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Rápido en solar, lento en eólica: por qué la descompensación entre renovables es un problema

España camina a buen ritmo en paneles, pero queda rezagada en aerogeneradores. El desequilibrio tiene consecuencias para los consumidores, que pagan precios más altos de noche

Varios molinos de viento en Las Pedrosas (Zaragoza), en una imagen de archivo.
Varios molinos de viento en Las Pedrosas (Zaragoza), en una imagen de archivo.Julio Álvarez (Getty Images)
Ignacio Fariza

España parece bien enfocada para cumplir sus objetivos de energía solar para finales de la década, pero va muy desencaminada en eólica. Una descompensación creciente y con importantes implicaciones para el conjunto del sistema: la eólica es fundamental en las horas en las que no luce el sol y, si no alcanza la velocidad de crucero requerida, la única alternativa posible es quemar en las centrales de ciclo combinado. Una necesidad que se traduce, a su vez, en una factura a pagar más onerosa para los consumidores.

La versión definitiva del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) debería estar al caer, tras meses de espera. A falta de ella, sin embargo, bueno es el borrador que el Gobierno hizo público a mediados de 2023, que apuntaba a algo más de 42 gigavatios (GW) de eólica el año que viene y a 62 a finales de la década. Lejos, muy lejos, de los 31,5 gigas actuales, según las cifras de Red Eléctrica de España (REE), que hacen prácticamente imposible el cumplimiento de esa guía no obligatoria.

“Es lógico que la solar esté creciendo tan rápido en España, tanto por recurso como por disponibilidad de terreno. Lo que no lo es tanto es que la eólica se haya ralentizado tanto”, esboza Alejandro Labanda, director de transición ecológica en beBartlet. El sector, dice, tiene sus propios condicionantes, que explican este relativo rezago: “Es más difícil de desarrollar que la fotovoltaica [cuyo coste, además, ha caído en picado en los últimos años], requiere de unos mayores plazos de tramitación y hay menos emplazamientos posibles... Está acusando más el embudo burocrático y la contestación social”.

La escasez de localizaciones óptimas y la mayor contestación social también van, en parte, de la mano. “Como quedan pocos emplazamientos, se generan algunos proyectos con líneas [de transmisión] muy largas. Y eso, a su vez, también aumenta la contestación”, sostiene Labanda. Algo que ha quedado patente en las últimas semanas, con la proliferación de voces contrarias a un gran proyecto eólico en el Maestrazgo, entre Teruel y Castellón.

“Nos preocupa el desequilibrio”

El propio sector muestra su contrariedad con esta doble velocidad. “Es un desequilibrio que nos preocupa: la eólica se ha desarrollado mucho en el pasado, pero es preocupante lo poquito que estamos siendo capaces de poner en marcha hoy”, reconoce José María González Moya, director general de la patronal APPA Renovables. “Somos el país del sol, sí, pero también estamos entre los que tiene un mejor recurso de viento de Europa”. Como Labanda, González Moya ve “los permisos y la burocracia” el mayor freno para su desarrollo en los últimos tiempos.

En su última evaluación de la senda para el cumplimiento del PNIEC, el Observatorio de la Transición Energética y la Acción Climática (OTEA) y el BC3–Basque Centre for Climate Change llegan a una conclusión similar: “El buen desempeño de la solar fotovoltaica contrasta con la energía eólica, cuya potencia instalada está yendo más lento de lo esperado”, decían en un documento conjunto publicado en julio.

La eólica, continúa Natalia Fabra, catedrática de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid especializada en temas energéticos, es “una de las cuatro patas esenciales del sistema eléctrico que viene: fotovoltaica, eólica, almacenamiento y redes”. De forma que, si su desarrollo no marcha al ritmo esperado, “será difícil cumplir los objetivos y tendremos un problema... por eso la diversidad tecnológica es tan importante y tan positiva”. Con todo, Fabra llama a no obsesionarse con el cumplimiento del PNIEC per se: “No deja de ser una guía, una hoja de ruta, sujeta a incertidumbres”, esgrime por teléfono.

Efectos indeseados

Todos los analistas consultados ven varios efectos no precisamente deseados en este creciente desequilibrio en el binomio renovable. De día, cuando luce el sol, se desaprovecha cada vez más electricidad; una realidad especialmente acusada los fines de semana y en primavera. De noche, en cambio, los precios se disparan; en gran medida por un insuficiente aporte renovable que tendría que proceder de la eólica.

Acelerar en el despliegue de aerogeneradores, sintetiza Labanda, es “la única forma” de reducir los precios en las horas no solares y seguir expulsando el gas del sistema. “O nos llevamos prácticamente toda la demanda a las horas centrales, algo que va a ser difícil, o vamos a tener un problema si no se desarrolla más eólica”, avisa el jefe de APPA. Los aerogeneradores son, en fin, necesarios para cumplir las metas de descarbonización. Sobre todo si el consumo de electricidad confirma de una vez por todas su despertar tras el largo letargo iniciado con la crisis energética y confirma las previsiones para los próximos años.

Sin molinos en el mar

Si una tecnología está cambiando el paradigma de la transición a las renovables en gran parte del centro y el norte de Europa, esa es la eólica marina. A finales de 2023, casi la cuarta parte de la matriz eléctrica de Dinamarca ya descansaba sobre los molinos de viento instalados en el mar, según las cifra de la patronal continental WindEurope. Tanto Países Bajos como Bélgica ya estaban por encima del 10%. Y en Alemania, el mayor consumidor de electricidad del Viejo Continente, rondaba el 5%.

España, en cambio, aún no cuenta con ningún parque eólico marino —a escala industrial, no prototipos— y tendrá que esperar, en el mejor de los casos, hasta finales de la década para tener uno inyectando electricidad a la red. Un retraso respecto a otros grandes países europeos que no responde a una falta de voluntad de la Administración o de los desarrolladores, sino a una cuestión puramente orográfica: el perfil de la costa española —con mucha profundidad a poco que uno se aleja de la orilla— obliga a que los molinos a instalar sean flotantes y no anclados al lecho marino, lo que eleva muy sustancialmente su coste y ralentiza su instalación.

La hoja de ruta gubernamental para la eólica marina —consolidada en el PNIEC— contempla entre uno y tres gigavatios instalados en el mar en 2030. Una cifra que se antoja lejana, a tenor del retraso acumulado. También en lo normativo: pese a la promesa de que estaría listo antes del verano, el real decreto que contendrá el andamiaje legal para su despegue sigue sin ver la luz.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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