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Tribuna
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España puede mirar el futuro con optimismo

El plan de recuperación es una oportunidad para acelerar la modernización. La digitalización será un vector de creación de empleo

Gorodenkoff Productions OU (Getty Images/iStockphoto)
Pedro Sánchez

En sus 45 años de andadura, CincoDías ha sido testigo y cronista de una época jalonada por importantes hitos en materia económica. Por citar algunos, se han vivido la transición democrática en España, la adhesión de nuestro país a la entonces CEE y posteriormente a la moneda única, la caída del Muro de Berlín, el auge de la globalización, la emergencia de China y el mundo multipolar. En estas dos primeras décadas del siglo XXI, donde la historia parece haberse acelerado, se unen a esa lista acontecimientos tan traumáticos como la Gran Recesión, la pandemia del Covid-19 y actualmente la guerra en Ucrania.

Estos últimos eventos conforman un escenario en el que cristalizan tendencias de largo recorrido que se venían fraguando desde hace años.

A la vez, como sucede después de toda gran crisis, están en cuestión algunos postulados fundamentales del enfoque de política económica dominante en los 80 y 90. También estamos viendo cómo se pone a prueba la conformación de la institucionalidad internacional multilateral en el último siglo. El FMI, el G20, la OMC y la OTAN han tenido que reorientar sus objetivos, su praxis o su composición.

A este entorno cambiante no es ajena la propia agenda de la Unión Europea, en su inicio un proyecto eminentemente económico, que se ha convertido en uno de los proyectos políticos más importantes de nuestro tiempo.

En los próximos años la economía española debe afrontar retos en al menos tres frentes: en primer lugar, completar la transición ecológica y la descarbonización de nuestro tejido productivo; en segundo lugar, acelerar la transición digital, sin dejar a nadie atrás; y, en tercer lugar, España y la UE deberán consolidar una autonomía estratégica abierta, reduciendo las vulnerabilidades que hoy padecemos.

España debe completar la descarbonización de nuestro tejido productivo y acelerar la transición digital sin dejar a nadie atrás

Esta ruta debe ser recorrida sin olvidar las lecciones aprendidas durante los últimos años, que nos recuerdan que las democracias liberales fuertes, auténtica raíz del proyecto europeo, precisan de sociedades cohesionadas.

Tanto las crisis afrontadas como los procesos de transición por completar deben prestar atención a un reparto justo de las cargas entre los miembros de nuestra sociedad. La desigualdad lacerante es el caldo de cultivo idóneo para el crecimiento de los populismos. Y, si estos condicionan el debate público, ninguna agenda política multilateral y de aliento largo puede completarse con éxito.

España, no obstante, ha demostrado fortaleza y resiliencia en estos últimos años, cualidades que le permiten afrontar el futuro con confianza.

El primero de ellos se manifiesta en nuestro mercado laboral. Por primera vez en décadas, España sale de un escenario de crisis global, como el provocado por el Covid, primero, y el conflicto de Ucrania, más tarde, sin una destrucción masiva de empleo.

Al contrario, los nuevos instrumentos creados, como los ERTE, junto con la reforma laboral, impactan positivamente en un mercado laboral que ha creado casi 900.000 afiliados a la Seguridad Social respecto a la cifra previa a la pandemia y que ha reducido la ratio de temporalidad en 13 puntos, casi a la mitad.

Asimismo, la composición de nuestro mercado de trabajo está reflejando profundos cambios de modelo productivo. Por ejemplo, respecto a 2019, los afiliados en las actividades de información y comunicaciones aumentan un 20%; y en un 12% los que figuran en actividades científicas y técnicas o en educación. Son la prueba más evidente de un cambio que ya está en marcha, y que hará de la digitalización un vector de creación de empleo en sectores de base tecnológica que se proyecta hacia el futuro.

En segundo lugar, la competitividad exterior de la economía española muestra una gran resiliencia. En los dos últimos años se ha acelerado una tendencia ya iniciada en la salida de la Gran Recesión.

Nuestra economía ha sido capaz de afrontar, consecutivamente, la crisis del Covid y una crisis energética internacional manteniendo superávit en la balanza por cuenta corriente y mejorando nuestra posición inversora internacional. Esta senda se apoya en la ganancia de volumen y capacidad exportadora de nuestro tejido empresarial en el que, destacablemente, los servicios no turísticos han desempeñado un papel de liderazgo. Actividades como la consultoría, la I+D, las telecomunicaciones, entre otros ámbitos caracterizados por su alto valor añadido, hoy proporcionan tantos ingresos a nuestra economía como el sector turístico.

En tercer lugar, hay otra dimensión que acredita la fortaleza y el acierto con el que nuestro país se está posicionando en el escenario que está por venir, referido a nuestro consumo energético. En 2022, el PIB español creció un 5,5% mientras nuestra demanda energía eléctrica caía un 7,4%.

Esta capacidad de ganar en eficiencia se produce a escala europea también, pero en nuestro país se manifiesta con más intensidad. Además, durante los últimos tres años, más del 40% de la generación eléctrica en España ha sido de origen renovable.

Finalmente, todas estas transformaciones tienen un claro reflejo en el avance de la productividad. Aun teniendo en cuenta que nuestro PIB está experimentando revisiones de calado, como otras grandes economías europeas, el año 2022 ha arrojado un resultado cualitativamente muy relevante, avanza con fuerza nuestra productividad –por encima del 1,5%–, mientras crece significativamente el empleo. Habría que retrotraerse a 1995 para encontrar tal confluencia entre aumento notable de la productividad y crecimiento de empleo.

España ha comenzado a transitar este azaroso comienzo del siglo XXI con una estrategia que cristaliza en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, oportunidad única para acelerar la modernización de nuestra economía con una dotación adicional de fondos para la inversión a través de los programas NGEU, RepowerEu, entre otras líneas; y una ambiciosa agenda de reformas equilibradas.

En definitiva, a pesar de la dificultad del contexto, España cuenta con bases sólidas para afrontar los desafíos actuales. Y, lo que es más importante, con notables fortalezas internas para mirar al futuro con optimismo y confianza en nuestras posibilidades.

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