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Empresas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jaume Roures, su traumático adiós a Mediapro y las facturas pendientes

La productora afronta la salida de un interlocutor privilegiado para muchos derechos audiovisuales

Jaume Roures, durante una rueda de prensa en París.
Jaume Roures, durante una rueda de prensa en París.CHARLES PLATIAU (Reuters)

Era un hervidero. Centenares de personas colapsaban los caminos entre el Dragon Khan y Ferrari Land. Jaume Roures y Tatxo Benet, fundadores de Mediapro, habían cerrado Port Aventura para los 7.000 trabajadores de la productora, que a mediados de junio de 2019 celebraba su 25 aniversario. Ataviados con camisetas conmemorativas de color verde lima y bajo el lema Jo també vaig ser-hi! (¡Yo también estuve allí!), la plantilla no solo celebraba un éxito empresarial impredecible para muchos, sino también una forma de alcanzarlo. No era difícil apreciar el sentimiento de pertenencia de quienes, con sus familias, entre DJ y conexiones con las delegaciones de Miami o Bogotá, se acercaban con dificultad hasta los jefes para, simplemente, estrecharles la mano. Casi un lustro después de aquel festejo, Roures (Barcelona, 1950) era forzado este viernes a abandonar su propia casa, la que fundó en 1994 y a pocos meses de llegar a las tres décadas al frente de la misma. El enemigo exterior, que tantas veces sirvió para aunar a los suyos, esta vez estaba dentro.

Su verdugo no tiene cara conocida, pero tiene nombre: Southwind Media. Se trata de la firma de inversión hongkonesa que atesora el 85% del capital de la compañía desde que los problemas financieros derivados del Covid obligaron a los socios históricos a buscar fondos a cambio de perder control. Aseguran fuentes empresariales conocedoras del desencuentro que Roures no comparte ni la filosofía que busca imponer el dueño asiático, contraria a los principios fundacionales de la casa, ni la estructura societaria que viene, con un propietario al que no es difícil rastrear vinculaciones con el mundo de las apuestas y el juego. Benet y el equipo directivo, que se quedan, no parecen albergar esa desazón. El desgarro en la casa es inefable.

Los roces escenificados por ambas partes en la salida así lo atestiguan. Entre denuncias de censura, Roures aseguró que “fue Tatxo quien me dijo que los canales internos de la empresa no se podían utilizar para cosas que no fuesen convenientes”, lo que le obligó a despedirse de la plantilla desde su correo personal. El ejecutivo se negó a asumir el término “desvinculación” para explicar su adiós y dejó claro que no se quedará de brazos cruzados y abrazará nuevos proyectos.

Trotskismo en la empresa

“Hablamos de un trotskista irredento, incombustible”, explica un compañero de fatigas que se define como su amigo y recuerda sus tiempos en la catalana Liga Comunista Revolucionaria y el paso por la cárcel, allá por los años setenta. Una época de lucha en la que coincidió con comunistas ilustres, como Manuel Vázquez Montalbán, buen conocedor de las celdas de la Modelo. “De forma más o menos consciente, para lo bueno y para lo malo, él ha trasladado esa filosofía, ese espíritu, a las guerras empresariales. Por ejemplo, la sensación de ser perseguido y el carácter indómito. También el feroz individualismo y un inconformismo casi patológico”, reflexiona. Suficiente para entender su salida de Mediapro a los 73 años, de su proyecto vital, por sus desencuentros con el principal accionista.

Con este enfoque se lanzó a las denominadas ‘guerras del fútbol’, conflicto que Mediapro mantuvo durante años con el grupo Prisa (compañía editora de El País y CincoDías) y que incluso obligó a la productora a declararse en concurso voluntario de acreedores en el año 2010. Al final, en los estertores de los años ochenta, el tándem Roures-Benet inventó -o desde luego, sublimó- un negocio de la nada, esto es, la adquisición de los derechos audiovisuales de los clubes de fútbol para luego comercializarlos. Las televisiones, probablemente el eslabón débil de la cadena, aguantaron entonces y resisten hoy, en gran parte porque el crecimiento del negocio futbolístico en términos empresariales ha sido exponencial. Benet y Roures tuvieron visión. Con Mediapro como agencia exclusiva para la comercialización internacional de los derechos televisivos, La Liga ha pasado de unos ingresos de 150 millones en la temporada 2009-2010, a más de 700 en la 2021-2022. La compañía factura hoy 1.200 millones.

El adiós de Jaume Roures de Mediapro, de hecho, abre un frente cuyo impacto solo el tiempo podrá medir. Como la fórmula de la Coca-Cola, la obtención de esos valiosos derechos, a menudo adquiridos tras subastas más o menos transparentes, se ha rodeado en estos años de secretismo y de un halo misterioso, un laberinto del que Roures parecía conocer todas las salidas. No falta quien en el sector simplifica ese know-how aludiendo a la condición del ejecutivo barcelonés como interlocutor privilegiado de actores clave del mundo del deporte y la comunicación, un valor irremplazable para cualquier organización. Aquí también juegan las querencias y el carácter del propio empresario, conocido como ‘Melan’ durante sus años de afiliación política por sus accesos de melancolía. Hermético y parco en palabras, tiene fama de no fallar a los suyos. Sus silencios han reforzado el carácter místico de un negocio a priori sencillo, pero que Mediapro ha parecido ejercer por momentos en términos de monopolio por nolo contendere.

De los fracasos al cine

No todo han sido éxitos, empero, en estos años. Su proyecto más personal, realizado al margen de Mediapro, el diario Público, arrojó pérdidas de decenas de millones de euros en apenas tres años y se vio obligado a bajar la persiana de manera traumática, con un elevado coste para los profesionales que apostaron por sumarse a la apuesta editorial. Su recompra posterior de la cabecera le granjeó un rosario de críticas. Luces y sombras presenta la aventura de La Sexta, en cuyo accionariado participaba de forma indirecta. Tras invertir más de 600 millones en un lustro, los accionistas -encabezados por la Televisa de Emilio Azcárraga Jean- pasaban página y le encontraban cobijo en Atresmedia, donde se ha garantizado la supervivencia, aunque lejos de la idea original. La participación del 7% en la cadena de Planeta que obtuvo el conglomerado en aquella operación permitió a Benet ocupar un sillón en el consejo de la cadena. Capacidad de influencia, cero. Las pupilas de Roures se iluminan cuando habla de cine y de las películas producidas, entre otros, a Woody Allen. Su nombre figura en títulos de crédito de cintas que son ya clásicos del celuloide.

La pregunta del millón es qué va a hacer ahora el poliédrico y esquivo empresario. Fuentes de su entorno aseguran que ni él mismo lo sabe, aunque también deslizan que, pese al palo recibido, está mejor de ánimo y más entero que cuando salió de forma abrupta de TV3. Después, creó de la nada todo un imperio. Entonces iba del brazo de Benet, hoy supera los 70 años. Está por ver también cómo se resuelve la venta de su 5% en Mediapro, un porcentaje que no tiene sentido mantener a la vista de su desafección con el proyecto del accionista mayoritario y que, a tenor de la valoración de la compañía, puede reportarle cerca de 100 millones de euros. Su filosofía de vida no va a cambiar y quienes le conocen lo saben bien. Corría el año 2009 y Roures comparecía en el Hotel Ritz de Madrid, pantalones vaqueros desgastados y americana negra, ante lo más granado de la comunicación. “Somos gente corriente que pica piedra”, descerrajó con intención para alejarse de toda etiqueta y distinguir su proyecto. Desde el viernes, ya no es el suyo.


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