólar, para disponer de la herramienta más activa entre la oferta y la demanda en el mercado internacional: el precio. Pero Donald Trump solo busca margen para la vasta rebaja de impuestos a los nativos que tanto desea, ahondando seguramente en el endeudamiento que atrapa a la administración estadounidense. Y de su carácter arrojado puede esperarse cualquier cosa: solo le falta amenazar con el default, con el apocalipsis financiero.
José Antonio Vega es periodista.