Más profundo que la piel
Iniciamos una era histórica con tres retos: combatir las amenazas globales, modernizar el aparato del Estado y ampliar la democracia
Estar sin Gobierno es una buena ocasión para darse cuenta de que hay cosas importantes, más profundas que la piel, o los selfish, a las que no siempre dedicamos el tiempo necesario. Cosas, como, por ejemplo, las causas por las que España duplica la tasa europea de hogares que no pueden mantener caliente su casa, según acaba de señalar Eurostat.
Me ronda la cabeza, desde hace tiempo, encontrar la razón por la que estamos viviendo el fracaso del neoliberalismo, corriente ideológica que ha marcado dos décadas de la política y la economía del mundo, y el ascenso de lo que empieza a conocerse como neoestatismo, en relativo silencio y sin extraer los correspondientes aprendizajes y consecuencias. También aquí, ante una nueva realidad del siglo XXI, el pensamiento y el debate político sigue anclado en el XX.
Lo desarrollo. Con el supuesto fin de la historia, se asumió que con la derrota del comunismo íbamos a vivir una larga etapa de implantación gradual del capitalismo y de la democracia por todo el mundo, como el único sistema exitoso. Asentado en principios neoliberales, como “el Estado es el problema” o “los mercados libres se equilibran”, y de la mano de una globalización sin gobernanza y del llamado Consenso de Washington como doctrina multilateral a implantar en todos los países, íbamos a vivir, por fin, la identidad hegeliana perfecta de que todo lo real fuera racional y todo lo racional, real.
El crac mundial de 2008 puso fin a tal ensoñación, devolviéndonos a una pesadilla de desigualdad social creciente y de colapso de las sociedades capitalistas altamente endeudadas por financiar una burbuja especulativa que, como todos los booms, enriqueció a pocos y acabó empobreciendo a muchos.
Entonces, después de comprobar que la desregulación de los mercados financieros había sido un fracaso y ante la magnitud de los daños causados, se llamó al Estado en ayuda del sistema. Y vivimos años de intensa regulación pública y de masivas inyecciones presupuestarias para intentar paliar las pérdidas, sin excluir, incluso, algunas nacionalizaciones puntuales de algunos bancos de la mano, incluso, de Gobiernos conservadores que aceptaban, con ello, una enmienda total a las políticas que habían venido defendiendo y aplicando.
Empezábamos a superar esta crisis gracias a un importante desembolso de gasto público, cuando fuimos golpeados por la pandemia mundial del Covid-19 a la que tuvimos que hacer frente improvisando otra masiva intervención del Estado en la sociedad, no solo mediante presupuestos públicos, sino con compras directas de productos esenciales o prohibiciones a los movimientos y un confinamiento obligatorio.
En poco más de una década, el recurso, por dos veces, al Estado para que, con su intervención regulatoria y presupuestaria, ayudara a resolver dos graves problemas sociales y económicos de distinto origen y naturaleza, enterraba al neoliberalismo y sus consignas contra el estado, los impuestos o el valor de lo púbico.
La evolución de Rusia y de la mayor parte de países del espacio possoviético hacia un capitalismo de Estado, corrupto y hacia un sistema político que ha dado en llamarse democratura, autocracias con elecciones, junto con la evidencia de que el espectacular crecimiento de China no le hacía evolucionar hacia una democracia, como se creía que ocurriría, fueron otros dos elementos cruciales que acabaron de echar por tierra el pensamiento neoliberal. Sobre todo, cuando una globalización sin gobernanza beneficiaba mucho a las grandes empresas multinacionales y a países del antiguo tercer mundo, creando un amplio número de damnificados en occidente que solo empezaron a hacerse visibles cuando votaron masivamente a populistas como Trump.
La creciente necesidad, en los países avanzados, de ocuparse de los perjudicados por un capitalismo neoliberal y, posteriormente, de protegerse frente a un exceso de dependencia respecto al dominio chino en varios bienes y tecnologías básicos en la nueva economía verde y digital, volvió a requerir una nueva mirada al Estado en busca de ambas cosas: proporcionar seguridad vital a las personas mediante los servicios y las políticas públicas y a la sociedad mediante un giro estratégico en las políticas económicas como el simbolizado por la Ley de Reducción de la Inflación (IRA Act) de Biden, o la llamada Autonomía Estratégica Abierta puesta en marcha por la Unión Europea, en ambos casos, recurriendo a una combinación quirúrgica entre medidas proteccionistas y masivas subvenciones públicas bajo el gorro de una nueva política industrial.
La puntilla al neoliberalismo y el inicio de un neoestatismo que recién estrenamos y que representa un giro de 180 grados en la visión de la política económica, equivalente al que representa el concepto de empresa de stakeholders comprometidos ambos, Estado y empresas, en una nueva alianza público-privada para hacer posibles los Objetivos de Desarrollo Sostenible, propuestos por la ONU.
No es un exceso decir que, con todo ello, más la fragmentación del comercio mundial que ya vemos, iniciamos una nueva fase histórica, que deja obsoletas medidas como eliminar el impuesto de sucesiones o de patrimonio y luego, decir, que no hay dinero para las becas comedor o para reforzar un sistema sanitario muy mejorables.
Una fase en la que debemos priorizarse tres retos colectivos: acordar medidas globales para hacer frente de manera eficaz a las dos grandes amenazas que tenemos como especie, crisis ecológica e inteligencia artificial; modernizar el aparato administrativo del Estado para que esté a la altura de sus nuevas funciones (no puede ser que conseguir una cita previa de pensiones tarde, como ahora, dos meses y los tramites, otros seis) y, por último, ampliar y profundizar la democracia, porque será una bandera diferencial con otras zonas del mundo con las que competimos y porque a mayor peso del Estado, necesidad de mayor control democrático.
Me gustaría que el próximo debate de investidura del presidente del Gobierno, incluyera una propuesta de acuerdos sobre estos nuevos problemas del siglo XXI, que cambian el eje de giro de la política actual. Porque no tenemos, como país, mucho tiempo para abordarlos.
Jordi Sevilla es economista
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