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Tribuna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una vida dedicada al mundo de los impuestos

Se nos ha ido Enrique Giménez Reyna, que fue Director General de Tributos y Secretario de Estado de Hacienda, pero también abogado y profesor

Enrique Giménez-Reyna
El ex secretario de Estado Enrique Giménez-Reyna, en la comisión parlamentaria de Gescartera.

Nos ha dejado Enrique Giménez Reyna, a quien tanto debe la Hacienda Pública española. Y nos ha dejado al igual que siempre vivió, con esa sentida humildad que únicamente habita en los hombres excepcionales. El que escribe estas líneas tuvo la enorme satisfacción de pasar mucho tiempo a su lado, compartir su trato amable con todos, su impecable forma de actuar, sus soledades de corredor de fondo, y, sobre todo, me brindó la posibilidad de aprender de quien merecería un doctorado honoris causa, al dedicar toda su vida al mundo de los tributos. De aquí que me considere uno de sus discípulos.

Enrique nace en Málaga (1949), provincia de la que nadie pudo separarlo, pese a fijar su residencia en Madrid. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, ingresó en el Cuerpo de Inspectores Técnicos Fiscales del Estado y tuvo destinos en las delegaciones de Barcelona y Madrid. En 1986 pasa a la excedencia para ejercer la abogacía, regresando al servicio activo y desempeñando los cargos de Director General de Coordinación con las Haciendas Territoriales y Director General de Tributos. En ese momento nos presenta mi maestro Javier Lasarte, pues consideró el momento del comienzo de los trabajos previos de lo que, años más tarde, sería la actual Ley General Tributaria. Discutir muchos meses todos los lunes en su despacho, a las 9 de la mañana, es una experiencia difícil de olvidar y que tanto ha reportado a mi vida profesional.

Nunca dejó a un lado su faceta docente, ya que necesitaba transmitir sus amplios conocimientos. De un lado, como profesor asociado en las Universidades Autónoma y Complutense de Madrid y en el Colegio Universitario María Cristina, además de cientos de intervenciones en congresos, jornadas y máster. De otro, como autor de múltiples monografías y artículos sobre su especialidad, con especial dedicación a las Haciendas Territoriales y la fiscalidad de las entidades no lucrativas, algunos de ellos firmados con el que suscribe estas líneas.

En el año 2000 se le nombra Secretario de Estado de Hacienda, cargo que tendría que dejar por el caso Gescartera, plenamente ajeno a su figura, y que constituyó su travesía en el desierto. Recuerdo el día de la toma de posesión de su sucesor. Tras finalizar, salimos los dos del Ministerio. Transcurridos pocos metros se dio la vuelta y se dirigió a su guardaespaldas: “yo ya no soy Secretario de Estado y te agradezco enormemente tus servicios”. Se despidió de él con un abrazo y el guardaespaldas no pudo contener sus lágrimas. Así era Enrique, una persona a quien todo el mundo quería y admiraba, debido a esa bonhomía que desprendía a raudales.

Sacó de su interior la fuerza para continuar con el ejercicio de su profesión de abogado. Tras su paso por varios despachos se incorpora al de Matías Cortés, que dejó paulatinamente. En esos años seguimos en contacto. Sirvan como ejemplos, la Comisión de Derechos y Garantías del Contribuyente de la AEDAF, la Fundación para la Promoción de los Estudios Financieros o el Comité de Partes de la certificadora Compliance Certifica. Nuestro último encuentro profesional fue en un Juzgado en el mes de septiembre. Ambos estábamos de peritos, aunque de partes diferentes, y donde, en un larguísimo pasillo, tuvimos la ocasión de conversar de lo divino y lo humano.

Trabajador hasta la extenuación, amigo de sus amigos y ejemplo de hombre senequista, honrado y respetuoso, ante todo, dado a la conversación pausada, a escuchar para aportar certeras reflexiones. Para los que le conocimos era, ante todo, un hombre bueno. Como dijo Machado de sí mismo, bueno “en el mejor sentido de la palabra, bueno”. Portador de esa bondad desinteresada y espontánea que caracteriza a las personas excelentes.

Nos ha dejado Enrique, pero siempre nos quedará su recuerdo. No, no es del todo correcto, personas como él no se van, pues siguen entre nosotros. Sus amigos, lo llevaremos en el corazón; su mujer, esa maravillosa experta en arte y compañera de toda la vida, así como sus hijos y nietos, en su alma para siempre.

En estos momentos estará paseando por ese cielo tan merecido y, como tantas veces hizo a lo largo de su vida, nos observará con esa mirada pícara y, en sueños, seguirá dándonos sus sabios consejos. Por último, me van a permitir que levante una copa virtual y le dedique un brindis: “por ti, maestro”.

Javier Martín es Catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad Complutense y Socio Director de Ideo Legal

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