Las claves: cómo hacer América pequeña otra vez
Trump logra que su país esté más aislado, y que vaya en contra de su propio eslogan


Y llegaron los aranceles. Y la Bolsa se hundió. Los mercados que acogieron con euforia –en estos tiempos, la venden barata– el retorno de Donald Trump a la presidencia han recibido con horror y caídas la imposición de tasas de dobles dígitos a amigos (Canadá y México) y enemigos (China) comerciales. Estas, resaltan incluso desde la propia Reserva Federal, apuntan a debilitar la economía estadounidense, pero no parece que al presidente le importe en exceso. Trump sigue así su propia agenda, esa dibujada para satisfacer las pulsiones de sus votantes del cinturón de óxido, la deprimida zona industrial estadounidense, y a sus ganaderos y agricultores. Los que lo auparon al poder, al fin y al cabo. A los que no debe tener muy contentos es a los moradores de las plantas nobles de Wall Street. Nada que le quite el sueño al huésped de la Casa Blanca, que nunca se sintió especialmente acogido por las élites de Manhattan. Poco a poco, medida a medida, el presidente estadounidense logra que su país esté más aislado y, en contra de su propio eslogan, sea más pequeño. Y todo ello en solo dos meses.
Un precario refugio contra la inflación y la volatilidad
En la intemperie, expuestos a las inclemencias de la inflación, se pasa mal. Por eso los inversores, grandes y pequeños, buscan refugio de esa termita que se come poco a pocos los ahorros. Y a pesar de que los tipos van a la baja –no es descartable de que más lento de lo esperado, vistas las ansias inflacionarias estadounidenses con sus aranceles – las letras del Tesoro siguen teniendo tirón. La cuestión es que cuando brilla el sol y los mercados sonríen, la Bolsa es un buen lugar. Pero, como en estos tiempos, de eso a caer chuzos de punta solo hay un paso, mejor refugiarse en la cueva de la deuda pública. Aunque haga frío.
La fiesta que no acaba: a los Gobiernos siempre les viene mal reducir el déficit
A los Gobiernos siempre les viene mal reducir el déficit. Cuando no es una pandemia, es una guerra, o una crisis energética, o alguna combinación de varias. Y, mientras, la población se empeña en vivir más tiempo y envejecer, mientras la natalidad se estanca en cada vez más países (no es que haya mucho más espacio en el planeta para más gente, aunque en Soria no opinarán lo mismo). Así que la solución para pagar los gastos es emitir más deuda. Es verdad que, gracias a la denostada inflación, la ratio de endeudamiento de países como España se está reduciendo, pero aun así sigue en niveles estratosféricos. Incluso Alemania está cansada de ser la sosa de la fiesta y darse un lingotazo de deuda. El último, que apague la luz.
La frase del día
“El Gobierno de Michel Barnier propuso una idea que nos parece interesante: una contribución diferencial para los ingresos altos, que luche contra la sobreoptimización fiscal. Pero no se debe confundir a las empresas con sus propietarios. Las empresas ya están participando en el esfuerzo”
Eric Lombard, ministro de Economía
El que tropieza y no cae, adelanta terreno; lo malo es cuando nos quedamos ahí
Explica el médico y bioquímico Charles Serhan que el problema no es que el cuerpo se inflame, sino que no se desinflame en los plazos adecuados. La inflamación cumple, en un cuerpo sano, una función curativa: por ejemplo, para luchar contra una astilla que se ha clavado, y expulsarla. Dice Serhan que su objetivo es crear fármacos que desbloqueen ese proceso, en lugar de bloquear la inflamación en sí, que es lo que hacen los que se usan ahora. En ausencia de ellos, recomienda comer pescados ricos en omega 3, o suplementos alimentarios si la inflamación ya es crónica. La tesis de Serhan puede trasladarse a la vida en general: el problema no es enfrentarse a obstáculos, puesto que hacen aprender y fortalecen el cuerpo y el alma, sino quedarse atascado en ellos.