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Inversión

Las empresas familiares pierden el gusto por cotizar en Bolsa

Los Serra y los March excluyen de Bolsa Alba y Catalana Occidente, poniendo el foco del mercado en otras cotizadas con un núcleo de accionistas de control

Celebración del 150 aniversario de Catalana Occidente, con Hugo Serra (primero por la izquierda), actual consejero delegado, y su padre José María Serra, presidente no ejecutivo (segundo por la derecha).
Miguel Moreno Mendieta

Las acciones de la aseguradora La Catalana comenzaron a negociarse en el mercado de corros de la Bolsa de Barcelona hace 147 años. Desde hace 28 cotizan también el mercado continuo de BME. Durante este largo periodo, la empresa se ha convertido en una de las compañías de seguros más importantes del país, pero la familia Serra —máxima accionista del Grupo Catalana Occidente, GCO— se ha cansado de la Bolsa y ha presentado una oferta para excluirla de cotización, comprando el 34% del capital social que aún no controlan. La opa de exclusión propone pagar 50 euros por acción, un 30% más del precio de los seis últimos meses, lo que provocó que el viernes se dispararan sus títulos.

Los Serra no son los únicos que están dando la espalda a los mercados de renta variable. Corporación Financiera Alba, el conglomerado inversor de la familia March —fundadores de Banca March—, también está en proceso de exclusión. La que fuera una de las compañías que formó parte del primer Ibex 35 dejará pronto de negociarse en Bolsa. 74 años después de su estreno en el parqué pasará a tener la propiedad exclusiva de Carlos March Delgado y sus familiares, que han recomprado el 5,5% del capital que aún controlaban. La cotización en Bolsa, que en otros tiempos era un síntoma de distinción y modernidad, tiene también contrapartidas por la vía de las mayores exigencias de transparencia y regulación. De modo que, en función también de la percepción del mercado, estar en Bolsa puede acaba teniendo para estos grupos familiares más contras que pros para empresas que tenga .

Una de las principales motivaciones de estas exclusiones es la baja valoración que tenían estas empresas. Julián Pascual, presidente y gestor de renta variable de la gestora Buy & Hold, sabe bien de lo que habla. Hace dos años invirtió su fondo en Catalana Occidente y la ha convertido en una de sus posiciones más importantes. “Creo que la familia Serra ha actuado de forma inteligente lanzando una opa de exclusión, dada la clamorosa infravaloración de la empresa durante los últimos años”, apunta. De hecho, a su juicio, esa oferta de compra tendría que ser aún más alta, “un 30% superior al precio propuesto”, para equipararse al de compañías comparables.

Pros y contras

Entre las causas por las cuales los empresarios deciden que su compañía salga a Bolsa se suelen citar el que permite dar liquidez a los accionistas lo que, por ejemplo, puede favorecer la salida de alguno de los herederos que se quiere desligar de la empresa familiar y evita, con el paso de los años, un enquistamiento de las posiciones accionariales. También facilita la profesionalización de la gestión y aporta visibilidad y reconocimiento. Desde un punto de vista económico, la Bolsa permite levantar capital con facilidad (cuando se hacen ampliaciones) que pueden servir para financiar inversiones, operaciones corporativas o reequilibrar la deuda.

Todos estos factores, sin embargo, se han ido matizando con el paso de los años. José Cloquell es jefe de inversiones en activos ilíquidos de Diaphanum y uno de los mayores expertos españoles en mercados privados. “Antes era más importante estar en Bolsa para lograr levantar recursos o conseguir liquidez, pero ahora hay fondos de capital riesgo muy especializados, que pueden solventar estas situaciones”, explica. Entre esos vehículos, algunos se dedican a la compraventa de emisiones privadas de deuda, y otros incluso a comprar compañías que están cotizadas para excluirlas de los mercados, como hizo Elon Musk con Twitter. Para Cloquell, los dos casos que se están viviendo ahora en España demuestran que “la familia quiere concentrarse más en el negocio y no desviar su foco”.

Y es que, estar en Bolsa, tiene algunos inconvenientes. En primer lugar, conlleva unos ciertos costes y peajes, desde la tasa de cotización, pasando por el cumplimiento normativo y de transparencia, hasta los deberes en tarea de gobernanza y la relación con los inversores. Las empresas cotizadas tienen la obligación de reportar sus resultados trimestralmente, deben presentar informes de gobierno corporativo y remitir a la CNMV hechos relevantes para comunicar cualquier acontecimiento que pueda afectar al valor de la acción (fusiones, adquisiciones, cambios en la dirección, etc.).

José Ramón Iturriaga, gestor del fondo Okavango Delta, considera que el principal contratiempo de estar en Bolsa es “que cada día se está valorando a la compañía, en tiempo real, con las oscilaciones bruscas propias de los mercados, y la presión para intentar no defraudar”. Además, recuerda que las empresas familiares tienen un tamaño mediano o pequeño, “así que prácticamente no hay analistas que las sigan, por lo que están bajo el radar y cotizan a precios injustamente bajos”.

Lo sucedido con Catalana Occidente y Corporación Financiera Alba se podría repetir en los próximos meses o años con otras cotizadas en las que una familia tiene una amplia mayoría de su capital social. Ya lo ha hecho la socimi Lar, cuyo accionista de referencia (un fondo de capital riesgo) lanzó una opa de exclusión. Iturriaga menciona los casos de Acciona Energía (familia Entrecanales), Gestamp (familia Riberas), Prosegur (familia Gut Revoredo) o Grenergy (familia Ruiz de Andrés), en los que los fundadores podrían acabar cansándose de que el mercado no reconociera el auténtico potencial de sus empresas y optaran por sacarlas del parqué. El año pasado ya se anunció la exclusión otras tres cotizadas: OPDE, Applus, NH Hotel Group, si bien en estos casos no había empresas familiares detrás.

Esta tendencia de alejamiento de los mercados públicos no es exclusiva de España. Cada vez hay menos empresas cotizadas, y cada vez las startups tardan más años en saltar a Bolsa. Si en los años 90 el tiempo medio era de entre cuatro y seis años, ahora suele pasar más de una década. Nuevamente, las cargas regulatorias desaniman, y la financiación privada es más que abundante.

Sobre la firma

Miguel Moreno Mendieta
(Madrid, 1979) es licenciado en Derecho y Economía por la Universidad Carlos III. También cursó el Máster de Periodismo de El País. Se incorporó al periódico Cinco Días en 2006, tras pasar por la web de El País y Mi cartera de Inversión. Escribe sobre el sector financiero, con un foco especial en fondos de inversión y los seguros.
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