Entre el susto del dinero caro y la muerte de la inflación persistente
La espiral de precios energéticos ha hecho metástasis en los subyacentes y exigirá nuevas apuestas por la liberalización y la competencia para aliviar la restricción monetaria
El avance estadístico de la inflación de marzo anticipó una noticia buena: la tasa general desciende con brusquedad hasta el 3,3%, y una mala: la subyacente sigue en los valores más elevados que recuerdan los registros. La consecuencia de la buena es el alivio en la renta disponible ordinaria de los hogares, y de la mala, que los tipos de interés seguirán altos, más de lo que están ahora aún, para combatir la resistencia a descender de los precios subyacentes, y la factura financiera tardará en ceder y en liberar recursos.
Gráficamente, los particulares y las empresas tienen la opción de optar por el susto de unos tipos de interés elevados que dañen su capacidad económica y frenen la inversión, o echarse en brazos de la muerte que supone una prolongada era inflacionista que lo destruye todo. La historia económica nos recuerda que las inflaciones prolongadas y no enfrentadas con decisión devoran los ahorros y las rentas de generaciones enteras, tal como ocurrió hace un siglo con el tsumani inflacionista que recorrió Europa tras la Primera Guerra Mundial y alimentó la Segunda, o como todo el planeta pudo comprobar con la larguísima estanflación de los setenta y ochenta de la centuria pasada.
La súbita espiral de los precios energéticos desatada por la Guerra de Ucrania, que prolongó y multiplicó las tensiones de costes que había generado la quiebra de las cadenas de suministro industrial tras la pandemia, y la vuelta a peligrosas dosis de proteccionismo, hijo bastardo de aquella, ha hecho metástasis en todos los procesos productivos y distributivos de bienes y de servicios, y se refleja en una inflación subyacente muy preocupante.
Mientras en España la tasa general de precios ha descendido al 3,3% (la más baja de Europa), el avance de los precios excluidos los alimentos frescos, la energía y los impuestos, es de un 7,5% en los últimos doce meses. En el núcleo duro de la zona euro, la que determina con más contundencia las decisiones monetarias, ambas variables siguen también vigorosas, aunque la tasa subyacente sea normalmente más modesta que la general.
El efecto escalón que ya se ha empezado a producir en los precios energéticos, y que ha aliviado las previsiones de la tasa de inflación media para este año a valores más gobernables que los de 2022 (el Banco de España ha recalculado una tasa media del 3,7%, bastante más de un punto inferior a la que consideraba a principios de año), pero se demorará por una temporada aún en los alimentos. La trasmisión de los costes es más lenta, y allí donde se ha producido antes, las empresas están aprovechando para recomponer sus márgenes, fenómeno que los datos de la Central de Balances ya reveló en los primeros trimestres de 2022.
Las previsiones sitúan el avance medio de los precios de la alimentación a lo largo de este año de más del 12%, cuando el avance anual registrado en estos primeros meses ronda el 16%, en una cesta que pondera en el índice en casi un euro de cada cuatro, una intensidad más elevada que en la media de la Unión Europea. Cuanto más se prolongue el proceso de transición de costes a precios finales, más se ceban los componentes subyacentes de la alimentación, y más resistencia ofrecerá después a su reducción.
Como consecuencia de ello, la política monetaria, que sorprendentemente esperó en Europa hasta que la inflación superaba el 8% para activar las primeras subidas de tipos, y que había mantenido prácticamente hasta la víspera las medidas de expansión cuantitativa, la dificultad para devolver al monstruo a su lámpara será mayor, en intensidad y en tiempo, con un sobrecoste de materia de factura financiera y déficit de inversión muy importante.
Hasta ahora se ha producido un encarecimiento paulatino de las facturas hipotecarias y de las refinanciaciones de crédito de las empresas a medida que las revisiones anuales iban encajando las alzas de los tipos de interés, que han subido más de 400 puntos básicos en el último año. Pero habrá aún revisiones adicionales, con una evolución más moderada del crédito que ya se está constatando, porque la espiral no ha concluido, pese a que la crisis financiera provocada por la propia subida de los tipos pueda atemperar las decisiones de los banqueros centrales.
El susto, por tanto, prolongará sus efectos, aunque en absoluto es imaginable un periodo de castigo tan prolongado como el de la estanflación de los setenta y ochenta, en las que los tipos nominales a largo plazo (los que financian la economía) eran de doble dígito en Estados Unidos (12,4%) o Reino Unido (11,3%), y por supuesto también en España (16,5%), aún en 1984, un decenio completo después de estallar la crisis del petróleo, y muy cercanos en Alemania (8,1%) o Japón (7,3%).
Ayudaría bastante al empeño de los bancos centrales la colaboración necesaria del resto de los agentes económicos, los Gobiernos y las instituciones de competencia, que no siempre trabajan a favor de obra. Lagarde reclama desde hace más de un año, con muy poco éxito en economías tan heterogéneas como las europeas, que las políticas fiscales no estimulen con incentivos a la demanda lo que ellos combaten con restricciones al dinero. Las bajadas de impuestos, tan comunes en todos los países, tienen aún efecto limitado en la lucha contra la inflación, puesto que si bien restan unas décimas a los índices (en España seis en el último año), proporcionan más margen a la renta de los contribuyentes y reaniman la demanda.
En España siguen bajo control las rentas privadas (que no las públicas) por la pasividad y los desencuentros de patronales y sindicatos. Y las políticas liberalizadoras adicionales, que tardan en madurar y afectar a la competencia y a los precios, no han sido apuesta de los Gobiernos, y las vigilancias de las instituciones de competencia se han limitado a echar un vistazo a los precios energéticos. En España llama la atención que en las zonas más populosas, y con mayores dosis de competencia en la provisión de bienes y servicios, Madrid y Cataluña por ejemplo, las tasas anuales de inflación son notablemente más moderadas: la competencia debe tener algo que ver.
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