Europa tiene que darle otra vez con fuerza a la manivela de la deuda
Debe doblar el gasto en defensa y afrontar una inversión ingente para aguantar el ritmo tecnológico e industrial
Europeos, el mundo ha cambiado. En la economía y los negocios el mundo cambió con la llegada de internet y la explosión de la inteligencia artificial y el descubrimiento de sus potenciales aplicaciones en todos los procesos industriales, que la ha convertido en la auténtica revolución de este siglo, con impactos en la vida de la gente todavía de complicada medición. Mientras Estados Unidos concentra grandes esfuerzos técnicos y financieros en el desarrollo del invento, al que China sigue de cerca, Europa está fuera de juego. Y ha cambiado en materia de defensa estratégica con la vuelta rusa a las sempiternas andadas expansionistas, la ocupación en 2014 de la península de Crimea, y la ulterior invasión de la parte oriental de Ucrania en 2022.
Europa hace ímprobos esfuerzos intelectuales y teóricos para seguir agarrada a la vanguardia industrial y tecnológica del mundo, para competir con las escalas de EE UU y China, pero se abre un abismo cuando tiene que pasar de la literatura a las matemáticas. Le ha costado entender que la revolución del siglo XXI es la tecnológica, con la inteligencia artificial como punta de lanza, y cuando se apresta a reaccionar descubre que está sola y poco unida, que tiene pocos afectos y vecinos convertidos en amenazantes adversarios, que las economías abiertas se cierran y que tiene que afrontar las delicadas y radicales consecuencias políticas de la pérdida de pujanza económica. Y que tiene que hacerlo desde una gran desventaja.
Desventaja tanto en la regulación para permitir la aplicación de los avances de esta tecnología en sus dominios, como en la búsqueda y desarrollo de jugadores que puedan competir con los norteamericanos y los asiáticos. Llama la atención que empresas como OpenAI opere en casi todos los países del mundo, muchos de ellos con regímenes autoritarios, antiamericanos y poco amigos de las multinacionales, y que le cueste hacerlo en Europa, porque la norma nativa “democrática y humana”, que regula la ética de los negocios más pendiente siempre de la ética que de los negocios, lo desaconseja.
En cuanto al desarrollo de modelos de entrenamiento de la Inteligencia Artificial, el auténtico banco de pruebas del desarrollo tecnológico y su aplicación en los procesos industriales, en el que se consumen grandes cantidades de dinero y de energía, la Unión Europea está prácticamente fuera de juego. Mientras que Estados Unidos dispone de más de un centenar de modelos de entrenamiento de inteligencia artificial, y China de otros ochenta conocidos, Europa solo dispone de poco más de una docena: diez en Francia y cuatro en Alemania, cifras francamente pobres para las dos economías más industriales del continente.
El Gobierno francés ha intentado la semana pasada, con una cumbre a la que invitó al liderazgo corporativo mundial en inteligencia artificial, recuperar para Europa el tiempo perdido si logra involucrar a las grandes multinacionales, siempre remisas por las restricciones normativas que impone la Unión Europea, y ahora coaligadas en términos políticos y financieros con los intereses de la revisionista administración Trump. Bruselas ha anunciado un plan de 200.000 millones de financiación pública y privada; pero no es fácil que en las décadas venideras las multinacionales americanas de la tecnología renuncien a sus prácticas colonizadoras para prestar la colaboración de igual a igual que pretende Europa. Cuentan con el patrocinio de su Gobierno, que lo ha dejado meridiano en París con avasalladores gestos de soberbia y amenaza si el mercado europeo se resiste a sus productos.
Por tanto, el desafío para Europa es homérico, pues al retraso tecnológico e industrial suma el envejecimiento alarmante de su población y la necesidad de cubrir defensivamente su flanco oriental, con unos desembolsos en defensa que hasta ahora había servido América. Tras aplicar un programa de reconstrucción comunitario de más de un billón de euros en los últimos años, las dos grandes economías de la eurozona están en recesión, y necesita multiplicar tal cantidad varias veces para jugar en la misma liga de sus competidores, y todo ello sin contar el efecto que puede tener una guerra comercial abierta como la que empieza a movilizar Washington.
Los cálculos hechos por el informe Draghi demandan recursos por valor de 800.000 millones de euros anuales de inversión para recomponer la posición europea y caminar a la par que EE UU y China, y el gasto en defensa debería más que duplicarse para recomponer la lealtad financiera con los socios que hasta ahora y desde la Guerra Mundial han sostenido el invento colectivo de la OTAN.
Desde que esta organización se comprometió, en 2014 tras la invasión de Crimea, a que todos sus miembros elevasen el gasto al 2% del PIB, once países europeos lo han logrado, mientras que unos pocos (España, Bélgica, Croacia, Italia o Portugal) están bastante alejados del compromiso. España ha pasado de invertir en defensa 10.200 millones en 2014 a los 19.700 ahora, pero en términos de PIB es solo el 1,28%, la posición más débil de la alianza, según un informe del Instituto Elcano.
Pero si la Administración Trump ya en 2018 elevó las exigencias del gasto en defensa a cada miembro de la OTAN al 4%, ahora pretende elevarlo al 5%, un gran esfuerzo para todos los miembros de la Unión Europea, pero descomunal para España, que a precios de hoy debería llegar a más de 70.000 millones de euros, cuando su previsión es alcanzar un gasto de 36.500 millones en 2029. La solución colectiva en Europa pasa por un cambio radical en la gobernanza comunitaria y por darle de nuevo a la manivela de la deuda con más fruición de la utilizada en las últimas crisis. Con más fruición y más celeridad, dejando de lado las reglas fiscales apenas acordadas hace un año, tal como admite la Comisión.
La primera cuestión es muy complicada en un mecano de 27 países con nacionalismos de intensidad diferente pero creciente en todos desde la Gran Recesión, y cuyos Gobiernos y ciudadanos son antes de su nación y después, solo después, europeos. Una complicación acrecentada por el revisionismo del electorado en los últimos tiempos, con el fortalecimiento de los partidos euroescépticos, cuando no eurófobos, que ha forzado decisiones en contra de la culminación de la integración continental. Pero Europa debe pronunciarse con una sola voz para que sea efectiva, escuchada y respetada, sobre todo en momentos críticos en los que quienes eran los mejores aliados han devenido en súbitos aislacionistas que dan alas a Rusia.
Y la segunda, la disposición de los dineros que den combustible al triple salto mortal que Europa necesita en materia tecnológica e industrial, y ponga las bases de una defensa sólida, solo pueden proveerse desde la mutualización masiva de deuda explícitamente emitida para tales fines. Funcionó sin problema alguno con las emisiones de la Comisión en 2020, y debería funcionar ahora, siempre y cuando los residuos nacionalistas y normativos alemanes, que pasan por las urnas este mes, no lo bloqueen.
José Antonio Vega es periodista.