Juan José Hidalgo: El penúltimo vuelo del halcón de Salamanca
Uno de los mantras del presidente de Globalia es que para ser un buen empresario hay que haber pasado muchas noches sin dormir
Juan José Hidalgo, presidente de Globalia, es de los pocos empresarios españoles vivos con película biográfica (Hidalgo: el vuelo del halcón, 2016), un relato épico sobre comienzos humildes y triunfos rotundos. Hidalgo nació en 1941 en Salamanca; en una época y en una tierra en la que el hambre daba cornadas y fabricaba toreros. Hidalgo no era de toros. Mercadeó con pieles y trabajó donde pudo hasta que enfocó sus energías en convertirse en empresario, una forma de salir de aprietos.
En 1960, cuando triunfaba en los ruedos su paisano Santiago Martín El Viti, Hidalgo emigró a Suiza. Un salto enorme. De un pueblo de 1.000 habitantes con nombre engañoso, Villanueva del Conde –”Ni es villa, ni es nueva, ni tiene conde”, ha comentado el propio Hidalgo– al corazón de Europa. Todo para escapar de una situación difícil. El aspirante a triunfador dejó atrás una familia humilde y ocho hermanos menores para perseguir el sueño de todo emigrante: hacer fortuna. Juan José Pepe Hidalgo ha confesado a sus amigos que su determinación de hacerse rico era absoluta. Nada más importaba. O con el escudo o sobre el escudo.
Las dificultades curten. De la emigración, Hidalgo obtuvo una capacidad de resistencia que hasta sus rivales competidores le han reconocido. Trabajó de todo, fue albañil y pintor, ahorró y se compró un Mercedes –primer símbolo, primer éxito– con el que inició su actividad como transportista de emigrantes. El sueño comenzó a tomar forma.
Primero de autocar –entre servicio y servicio, dormía en el pasillo–, luego de flota de autocares y más tarde de oficina de viajes (Halcón, 1972). Más y más. El sueño se transformó en aerolínea (Air Europa), en turoperador (Travelplán) y en grupo empresarial (Globalia) con empresa ferroviaria, hotelera, handling y hasta telefónica (Pepephone). La cumbre.
En 2019, el gran año prepandemia, el grupo del empresario salmantino facturó más de 4.000 millones. A esas alturas, Hidalgo es un ciudadano del mundo, con doble nacionalidad española y dominicana, que hace piña con otros triunfadores como Julio Iglesias o el periodista José María García.
Duro, tosco en sus maneras, según sus rivales, y sin formación académica, Hidalgo fue ninguneado en el ascenso por los empresarios de postín. El refinado Miguel Blesa –ya fallecido–, amigo de Aznar, que fue vicepresidente Iberia y presidió Caja Madrid, fue uno de los sorprendidos por la determinación –y los modos– de Hidalgo. Blesa negoció con el tycoon de Villanueva del Conde la venta de Iberia a Air Europa en el año 2007. La operación, según Hidalgo, llegó a estar cerrada, pero la vetó la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
Una razón más para que Hidalgo nunca haya querido acercarse mucho a la política, un espacio que considera menos fiable que los negocios. Su base es más real. Uno de sus mantras es que para ser un buen empresario hay que haber pasado muchas noches sin dormir. Nadie sobrevive en un mundo empresarial en competencia creciente sin olfato. Y el olfato de Hidalgo compensaba con creces cualquier carencia.
Quienes han seguido su trayectoria empresarial destacan que el empresario siempre ha tenido un sentido práctico de la gestión de las empresas. En algunos puntos ha sido un adelantado. Apostó por la capacidad de gestión de las mujeres en tiempos en los que era poco menos que un tema tabú. Y es firme en las decisiones. No es partidario de cambiar equipos hasta que la situación es insostenible.
Con firmeza y mano izquierda, Hidalgo recondujo una relación difícil con su hijo Javier. No fue fácil porque, como padre, sufrió lo indecible cuando vio al heredero, nacido cuando el grupo empresarial ya era sólido, convertido en carnaza de las revistas del corazón. Los roces entre ambos –que los hubo– trajeron de cabeza al empresario, contrariado por el estilo de Javier, capaz de fletar vuelos con decenas de amigos para asistir a la boda de la cantante Paulina Rubio, o para acudir a una corrida de toros de José Tomás en Nîmes.
Pero la familia es la familia. En 2016, Hidalgo ascendió al hijo varón –tiene otras dos hijas– del cargo de director general a consejero delegado de Globalia. Con 75 años, quien había tenido bajo control directo toda la estrategia corporativa, los movimientos grandes y pequeños e incluso la estrategia de comunicación señalaba al sucesor.
Venta de Air Europa a IAG
El reto era grande: consolidar el grupo, tantear su posible salida a Bolsa y explorar oportunidades en la liberalización ferroviaria –en consorcio con Talgo y el fondo Trilantic–. Javier Hidalgo intentó implantar su sello personal. Su padre, en una decisión acertada y rentable, había apostado por el Caribe para combinar vuelos con hoteles y agencia de viajes. Nació Be Live, más de una treintena de establecimientos de cuatro y cinco estrellas bajo seis marcas distintas. El hijo, Javier, ideó una cadena para mileniales –Melody Maker–, independiente de la hotelera Be Live. No fue un éxito.
La pandemia lo cambió todo. Agravó problemas y hundió el tráfico aéreo y el turismo. Tres años después, Globalia acaba de cerrar la venta de Air Europa a IAG por 500 millones; se ha desprendido de su parte en la sociedad constituida con el grupo hotelero Barceló en 2020 (Ávoris Corporación Empresarial) y Javier Hidalgo ha salido del grupo para emprender en solitario.
El imperio del halcón queda compuesto por Groundforce, que brinda servicios de asistencia en tierra, y por la cadena Be Live Hotels, con establecimientos en España, Portugal, Marruecos, Colombia, Cuba y República Dominicana. Hidalgo, de 82 años, sigue a pie de obra. Todavía acude a la sede del grupo. La vida, al contrario de lo que cantó en su día su amigo Julio Iglesias, no sigue igual. Sin duda, Hidalgo recuerda tiempos mejores, pero sin olvidar que los hubo peores.
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