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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Será realmente útil el euro digital?

Su éxito depende de que Fráncfort vaya más allá de su preocupación sobre el dinero como ancla monetaria y piense en las ventajas que puede tener para el ciudadano

Christine Lagarde
FILE PHOTO: European Central Bank President Christine Lagarde addresses European lawmakers during a plenary session at the European Parliament in Brussels, Belgium February 8, 2021. Olivier Matthys/Pool via REUTERS/File PhotoPOOL (Reuters)

Imagine que usted tiene una moneda de dos euros en su bolsillo, y que la usa para comprar una Coca­-Cola. Acaba de suceder un pequeño milagro. El material del que está hecha esa moneda no vale dos euros, y usted ya no puede ir al banco central y pretender que le entreguen a cambio una cantidad equivalente de algún metal precioso. Y, sin embargo, el dueño del chiringuito ha cogido la moneda y le ha dado una Coca-Cola, y hubiera sucedido lo mismo en cualquier chiringuito de la zona. ¿Cómo es posible? La explicación reside en que hay un banco central que responde de su valor y está dispuesto a preservarlo, y en que este ha decretado que esa moneda es de curso legal y es obligatorio aceptarla como medio de pago. El valor de las monedas actuales descansa, por tanto, en el respaldo estatal y en la utilidad que aportan al ser el único medio de pago universalmente aceptado.

Si he comenzado el párrafo anterior pidiendo un ejercicio de imaginación es porque lo más probable es que usted apenas utilice efectivo en su día a día. El cash desaparece a pasos agigantados. Cada vez pagamos más con tarjeta, y esto preocupa al Banco Central Europeo (BCE). La confianza en el sistema bancario se basa en gran parte en la certeza de poder convertir los fondos depositados en una cuenta bancaria en monedas de curso legal. Por eso el dinero físico es considerado el ancla de nuestro sistema monetario y, por ello, la desaparición del cash es vista con frecuencia como un peligro.

Así las cosas, hace un par de años el BCE se embarcó en una investigación sobre ello, y ahora la Comisión Europea ha presentado una propuesta para crear una versión digital de esas piezas de metal con las que los humanos llevamos milenios comprando cosas. Eso es, en resumen, el euro digital. No es una nueva divisa, ni una criptomoneda pública. Se trata, simplemente, de una versión digital del efectivo que lo complementará a medida que su uso decline.

Una versión digital del efectivo, con todo, traería consigo nuevos retos. Desde un punto de vista teórico, un ciudadano podría retirar todo su dinero y llevárselo a su casa si los depósitos bancarios no están bien remunerados o existen dudas sobre la solvencia de un banco, pero todos sabemos que la cantidad de dinero que se puede esconder debajo de un colchón es limitada. Sin embargo, si las monedas pudiesen guardarse en una cartera digital sin ocupar ningún espacio, quizá fuese más sencillo pasar del dicho al hecho. Esto preocupa a los bancos, que temieron en un principio que el euro digital pudiese poner en entredicho su rol de intermediarios financieros (aunque finalmente serán ellos quienes distribuyan la moneda a sus clientes) y facilitar la salida de depósitos de las cuentas corrientes (un problema que la quiebra del Silicon Valley Bank ha vuelto a poner de actualidad). Es por ello que la propuesta incluye un límite en la cantidad de dinero que cada usuario puede acumular en euros digitales, que será fijado por el BCE.

Por otra parte, numerosos colectivos han denunciado que el euro digital obedece a un proyecto para acabar con el efectivo e imponer una vigilancia sobre los pagos que acabe con nuestra privacidad. Nada más lejos de la realidad. El euro digital, si finalmente se establece, coexistirá con el efectivo, y no hay nada en la propuesta legislativa que permita inferir que existe una voluntad de acabar con el efectivo (más bien lo contrario). De igual forma, la propuesta dispone que la información personal será procesada de forma que el BCE no tenga acceso a la información personal ni el historial de los usuarios.

Pero seguramente la crítica más persistente sea la de que el euro digital no es más que una llave a la busca de una puerta. Quizá sea necesario prepararse para defender la soberanía europea en este ámbito, dicen algunos, pero es difícil hacerlo creando una nueva herramienta que solo sirva para que los ciudadanos puedan llevar a cabo acciones que ya pueden hacer ahora mismo en su día a día (desde pagos instantáneos al uso de carteras digitales). Vista la creciente resistencia por parte de algunos, es necesario un esfuerzo para asegurarnos de que el euro digital esté diseñado de una forma que aporte un valor añadido para todos. En ese sentido, posibilitar los pagos offline, algo ya presente en la propuesta, y que permitiría por ejemplo pagar con medios digitales en un albergue de montaña en el que no hay cobertura; o garantizar el anonimato total en pequeñas transacciones, tal y como sucede hoy en día si le damos un billete de 20 euros a un amigo; son medidas factibles que nos harían la vida más fácil, y que serían un acicate para que los ciudadanos apoyen la propuesta. De la misma forma, una moneda digital permite realizar pagos automáticos o programar operaciones financieras más complejas que las que son hoy posibles, y podría facilitar la inclusión financiera acercando productos financieros a personas que hoy no tienen acceso a ellos. Pero si nada de eso llega al diseño final por las presiones de distintos sectores es muy posible que muchos ciudadanos se pregunten si para este viaje hacen falta alforjas digitales.

El éxito del euro digital dependerá, por tanto, de saber ir más allá de la preo­cupación del BCE por el rol del dinero como ancla monetaria y presentar a los ciudadanos un proyecto que les aporte ventajas en su día a día. Pensar que lo importante es que exista un embrión de euro digital por si acaso, y que dejarlo desprovisto de cualquier utilidad para los usuarios es el precio a pagar para evitar pisar callos pudo ser un cálculo adecuado en algún momento, cierto. Pero si algo nos ha enseñado la evolución del debate público durante estos meses es que seguir por esa senda es un ejercicio de miopía política que puede salir muy caro.

Armán Basurto es asesor económico del grupo liberal en el Parlamento Europeo y colaborador de Agenda Pública

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