El signficado psicológico del objetivo de inflación y el servicio que no entusiasma a casi nadie
Elevar la diana de aumento de precios supone rebajar la exigencia... o dejar de autoengañarse
Los precios de los bienes reflejan lo que la gente está dispuesta a pagar por ellos: sus subidas o bajadas siempre son relativas al precio, o valor, del resto de las cosas. Si se mueven demasiado rápido, generan lógica incertidumbre e inquietud entre los consumidores, que no saben a qué atenerse ni pueden organizar medianamente su gasto. Por eso, lo correcto es que las autoridades políticas y financieras persigan la estabilidad. Pero marcar un objetivo concreto de inflación en el 2%, en vez de en el 1% o el 0, es arbitrario, más allá de que si se considera aceptable quedarse por debajo, siempre será más fácil hacerlo si el listón está más alto. (Hay otro factor, y es que, a nivel psicológico, que los precios –y con ellos los salarios y las pensiones– crezcan produce la –ilusoria– sensación de que aumenta la riqueza.)
Elevar la diana de inflación al 3% no sería bueno ni malo per se, pero sí produciría la impresión de que los bancos centrales y los Gobiernos, en vez de aumentar la exigencia hacia sus modelos y sus decisiones, rebajarían la disciplina que se autoimponen. Aunque quizá sea mejor eso que autoengañarse con una confianza excesiva en la potencia de la ciencia económica.
El impuesto a las grandes fortunas es, al menos, primo hermano del de Patrimonio
El Tribunal Constitucional dirime si el impuesto temporal a las grandes fortunas invade competencias autonómicas. Que su sentido es similar al de Patrimonio, cuyas bonificaciones trata de compensar, es una evidencia, que sus propios impulsores se han encargado de pregonar, pero doctores tiene la judicatura para determinar si eso ataca a la Constitución.
No deja de ser irónico que sean regiones gobernadas por el PP, dizque entusiasta de la unidad de España, las que reclamen autonomía, frente a un Gobierno de izquierdas que acostumbra a reivindicar la España plural y conceptos de esa índole.
Las horas extra deben ser la excepción y no la norma, también en la hostelería
Una de las claves de la desafortunada broma del martes del presidente de la Confederación Empresarial de Hostelería de España (Cehe), José Luis Yzuel, sobre las largas jornadas de los trabajadores del sector, está en esta frase: “Luego que se las paguen [las horas extras]”. Sindicatos como CC OO denuncian que con frecuencia no es así.
La otra frase clave es: “Que un camarero trabaje diez horas no sé si es grave, ¿qué más da?” Las horas extra deben ser la excepción y no la norma, porque si se convierten en rutinarias es porque hay que hacer más contratos. Si al representante de los hosteleros estas cosas no le preocupan, se entiende mejor por qué escasea la oferta de mano de obra para una labor dura y con salarios bajos, incluso cuando se cumple la legalidad.
La frase del día
Las empresas y la industria están haciendo grandes inversiones en tecnologías verdes. Es crucial que les demos la confianza de que el Gobierno sigue comprometido con el objetivo de emisiones netas cero. No podemos permitirnos flaquear
Boris Johnson, ex primer ministro británico
Los ‘call centers’, ese servicio que no entusiasma ni a trabajadores ni a usuarios
Las empresas de centros de llamadas, o call centers, como se les sigue llamando quizá para darles un exotismo del que carecen, no son las más queridas. Sus trabajadores lo suelen ser porque no tienen opciones mejores; y sus usuarios recurren a ellas por necesidad, con esperanza muchas veces nula de que su consulta sea adecuadamente atendida.
Así que no es de extrañar que las herramientas automatizadas –o sea, inteligencias artificiales– estén sustituyendo a los empleados humanos, sobre todo porque estos muchas veces no lo parecen, dada la alienación que supone responder por teléfono sin tener, muchas veces, los conocimientos suficientes. A eso se suma, dicen en sectores como el de las telecos, que hay menos problemas que requieran atención. Mejor que mejor.
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