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El acuerdo con China enfría el riesgo de una recesión autoinfligida en Estados Unidos

El tráfico comercial gana fluidez mientras los analistas revisan al alza sus previsiones de crecimiento para la primera potencia y reducen las expectativas de recortes de tipos por parte de la Reserva Federal

Una bandera estadounidense ondea junto a contenedores llegados de China en el puerto de Los Ángeles, el pasado 1 de mayo.
Álvaro Sánchez

La tregua arancelaria entre China y Estados Unidos ha precipitado un inmediato cambio de previsiones entre los analistas sobre la evolución de la primera economía mundial, restando opciones a la hipótesis de un frenazo en seco de la actividad. JP Morgan ha situado la probabilidad de una recesión en EE UU por debajo del umbral del 50%, Goldman Sachs la ha reducido del 45% al 35%, y Barclays descarta por completo ese escenario. En paralelo, muchas entidades están actualizando sus expectativas de crecimiento para Estados Unidos: Goldman Sachs ve ahora un avance del PIB de un 1% en 2025, frente al 0,5% anterior, y Citi un 0,7% respecto al 0,0% previo.

La economía estadounidense lleva tres años tratando de salir airosa de una encrucijada de reminiscencias aéreas. La idea de enfriar la economía lo justo para contener la inflación, pero de un modo tan sutil y equilibrado que no destruya empleo masivamente ni aliente un círculo vicioso para el crecimiento, se bautizó como aterrizaje suave.

En otoño del año pasado, algunos, como el antiguo presidente de la Fed de Saint Louis, James Bullard, lo dieron por conseguido: la actividad crecía, la inflación se moderaba. Una digestión perfecta parecía en curso. Entonces llegó Donald Trump. Aranceles, pedidos cancelados, y el fantasma de las estanterías vacías por problemas de suministro. “Tal vez los niños tendrán dos muñecas y no 30”, dijo el presidente de la primera potencia mundial, cuya economía ha cimentado buena parte de su fortaleza en el gasto de los consumidores.

Con él, regresó el runrún. No solo de una potencial recesión, sino de algo aún más dañino: la estanflación. El carácter autoinfligido de la crisis en curso la volvía frustrante e incomprensible para los afectados: empresas que veían amenazados sus márgenes, consumidores que temían desabastecimientos y encarecimientos, e inversores con las carteras en rojo intenso, pero también, sobre el papel, acabar con todo ese dolor se antojaba más fácilmente reversible que en aprietos pasados. Esta vez no se trataba de mantener a flote el sistema financiero, ni de apuros por una deuda fuera de control. Tampoco de un virus desconocido. Solo era necesario hacer cambiar de idea a una persona.

La noticia saltó el lunes tras una reunión en Suiza: durante 90 días, Estados Unidos reducirá los aranceles sobre los productos chinos del 145% al 30%, mientras que China lo hará sobre las importaciones de productos estadounidenses del 125% al 10%. El anuncio se produjo tras una primera marcha atrás el pasado 9 de abril, cuando Trump decretó una tregua parcial de 90 días en la guerra comercial, y apenas cuatro días después de otro pacto comercial con el Reino Unido. China, el plato fuerte por ser, tras México, el principal país de origen de las importaciones estadounidenses, había quedado excluida, y sometida a unas tasas draconianas que prácticamente impedían cualquier relación comercial.

El alivio tarifario está siendo algo parecido a abrir las compuertas de una presa. Las empresas más pegadas al terreno en el comercio internacional están detectando ya un importante despegue de los intercambios entre las dos superpotencias, que Rolf Habben Jansen, consejero delegado de la naviera alemana Hapag-Lloyd, la quinta del mundo, cifra en más del 50% respecto a las semanas precedentes. “En los últimos dos días hemos visto un gran aumento del volumen”, explicó en declaraciones a Bloomberg.

Los efectos colaterales están siendo numerosos. El mercado de futuros ha pasado de descontar hasta cuatro recortes de tipos por parte de la Reserva Federal este año, a solo dos, dado que un mayor crecimiento reduce la presión para estimular la economía. A esas menores expectativas de rebajas del precio del dinero contribuye también un dato de inflación positivo en abril, cuando se moderó una décima, al 2,3% interanual. “Como los riesgos a la baja para el crecimiento se han reducido, la Fed necesitará ver más evidencia de una desaceleración de la actividad para recortar las tasas”, apuntan desde Citi, que ahora espera el próximo recorte en julio, en lugar de en junio.

El apetito por el riesgo también ha regresado, con una reacción visceral de Wall Street. El S&P 500, que agrupa a las principales firmas del país, estaba en el epicentro del huracán a comienzos de abril, con caídas del 20% desde sus máximos históricos de febrero. Ahora, todo parece una pesadilla lejana: este miércoles entró en terreno positivo en lo que va de año, y cotiza solo un 4% por debajo de sus récords. Casi como si nada hubiera pasado en este mes y medio de turbulencias.

El impacto de Trump en el mercado

La sensación es que la brutalidad de la guerra comercial en su fase inicial ha convertido en buenas noticias, lo que en periodo electoral era el escenario más adverso. El cambio de estado de ánimo ha sido tan abrupto que algunos expertos lo perciben como excesivo. Recuerdan que los aranceles en vigor siguen en niveles históricamente elevados, como si Trump, tras haberle puesto una correa a una economía que circulaba libre, ahora aflojara la presión, pero siguiera sin retirarla, manteniéndola todavía prisionera. Y creen que incluso si se anuncian nuevos acuerdos, pueden implicar condiciones complejas y plazos de implementación prolongados, lo que vuelve poco probable una reducción total de los aranceles a donde estaban antes de que estallara el conflicto.

¿Falso rebote?

Mathieu Racheter, responsable de Investigación y Estrategia de Mercados de Julius Baer, es uno de los que advierte contra la euforia inversora. Y ve más rentabilidad potencial en otras latitudes. “Consideramos el repunte actual como algo típico de un mercado bajista. Ante los mayores riesgos de recesión en Estados Unidos, seguimos primando la rotación hacia mercados de valores no estadounidenses, como Europa, Japón, China e India”, señala.

Según sus cálculos, este tipo de rebotes duran 44 días y generan retornos medios del 14%, “un patrón que se refleja estrechamente en el movimiento actual”. Su marco base es que los fundamentales se debilitarán en los próximos trimestres. “Nuestros economistas asignan una probabilidad del 50% a una recesión en EE UU, por lo que recomendamos no perseguir la tendencia alcista”.

En otro banco suizo, UBS, optan por dibujar dos escenarios ante la incertidumbre: uno negativo en que la pausa arancelaria acaba mal y vuelven las represalias “ojo por ojo”, debilitando la demanda, conduciendo a EE UU a una recesión y hundiendo el S&P 500 a un rango de entre los 3.500 y los 4.500 puntos. O lo que es lo mismo, abocándolo a una caída salvaje de entre un 20 y un 40%. Y otro positivo, donde el mercado continúa ganando tracción a medida que las disputas comerciales se resuelven, se evita la desaceleración, y crece el optimismo sobre el impacto de la inteligencia artificial en los beneficios empresariales. En este segundo escenario, el S&P 500 cerraría el año en 6.500 puntos, esto es, un 10% al alza sobre su nivel actual.

La visibilidad sobre lo que está por venir sigue siendo escasa. Con la incertidumbre planeando sobre planes de negocio y decisiones de inversión, la conclusión es que pocas veces en la historia contemporánea la voluntad de un único hombre había tenido tanto peso en el rumbo económico de una nación que hace no tanto navegaba a bordo de una inercia claramente positiva.

Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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