Los planes de economía de guerra de Putin exigen un baño de realidad
El presidente ruso puede cumplir algunos objetivos, pero la transformación tecnológica es improbable
Vladimir Putin ha publicado por fin su programa electoral, pero no hasta después de las dudosas elecciones que le mantendrán en el poder un mandato más. El día 7, el presidente ruso envió a su Gobierno 3.500 palabras de instrucciones sobre cómo impulsar la producción industrial y el nivel de vida en los próximos seis años y más allá. Putin cree claramente que la economía estará en pie de guerra a largo plazo. Pero si ese es el caso, sus detallados objetivos están destinados a incumplirse.
Putin también nombró al viceprimer ministro saliente, Andrei Belousov, nuevo ministro de Defensa. Puede que el otrora respetado economista se rasque la cabeza ante el plan económico de su jefe. El presidente quiere convertir Rusia en la cuarta economía mundial, en paridad de poder adquisitivo, al final de su mandato de seis años. Ello supondría superar a Japón, un objetivo difícil de alcanzar en el mejor de los casos.
El paso a un modo de economía de guerra desde la invasión de Ucrania en 2022 puede haber impulsado el PIB de Rusia, que ha crecido un 3,6% y un 3,2% en 2022 y 2023, respectivamente. Pero el Fondo Monetario Internacional ya prevé una brusca desaceleración el próximo año, hasta el 1,8%, ya que los precios de la energía siguen estando bajos y a Rusia le cuesta encontrar compradores distintos de Europa para su gas.
Los objetivos detallados que Putin asignó a su Gobierno huelen a añoranza de los viejos tiempos del Gosplan de la era soviética, cuando el Partido Comunista en el poder fijaba objetivos quinquenales numerados incluso para la producción de tornillos o pomos de puerta. ¿Cómo deben aplicar los ministros, por ejemplo, las instrucciones de Putin de elevar la tasa de fertilidad de Rusia de los 1,5 hijos por mujer actuales a 1,6 en 2030 y a 1,8 en 2036?
El tema general del decreto de Putin es que prevé que Rusia siga siendo una economía cerrada a la mayor parte del mundo durante los próximos seis años. La economía es lo suficientemente resistente como para que algunos objetivos sean alcanzables. Por ejemplo, la reducción de las desigualdades deseada por Putin ya se está produciendo, gracias a la vasta redistribución de recursos del centro a la periferia durante la guerra. También quiere que la capitalización de la Bolsa se duplique hasta alcanzar dos tercios del PIB. Dado que los rusos no pueden invertir sus ahorros en el extranjero, el año pasado aumentó un 43%, por lo que el objetivo parece razonable.
Pero la transformación tecnológica que ordena será difícil de lograr mientras existan sanciones occidentales. La inflación se acerca al 8% anual, el banco central tiene que mantener su tipo de interés básico en el 16% para contrarrestar la debilidad del rublo, y Rusia sigue más que nunca a merced de unos precios del petróleo que no controla. La autarquía es un sueño que podría convertirse en pesadilla.
Bancos
Para los bancos europeos, tener presencia en Rusia se está convirtiendo en un problema insoluble. Dos años después de la invasión de Ucrania, entidades como la austriaca Raiffeisen Bank International (RBI) y la italiana UniCredit siguen teniendo un negocio considerable en el país. El BCE, temiendo la falta de control en un país afectado por sanciones, está aumentando la presión. Una salida cara parece preferible a posibles sanciones.
Mientras que Société Générale optó por vender rápidamente su negocio ruso con un descuento en 2022, otros, como OTP Bank e ING, han mantenido sus operaciones en el país. El beneficio antes de impuestos de la filial local de RBI con sede en Moscú saltó a 1.800 millones de euros en 2023 desde casi 600 millones en 2021, lo que representa en torno a la mitad del total del grupo. En UniCredit, el beneficio antes de impuestos en Rusia alcanzó casi 900 millones en 2023, el triple que antes de la guerra, aunque el país solo representaba el 8% del total del grupo. El aumento de los beneficios se produjo incluso mientras ambos bancos trabajaban para reducir su negocio local. La actividad de los bancos de la zona euro en Rusia ha bajado un 50% desde el inicio de la guerra, según la jefa de supervisión del BCE, Claudia Buch.
Pero los reguladores europeos están cada vez más frustrados por la situación. En primer lugar, las filiales rusas de los bancos occidentales deben pagar impuestos a Moscú, que el FT estimó en 800 millones en 2023. Con ello se corre el riesgo de ayudar a financiar la ofensiva contra Ucrania, aunque la contribución global sería ínfima. Segundo, las oficinas centrales de los bancos de la UE podrían no ser capaces de llevar a cabo un escrutinio en profundidad de las operaciones comerciales en Rusia, exponiéndose potencialmente a un incumplimiento de las sanciones europeas o, peor aún, de las de EE UU.
Estas preocupaciones llevaron al BCE a ordenar en abril que el RBI reduzca drásticamente sus préstamos a clientes en Rusia. También ha escrito a una carta a UniCredit, que se arriesga a multas diarias de hasta el 5% del volumen de negocios diario del banco y posiblemente a otras sanciones.
Para los que se quedan, el tiempo de encontrar una estrategia viable de salida de Rusia, como una venta, parece haber terminado. El Kremlin también puede decidir nacionalizar los bancos occidentales. Ante opciones tan poco atractivas, probablemente ha llegado el momento de plantearse una retirada total. UniCredit estima en 3.100 millones el impacto de lo que denomina un “escenario de pérdidas extremas” en Rusia. Esto equivale a tan solo 37 puntos básicos de su capital de nivel 1, y lo dejaría con una próspera ratio del 15,5%, manejable incluso con la pérdida de ingresos futuros.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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