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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La supervisión bancaria no puede hacerlo todo

Ninguna regulación, y Basilea III no es una excepción, puede aspirar por sí misma a extirpar totalmente las malas conductas y los errores de gestión en el sector financiero

CINCO DÍAS
Credit Suisse
Una sucursal de Credit Suisse junto al parlamento federal, en Berna (Suiza).DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

El llamamiento realizado ayer en Washington por el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en calidad de presidente del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea (BIS), a una mayor cooperación de Gobiernos, banqueros y accionistas en la prevención de las crisis financieras reafirma un hecho conocido y evidente, que la regulación y la supervisión por sí solas no son suficientes para evitar las tormentas bancarias. En su intervención, Cos abogó por “la aplicación plena y coherente de las normas pendientes de Basilea III”, especialmente necesaria en un entorno condicionado por una inflación elevada, un crecimiento menguante y un inquietante entorno de tensiones geopolíticas.

Las palabras del presidente del BIS constituyen la más amplia valoración del organismo sobre la crisis bancaria que se inició a principios de marzo con el colapso de Silicon Valley Bank (SVB) en EEUU y continuó, en Europa, con el rescate de Credit Suisse. Unos días de enorme tensión que Cos considera el primer test de estrés “real” para el sistema bancario global desde la Gran Crisis financiera. Los resultados de esa prueba han sido positivos en lo que se refiere a la resistencia al contagio de la mayor parte de las entidades, pese a los castigos bursátiles que se produjeron en el mercado, especialmente virulentos en el caso de Deutsche Bank, y el aumento de la desconfianza.

La gran pregunta es hasta qué punto la crisis ha demostrado que la regulación y la supervisión financieras precisan de otra vuelta de tuerca. La postura de Cos es que la razón de esta tormenta no debe buscarse fundamentalmente en la regulación, sino en la mala práxis de algunas entidades. Un diagnóstico indiscutible a la vista de lo ocurrido con SVB, por ejemplo, que registró un fulgurante aumento de sus depósitos para invertirlos después en deuda, y concentró su base de clientes en las fintech. O ante el dudoso historial de Credit Suisse, que acumuló años de multas y escándalos financieros.

Gobiernos, banqueros y accionistas tienen, obviamente cada cual en diferente grado y medida, que arrimar el hombro en la prevención de malas prácticas e irregularidades financieras. Pero también es necesario recordar que los problemas de algunas entidades, como es el caso de Credit Suisse, eran un secreto a voces, sin que ello haya servido para adoptar medidas, tampoco por parte de los supervisores, que evitaran de algún modo su desenlace. Ninguna regulación, y Basilea III no es una excepción, puede aspirar por sí misma a extirpar totalmente las malas conductas y los errores de gestión, pero buena parte de su éxito está en un diseño eficaz y en una aplicación firme de sus contenidos.


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