20 años de Vueling: José Manuel Lara sabía lo que hacía
La aerolínea supuso un cambio de estrategia en la oferta de los vuelos ‘low cost’
Vueling alcanza sus 20 años de vida habiendo ido más allá de la mejor de las predicciones iniciales. Su aportación para el conjunto de la economía española en estas dos décadas ha sido relevante pero, de manera muy especial, para Barcelona. La compañía aérea ha resultado determinante en la conectividad de la ciudad, especialmente en su eclosión como ciudad turística a lo largo de todo el año.
El gran acierto fue entender que, lejos de pretender insostenibles conexiones intercontinentales, la oportunidad radicaba en conectar Barcelona con sus espacios naturales de desarrollo: España y la Unión Europea. Una sensatez que le ha permitido reforzar conexiones ya existentes así como crear muchas nuevas rutas con ciudades medianas, entonces al margen del mapa aéreo, que han resultado altamente oportunas en esta Europa tan interconectada. Asimismo, la línea supuso la aparición de un concepto de low cost amable y cercano, a diferencia de otras compañías que, en ocasiones, parecía que hicieran del maltrato al viajero una de sus características identitarias.
Estando de aniversario siempre corresponde recordar y reconocer a los impulsores del proyecto pero aún más en este caso, pues de acercarnos a los orígenes podemos extraer algunas lecciones para el futuro; aprender de lo que fue bien y de lo que no en unos años en que el futuro aeroportuario se convirtió en una de las grandes cuestiones del país.
Hace 20 años, a inicios de este siglo, Barcelona, y Cataluña en general, vivía un sentimiento dispar, incluso contradictorio. De una parte, el país avanzaba, inmerso en una globalización rampante; años de euforia que convivían con la sensación generalizada de que Cataluña perdía peso relativo con respecto a un Madrid que se modernizaba a toda velocidad favorecido, en alguna medida, por las fuerzas de la globalización y las políticas gubernamentales. Una sensación de agravio generalizado, y exagerado, entre el empresariado catalán que le llevaba a exigir la ampliación del aeropuerto del Prat para convertirlo en hub de vuelos intercontinentales.
Con este estado de ánimo se llegó a la gran convocatoria empresarial y social del IESE en 2007 y a la posterior compra de Spanair en 2009. Una adquisición que hizo vibrar al país pues, además, coincidió con la inauguración de la nueva terminal aeroportuaria; inmersos en ese clima de euforia, sus nuevos propietarios y gestores garantizaron que, en poco, la recién adquirida compañía conectaría Barcelona con todo el mundo. Sin embargo, al cabo de tres años entró en liquidación. ¿Las razones del estruendoso fracaso? Seguramente el dejarse llevar por la excitación de aquellos años, diseñando una operación sustentada en un apoyo político identitario, un populismo accionarial y carente de los recursos que requiere una compañía aérea. Sin capital y sin proyecto, la cosa acabó fatal.
Por el contrario, el proyecto de Vueling estaba muy elaborado, con un accionariado suficiente, un equipo directivo experimentado y la certeza de que el proyecto sólo adquiría sentido desde Barcelona. Por ello, a sus promotores sólo les faltaba una pieza: el socio local. Y aquí es donde emerge el añorado José Manuel Lara, con quien me veía muy a menudo en aquellos años.
Recuerdo cómo, semana tras semana, le preguntaba por el proyecto de Vueling y me comentaba que los promotores seguían sin encontrar un socio local que incorporar al accionariado. Nos sorprendía cómo un proyecto tan bien diseñado, que podía favorecer a un sector tan fundamental como el turístico, no despertara el interés de ninguno de los enriquecidos empresarios catalanes del sector. Finalmente fue el grupo empresarial liderado por José Manuel Lara, que nada tenía que ver con el turismo, el que se integró en el capital fundacional, permitiendo que la nueva compañía aérea arraigara en Barcelona.
A la vista de la salud con que Vueling alcanza los 20 años, parece indiscutible que José Manuel Lara sabía lo que hacía. De una parte, con su apuesta por el proyecto de una compañía aérea low cost que conectara a su ciudad con Europa. Y, de otra, con un discurso que alteraba a la mayoría empresarial del país, al señalar que parte del atraso relativo de Barcelona era responsabilidad de su élite económica, incapaz de arriesgar y asociarse para grandes proyectos. Con lo que le encantaba provocar, aprovechaba la mínima ocasión para dirigirse a auditorios empresariales señalando: “Preferís una tienda en el Paseo de Gracia al 5% de El Corte Inglés”. Felicidades y mucha suerte a Vueling.
Jordi Alberich es economista
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