La pugna euro-dólar y su efecto en el bienestar del que se habla muy poco

Una parte importante de la reciente evolución de los precios y la inflación sufrida proviene del valor relativo entre ambas monedas

Imagen de recurso de una moneda de euro sobre un billete de dólar.Bloomberg

Una de las variables macroeconómicas más esquivas para el gran público es el tipo de cambio. Su carácter volátil y la dificultad de preverlo, a menudo, lo alejan del debate económico. Además, desde que España ingresara en la unión monetaria, su relevancia para el discurso económico coyuntural parece haber quedado relegado a un segundo plano, a diferencia de cuando nuestros ciclos económicos respondían o afectaban al valor de la peseta de manera...

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Una de las variables macroeconómicas más esquivas para el gran público es el tipo de cambio. Su carácter volátil y la dificultad de preverlo, a menudo, lo alejan del debate económico. Además, desde que España ingresara en la unión monetaria, su relevancia para el discurso económico coyuntural parece haber quedado relegado a un segundo plano, a diferencia de cuando nuestros ciclos económicos respondían o afectaban al valor de la peseta de manera tan exacerbada. Todos nos acordamos del otoño e invierno del 92-93 y las devaluaciones de aquellos tiempos.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que la relevancia de este aún persiste. Una parte nada insignificante de la reciente evolución en los precios, y por ello de la inflación experimentada, proviene del valor relativo que el euro ha mantenido en estos últimos meses respecto a otras monedas, particularmente con el dólar. Cuando hemos contado, en no pocas ocasiones, que buena parte de la inflación era de costes, estos, por importados, venían altamente influenciados por un euro que en pocas semanas llegaba a depreciarse más de un 14 %.

No es complicado entender, pues, que la depreciación del euro tiene como consecuencia evidente el aumento en los precios de las importaciones y, por lo tanto, un aumento en los costes que asumimos al adquirir bienes y servicios de terceros. Esto, que tiene un claro efecto en todos los bienes y servicios importados lo es mucho más relevante en el precio de las materias primas, y más concretamente en los precios de la energía (crudo y gas), que, como sabemos, debemos traer desde terceros países en su gran mayoría.

Belén Trincado Aznar

Más aún, no es difícil entender que la evolución del tipo de cambio, a corto plazo, está determinada, en parte, por la evolución de los precios energéticos. Esta relación, que es negativa en el corto plazo, tal y como pueden comprobar en las figuras que acompañan al texto, implica que un aumento en el precio del crudo o del precio del gas presionan a favor de una depreciación a corto plazo de nuestra moneda (menos dólares pagados por cada euro). Así pues, además de que un aumento del precio de la energía importada daña la capacidad de compra en términos reales de los europeos (al tener que dedicar más recursos para adquirir misma cantidad de un bien muy necesario), este amplifica dicho daño pues afecta a la misma capacidad de compra nominal de la moneda. Así pues, el efecto para Europa de un aumento en los precios energéticos es doblemente negativo, real y nominal, sumándose uno al otro y reduciendo la riqueza relativa de los europeos. La depreciación es así endógena al precio de la energía, al menos a corto plazo.

El por qué uno afecta al otro no es complejo de entender. Europa es profundamente deficitaria en energía, por lo que debe importar una parte significativa de sus necesidades. Mientras esta es barata, como ha sucedido durante largos periodos, nuestra maquinaria productiva es competitiva. Sin embargo, un aumento en el precio relativo de estos bienes afecta precisamente a la línea de flotación de algunas actividades, como es el caso de la industria, y con ello de las exportaciones, por lo que la subida de estos precios afecta de forma directa e indirecta a la riqueza relativa de los europeos. Este efecto devalúa los “fundamentales” económicos de muchos países y, con ello, su capacidad de compra y bienestar. Este empobrecimiento relativo tiene un impacto directo en la valoración de las rentabilidades en la inversión en euros y, por lo tanto, en el valor mismo de la moneda.

Recientemente, y en el actual episodio de inflación, lo que hemos observado es este empobrecimiento relativo, provocado por los aumentos de los precios del gas y combustibles. Las consecuencias han sido diversas, pero una de las más evidentes ha sido el aumento de los precios de las importaciones y que, a pesar de su posterior moderación (no tanto el crudo), no han sido tan intensas como los aumentos previos. Sectores como la industria han perdido así capacidad para competir con la de otros países con acceso más barato a la energía, lo que ha llevado a un debilitamiento en su crecimiento, a pesar del repunte repentino en los meses pasados. Todo esto se ajusta al mismo argumento que explica la pérdida de valor de nuestra moneda cuando hay un impacto negativo en el sector energético.

Es evidente que, entre varias razones, pero particularmente esta, la Unión Europea, necesita reconsiderar su dependencia energética de manera global. La estrategia medioambiental e industrial en la que se ha embarcado la Unión no es solo un objetivo propuesto desde perspectivas ecologistas, igualmente muy necesario, sino que es evidente una necesidad para asegurar el crecimiento a largo plazo de la economía europea, de tal manera que su competitividad no se vea lastrada por escenarios, principalmente geopolíticos, que hacen muy arriesgada su dependencia de proveedores de energía a largo plazo. Los recientes episodios dejan en claro que no tener cierta autonomía energética implica un grave riesgo para el bienestar económico de los europeos. Ya no hablamos solo del aire que respiramos, sino del bienestar en su conjunto.

Por lo tanto, es crucial que, ante la falta de acceso directo a reservas suficientes para obtener energía barata dentro de nuestros propios límites, el desarrollo tecnológico de las energías renovables y la electrificación de nuestra movilidad (una gran demandante de fuentes de energía externas) se conviertan en una cuestión de supervivencia a largo plazo para el continente. Ya no es solo una necesidad de preservación del medioambiente, es una simple cuestión de supervivencia. La inversión que hagamos en esta transición energética implicará retornos económicos y de bienestar futuros, mucho más intensos cuanta menos dependencia tengamos.

Es cierto que esta inversión es costosa. También que los países productores de crudo y gas van a tratar de exprimir al máximo (como estamos viendo estas semanas) los años de supremacía que les resta. El camino no va a ser fácil y será complejo de entender, como estamos experimentando. Pero ya no es solo por la necesidad de cuidar el planeta, sino además por mantener nuestro estilo de vida y bienestar.

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