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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Algunas verdades económicas que nos deberían unir

¿Y si empezáramos a trabajar juntos para resolver los problemas comunes, compartiendo las alegrías por los éxitos conseguidos entre todos?

El CEO de BME, Juan Flames, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, el presidente de Cepyme, Gerardo Cuerva, y el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi.

Resulta difícil encontrar, en esta época de polarización, posverdad e identidades excluyentes, cosas que nos unan a los españoles salvo tener un DNI y nuestra afición por la lotería y el cupón de la ONCE. Estamos llegando al absurdo de enfrentarnos, incluso, por hechos obvios. Por ejemplo: tener ahora una tasa de paro del 10% con gobierno progresista, sigue estando por encima de la media europea, pero es inferior al 14% de 2018 con un gobierno popular, aunque no se pueda extraer una relación de causa-efecto entre tipo de gobierno y paro.

Empeñado en señalar datos, verdades, en las que todos los españoles podamos coincidir, me centro hoy, sin ánimo de ser exhaustivo, en ordenar un conjunto de obviedades económicas incuestionables, aunque solo sea por intentar reforzar un relato común de la realidad que nos una, en lugar de los habituales destinados a enfrentarnos. Y las agruparé en tres secciones: motivos para sentirnos (todos) orgullosos; problemas que debemos solucionar (entre todos) y realidades para sentirnos (todos) avergonzados.

España se encuentra, medido por el PIB, entre los veinte países más ricos del mundo; entre los treinta con mayor calidad de vida, según los sesenta indicadores del índice Progress Imperative y es el tercero con mayor esperanza de vida, siendo el segundo país más turístico del mundo. En la última década, ha subido el número de ocupados en más de cuatro millones de personas, nuestra renta per cápita se ha incrementado un 48%, la desigualdad, según el índice de Gini, se ha reducido en dos puntos porcentuales y ha avanzado la internalización de la economía española gracias a la mejora de la competitividad. Datos, todos ellos, de los que deberíamos sentirnos orgullosos por reflejar una línea de mejora continua fruto del esfuerzo colectivo y que dinamita cualquier mentira sobre una supuesta decadencia permanente o aquello de “nunca hemos estado peor”.

Con una población de casi 49 millones de habitantes, un 13,5% de los cuales extranjeros, presenta un saldo vegetativo negativo y un avanzado estado de envejecimiento: el 21% tiene más de 65 años y sólo el 13% es menos de 14 años. A pesar de la contundencia de estos datos (y tendencia) llevamos mucho retraso en la reconversión de la sociedad (sanidad, urbanismo, residencias, dependencia, inmigración…) hacia un país de viejos. Salvo, tal vez, la obsesión por cuidar el voto de los 10 millones de pensionistas comprometiendo subidas de sus pensiones imposibles de financiar sin duras reformas en el conjunto del sistema que no se adoptan por su coste electoral a corto plazo.

También, desde hace décadas, nuestra productividad por hora trabajada es sensiblemente inferior a la europea, y mantenemos permanente esa diferencia. Esto no quiere decir que nuestra productividad esté estancada. No. De hecho, por primera vez, llevamos varios trimestres con crecimientos simultáneos de empleo y eficiencia productiva al constatarse mejoras en la productividad del capital. Pero, hasta ahora, hemos tenido una negativa evolución de la eficiencia y un escaso aprovechamiento relativo de la capitalización de nuestra economía, según datos del Observatorio de la Productividad en España (BBVA e IVIE).

Las razones y su solución, son conocidas: escasa inversión en I+D+i, baja calidad de la gestión empresarial, sector público no interesado en evaluar sus políticas de gasto, inadecuado sistema de adjudicaciones públicas en base al precio y, sobre todo, tamaño medio empresarial demasiado reducido.

La tendencia redistributiva de renta y riqueza experimentada en los 80, se ha frenado, como mínimo, con algunos indicios de vuelta atrás, sobre todo, desde la Gran Recesión de 2008 y siguientes. Las políticas públicas se han acartonado con vetas populistas, perdiendo capacidad redistributiva: el sistema tributario pierde progresividad y las políticas sociales eficiencia y foco en los más necesitados.

Frente al consenso socialdemócrata anterior, se está imponiendo las medidas escaparate dirigidas a los grandes colectivos de votantes. Resultado: el gasto medio real por hogar se mantiene casi estancado en la última década; casi la mitad de la población dice llegar a fin de mes con muchas dificultades (incluyendo desahorro y endeudamiento); todavía hoy, después de varios años de recuperación, un tercio de las familias no pueden salir en vacaciones de casa ni una semana al año. Como dato que refleja cambios profundos en el mercado laboral, un 17% de ocupados están, a pesar de ello, en riesgo de pobreza en parte, porque la distancia entre el primer salario juvenil y el salario medio se ha ensanchado mucho y, mientras los salarios tienen dificultades para recuperar poder adquisitivo, los beneficios empresariales y bancarios baten récords, año tras año.

Sin embargo, el mayor crecimiento de la desigualdad se ha producido en la de riqueza y entre generaciones como ha confirmado el Banco de España en su reciente análisis de la Encuesta Financiera de las Familias: si el número total de hogares con vivienda en propiedad ha caído diez puntos porcentuales en los últimos veinte años, el de menores de 35 años con vivienda en propiedad se ha desplomado a menos de la mitad. Y, dado que la vivienda ha sido y es la principal fuente de ahorro e inversión de las familias españolas, la desigualdad de riqueza entre generaciones que se está creando es muy preocupante. Y también la causa es conocida: solo en la última década se han creado en España un 44% más de hogares que de viviendas, acumulando un pavoroso déficit de oferta que está situando los precios al nivel de la anterior burbuja de demanda.

El último asunto que quiero reseñar entre aquellos que deben avergonzarnos como ciudadanos es doble: tener la mayor tasa de riesgo de pobreza infantil de Europa (35%), junto al hecho de haber consolidado una tasa estructural de pobreza, en torno al 25%.

¿Y si empezáramos a trabajar juntos para resolver los problemas comunes, compartiendo las alegrías por los éxitos conseguidos entre todos? Igual reinventábamos un orgulloso patriotismo constitucional y democrático del compartir y no del excluir. ¿Lo intentamos?

Jordi Sevilla es economista.

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