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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trump inicia una guerra comercial sin pensar en el agroalimentario de su país

La posibilidad cierta de que la UE aplique fuertes retorsiones a producciones icónicas como la soja va por el camino acertado

Barco portacontenedores en el puerto de Oakland (California, EE UU).

Aunque el 2 de abril sea recordado por el presidente Trump como “El Día de la Liberación” la realidad es que, a la vista de las primeras reacciones de los Estados o regiones económicas afectadas por la histórica subida de aranceles, se podría denominar más como “El Día del Desastre”. También para el sector agroalimentario norteamericano.

Este era el tercer paquete proteccionista anunciado después del acero y el aluminio y los coches. Los mal denominados aranceles recíprocos suponen un 20% lineal a todas las exportaciones de la UE, de modo que las primeras estimaciones de la Comisión Europea ya cifran en 360.000 millones de euros el impacto global que tendrán nuestras ventas a Estados Unidos.

El comercio agroalimentario, como era de prever, no es ajeno a la apertura de esta guerra comercial y, aunque no se mencionan producciones concretas, sí se puede avanzar en un primer análisis de consecuencias, sobre todo por los antecedentes.

Durante la primera presidencia de Donald Trump (2017-2021), Estados Unidos implementó una política comercial proteccionista que incluyó la imposición de aranceles a diversos productos europeos. En octubre de 2019, la Administración Trump impuso aranceles por un valor de 7.500 millones de dólares a productos europeos por el conflicto entre Airbus y Boeing, según la Organización Mundial del Comercio (OMC). Entre los sectores más afectados estuvo el agroalimentario, particularmente en España, Francia, Italia y Alemania, países con una fuerte presencia en la exportación de productos como el vino, el aceite de oliva, los quesos y la carne de cerdo.

Los aranceles impuestos por EE UU se concentraron en productos icónicos de la gastronomía europea, con tasas que oscilaron entre el 10% y el 25%. Entre los más afectados se encontraron el aceite de oliva, u España, el mayor productor mundial, sufrió especialmente, ya que el 95% de sus exportaciones de aceite de oliva a EE UU fueron gravadas con un 25% de arancel.

En el vino, Francia, Italia, España y Alemania vieron cómo sus exportaciones se encarecían en el mercado estadounidense, afectando a un sector clave para la economía europea. Productos como el español queso manchego, el francés roquefort y el italiano parmesano fueron también golpeados con aranceles del 25%, reduciendo su competitividad frente a productos locales o de otros mercados. También sufrió la carne de cerdo, pero en menor medida, gracias a la creciente demanda china de este producto.

Los aranceles impusieron un sobrecoste que redujo la competitividad de los productos españoles en EE UU, el principal mercado español fuera de la UE. Según datos del Ministerio de Agricultura, las exportaciones de aceite de oliva español a Estados Unidos cayeron más de un 60% en volumen tras la imposición de los aranceles. Lo mismo ocurrió con el vino, cuya demanda disminuyó significativamente, obligando a los productores a buscar mercados alternativos.

Se estima que el impacto global de estos aranceles en el agroalimentario español superó los 1.000 millones de euros en pérdidas. Además, muchas pequeñas y medianas empresas sufrieron particularmente, ya que no tenían la capacidad financiera para absorber el incremento de costes o redirigir sus exportaciones a otros mercados.

Ante la crisis, muchas empresas españolas y europeas buscaron alternativas para minimizar el impacto. Entre las diversas estrategias que se ensayaron estuvo una diversificación de mercados con exportaciones preferentes a Asia y América Latina, o el aumento de la venta a granel, como en el caso del aceite de oliva, al optar muchas empresas por exportarlo no embotellado para reducir costes y evitando en parte el arancel, y, finalmente, otras compañías absorbieron parte del coste de los aranceles para mantener su presencia en el mercado estadounidense, aunque con márgenes de beneficio reducidos.

Tras la llegada de Joe Biden a la presidencia en 2021, las tensiones comerciales entre EE UU y la UE disminuyeron. En marzo de 2021, ambas partes acordaron suspender los aranceles relacionados con la disputa Airbus-Boeing durante cuatro meses, y en junio de ese mismo año se anunció una suspensión indefinida de los aranceles que ahora Trump recupera aumentando la dosis y generalizándolo a todos los países donde mantiene déficits comerciales.

Aquella crisis dejó una lección importante para el sector agroalimentario español y europeo: la necesidad de diversificar mercados y reducir la dependencia de EE UU como socio comercial clave. Además, se reforzó la importancia de la diplomacia comercial y la búsqueda de acuerdos multilaterales que protejan a los productores frente a futuras disputas comerciales, que en la actualidad se vuelven a intensificar por parte de la Administración norteamericana.

Sabemos, pues, los efectos devastadores que puede provocar una escalada en la guerra comercial iniciada por la Administración trumpista y es, por tanto, acertada la posición europea de buscar antes el entendimiento que la confrontación. La anticipación de proteger, ante estas amenazas, a los productores y las empresas agroalimentarias anunciada por el presidente del Gobierno y la posibilidad cierta de aplicar fuertes retorsiones a producciones icónicas del sector agrario norteamericano, como la soja y el bourbon, van por el camino acertado.

Mirando las consecuencias sobre el mercado norteamericano, el Gobierno Trump tendrá que gestionar el evidente descontento de la American Soybean Association y el US Soybean Export Council por lo que se le puede venir encima si la UE sube los aranceles a la haba de soja.

También ellos sufrieron con sus exportaciones a China, como primer importador mundial, en la primera crisis, que desvió sus peticiones a Brasil, que es en la actualidad el primer productor y exportador mundial de soja. Dichas asociaciones ya han adelantado que en este caso las consecuencias serán mucho más graves que entonces. Añadan que los principales estados que producen soja son votantes muy mayoritarios de Trump y comprenderán que están todavía por verse los efectos políticos en el pueblo rural americano del Desastre que quiere imponer un presidente de extrema derecha.

Fernando Moraleda es director de la oficina alimentaria de LLYC

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