Cómo mitigar el impacto financiero de una incapacidad
Trazar un plan de previsión para ganar tranquilidad financiera es fundamental
Las incapacidades están ligadas a la imposibilidad de realizar una actividad laboral, es decir, a no poder cumplir con un puesto de trabajo y con unas tareas concretas por una enfermedad o accidente. Estas pueden ser de carácter temporal o permanente y, dentro de esta última, la Seguridad Social reconoce la incapacidad permanente parcial para la profesión habitual, la incapacidad permanente total para la profesión habitual, la incapacidad permanente absoluta para todo trabajo y la gran invalidez.
Si padecemos una incapacidad es muy probable que no podamos seguir generando el mismo nivel de rentas al que estábamos acostumbrados. Esto, en la mayoría de los casos, va a hacer que nuestros ingresos se reduzcan, mientras que nuestros gastos, muy posiblemente, aumentarán porque puede que necesitemos algún tipo de ayuda externa o que tengamos que adaptar alguna zona de nuestra vivienda.
¿Qué ocurre si nos encontramos en esta situación? ¿Nos hemos llegado a plantear qué puede pasar si sufrimos una incapacidad permanente que nos impida trabajar y seguir generando el mismo nivel de rentas? ¿Lo hemos previsto a la hora de definir nuestro plan financiero y nuestra estrategia de inversión?
En estas situaciones, si padecemos una incapacidad y somos la principal fuente de ingresos de nuestra familia es muy probable que nuestra principal preocupación sea cómo podemos protegerlos a ellos y asegurarnos de que esta incapacidad tenga el menor impacto económico posible. ¿Qué debemos saber? Lo primero es determinar qué déficit se podría generar y cómo tendríamos que cubrirlo. Y, en este sentido, tenemos que hablar de las ayudas y prestaciones públicas y de cómo el ahorro privado que generemos y vayamos invirtiendo nos puede ayudar.
Planificación financiera: de las prestaciones al ahorro privado
Si hablamos de una incapacidad temporal, comúnmente conocida como baja laboral, nos estamos refiriendo a la situación en la que nos es imposible realizar nuestro trabajo por un accidente o una enfermedad. Su duración máxima es de 12 meses.
En cambio, la incapacidad permanente se reconoce cuando las capacidades del trabajador se ven disminuidas o anuladas de forma permanente por un tratamiento médico o, por ejemplo, por una intervención quirúrgica. En general, una incapacidad permanente viene diagnosticada tras haber pasado por una baja médica y puede llegar a tener una prestación económica en función del grado: incapacidad permanente parcial, total, absoluta o de gran invalidez.
Todos los grados de incapacidad son revisables y pueden llegar a modificarse, en momentos puntuales. En cualquier caso, si padecemos una incapacidad tenemos derecho a un subsidio económico, pero ¿es suficiente?
Esta cuantía que recibiríamos dependerá siempre del grado de incapacidad. Además, exigen algunos requisitos generales y de cotización, aunque si la incapacidad viene por un accidente (laboral o no) no se exigen cotizaciones previas.
El subsidio está determinado por la base reguladora, que se calcula dividiendo el importe de la base de cotización del trabajador durante el mes anterior a la prestación entre el número de días a los que se refiere la cotización.
La incapacidad permanente parcial consiste en una indemnización fijada, que es igual a 24 mensualidades de la base reguladora. La permanente total es el 55% de la base reguladora y se incrementa en un 20% a partir de los 55 años cuando se presuma la dificultad de obtener empleo en una actividad distinta a la habitual. Si es permanente absoluta es el 100% de la base reguladora y, por último, si es gran invalidez se obtiene aplicando a la base reguladora el porcentaje correspondiente a la incapacidad total o absoluta, que se incrementa con un complemento.
A pesar de ser una cantidad de dinero que nos ayudaría con los gastos, puede no llegar ser suficiente para cubrirlos al completo y poder seguir con nuestros objetivos y los planes que teníamos, para nosotros y para nuestra familia. Por ello, es clave anticiparse y trazar un plan de previsión que proteja nuestro proyecto biográfico y nuestro plan de futuro.
Con la ayuda de un asesor financiero podremos pensar en nuestros objetivos y preocupaciones y, dentro de ese plan personal, pondremos en números esa situación inesperada para ver qué distintos escenarios se nos abren y cuál sería la mejor fórmula y qué producto financiero o seguro es el que realmente necesitamos para protegernos a nosotros y a nuestros seres queridos.