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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los problemas de gasto de la UE arruinan el éxito de los fondos de recuperación

El programa se agotará en 2026, pero se ha usado menos de un tercio: los Gobiernos deben ponerse las pilas

Banderas europeas ondeando ante la sede de la Comisión Europea, el edificio Berlaymont, en Bruselas.
Banderas europeas ondeando ante la sede de la Comisión Europea, el edificio Berlaymont, en Bruselas.Santiago Urquijo (Getty Images)

Los fondos de la UE para la recuperación pospandemia podrían constituir una impresionante muestra de fortaleza financiera y voluntad política conjunta, si los distintos países consiguen hacerse con el dinero. El programa de estímulo de 800.000 millones de euros se agotará a finales de 2026, pero se ha gastado menos de un tercio. Si los Gobiernos no se ponen las pilas, toda Europa saldrá perdiendo.

Hasta la fecha, el bloque ha pagado unos 225.000 millones a los Estados con cargo a su programa NextGenerationEU (NGEU), financiado con bonos. El dinero se ha destinado a cumplir listas de deseos nacionales, como mejorar las escuelas en Lituania, aumentar la eficiencia energética de los hogares franceses y ayudar a reconstruir Zagreb, la capital de Croacia, tras los terremotos de 2020. Gracias a ese gasto, la Comisión Europea espera que la inversión pública del bloque alcance el 3,4% del PIB en 2024, frente al 3% de 2019, y la mitad de ese aumento se atribuye al presupuesto conjunto.

Pero Bruselas prevé que solo repartirán otros 100.000 millones en 2024. Eso deja menos de tres años para impulsar casi medio billón en financiación. Es mucho lo que está en juego: cuando expire el plan, el dinero no desembolsado simplemente desaparecerá, privando a la UE de unos fondos muy necesarios para impulsar su tambaleante economía.

A pesar de ello, los Gobiernos siguen moviendo los postes de la portería. A finales de 2023, los 27 habían introducido cambios en sus planes de “recuperación y resistencia”, destinados a explicar cómo gastarán el dinero de forma responsable, aunque el 82% de los hitos y objetivos de esos planes siguen sin cumplirse, y los correspondientes desembolsos están en suspenso. En su lugar, los países han perdido el tiempo en tonterías, como el intento de Italia de financiar la reforma de estadios de fútbol de Venecia y Florencia, ahora desechada porque el país ha reorientado su plan hacia proyectos de energía limpia. Hasta la fecha, Roma ha revisado su plan tres veces y solo ha cumplido el 34% de las metas de sus proyectos.

Si los países esperan más tiempo, es probable que se lleven una decepción. El vicepresidente de la Comisión Valdis Dombrovskis declaró el 21 de febrero que prorrogar el programa es improbable. Requeriría el apoyo unánime de los líderes de la UE, seguido de votaciones parlamentarias en muchas capitales. Es poco probable que los países de línea dura en materia fiscal, como Suecia y Países Bajos, concedan más tiempo a miembros menos frugales como Italia y España para cumplir sus objetivos.

Son malas noticias para la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que espera recibir otros 90.000 millones del plan de más de 190.000 millones de su país, y para el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, cuyo país solo ha recibido 22.000 millones de los casi 70.000 millones solicitados. Son malas noticias para los mercados de renta fija, que quieren que la UE se endeude más para tener más activos seguros con los que negociar. Y son malas noticias para la economía de la UE, que creció a un ritmo anual de solo el 0,5% en 2023 y coquetea con la recesión.

Para sacar más dinero por la puerta, la UE debe superar retos en múltiples frentes. Italia o Países Bajos son algunos de los países que han sufrido cambios de Gobierno desde que comenzó el programa de recuperación. Esto ha ralentizado su aplicación. En algunos de esos países, los compromisos nacionales pueden entrar en conflicto con las administraciones locales, que tienen dificultades para cumplirlos.

Mientras, las disputas con la UE sobre cuestiones sociales y derechos humanos han provocado retrasos en el desembolso de fondos a países como Hungría y Polonia. Y algunos no necesitan tanto dinero como para justificar la burocracia. Suecia, por ejemplo, solo solicitó 3.000 millones en subvenciones y aún no ha recibido nada

La prima de la deuda

El atolladero es aún más decepcionante por lo prometedor del programa al inicio. Tras años de lucha por un mayor presupuesto común, la tragedia de la pandemia convenció finalmente a los países de la UE de que emitir bonos conjuntos era mejor apuesta que otra ronda de recortes. El resultado es que el bloque va camino de convertirse en el primer emisor mundial de bonos verdes y nueva deuda pública denominada en euros, y los inversores no se cansan. En enero, la Comisión Europea dijo que había recibido la asombrosa cifra de 180.000 millones en órdenes para 8.000 millones en bonos a 7 y 30 años.

Pero la UE no puede seguir endeudándose a gran escala en los mercados, a menos que demuestre que puede emplear el dinero sabiamente. Los retornos de los bonos de la UE están ahora entre los de los franceses y españoles, y no entre los franceses y alemanes, en parte porque los inversores no creen que haya liquidez suficiente para bajar más los costes de endeudamiento. Los rendimientos de los bonos de la UE a 10 años cotizaban ayer 59 puntos básicos por encima de los de Alemania, frente a la prima de 53 puntos básicos de los franceses y los 87 de los españoles.

Si el dinero del programa NGEU no se gasta íntegra y responsablemente, será más difícil conseguir la aprobación de futuras iniciativas. Después de todo, estimular el crecimiento tras una catástrofe mundial es mucho menos polémico que autorizar el gasto conjunto en cuestiones espinosas como las subvenciones industriales, la lucha contra la desigualdad o incluso la defensa.

La excelente calificación crediticia AAA de la UE se basa en la salud fiscal de Estados con un historial de solvencia tan impecable como Alemania, Suecia y Países Bajos. Sus garantías, que respaldan el presupuesto de la UE, cuentan más que las de sus homólogos menos solventes. Los países fiscalmente conservadores podrían apoyar el endeudamiento conjunto si hace del euro una moneda más fuerte, pero no si piensan que el dinero se va a malgastar.

Sería una oportunidad perdida. El program NGEU representa uno de los pocos grandes éxitos europeos orientados al crecimiento. Según la UE, hasta ahora ha ayudado a más de 2 millones de empresas, ha mejorado la eficiencia energética en 28 millones de megavatios hora –aproximadamente la producción máxima anual prevista de la central eléctrica británica de Hinkley Point C– y ha contribuido a proteger a 9 millones de personas de inundaciones, incendios y otras catástrofes relacionadas con el clima. Se han completado unos 1.150 objetivos e hitos, aunque quedan más de 5.000 pendientes.

Y a medida que la pandemia se aleja del recuerdo y partidos de línea dura como la Agrupación Nacional Francesa suben en las encuestas tanto para las elecciones nacionales como para las del Parlamento Europeo del próximo junio, es probable que el apoyo a un gran gasto procedente de Bruselas sea cada vez menos popular.

Los países deben dejar de revisar sus planes y ponerse manos a la obra. La simpatía por los rezagados se agota rápidamente, al igual que el tiempo para desbloquear el dinero. Sería una pena que los fondos de recuperación creados en la crisis se desvanecieran en el aire.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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