No hay bolas de cristal para el problema de las burbujas
Estos procesos de sobrevaloración tardan mucho en formarse, pero es imposible determinar con precision y a priori cuando van a terminar
Hace años ya que la palabra burbuja se ha vuelto una parte recurrente dentro del léxico financiero. Nos hemos acostumbrado a vivir con eventos como la explosión de las TMT a principios de siglo, el crecimiento desmedido del mercado inmobiliario antes de la crisis financiera global, o el auge de las criptodivisas. Todos ellos son procesos que podemos identificar con ese concepto de burbuja, entendido este como el auge de unos precios que son, a todas luces, injustificables por sus fundamentales.
Cuando una situación de sobrevaloración alcanza el calificativo de burbuja la actitud de los inversores se bifurca en dos direcciones: la primera es identificar que la situación tiene cada vez menos sentido y actuar en consecuencia, mientras que la segunda opción suele ser la negación y la búsqueda de cualquier justificación, más o menos imaginativa, para seguir disfrutando de ese proceso de expansión de múltiplos sin control.
Cualquiera de las dos opciones escogidas es difícil de gestionar. La solución de no hacer nada suele suponer un beneficio en el corto plazo y una catástrofe en el largo. La primera opción tampoco está exenta de riesgos; puedes hacer un acertado juicio sobre la situación, pero ponerte en contra del mercado puede destrozarte igualmente si la burbuja se extiende en el tiempo. Como siempre sucede en estos casos, la prudencia suele ser la mejor norma de actuación.
Esto supone el principal problema con estos procesos: las burbujas. Tardan mucho tiempo en formarse, pero es imposible determinar con precisión, y a priori, el final de las mismas. Esto es así porque estimar el momento de pinchazo de una burbuja entra dentro del terreno de la adivinación y la capacidad de anticipar el futuro es algo que nunca debería estar en el haber de un gestor.
Dentro de los ejemplos que poníamos anteriormente nos faltaba el más reciente de todos, que no es otro que la renta fija. El ejercicio que estamos a punto de cerrar pasará a la historia por unas pérdidas en renta fija que no tienen ninguna comparación histórica. En nuestra opinión, es tan interesante la espectacular caída de los bonos como el proceso que llevó el precio de los mismos a unos niveles insostenibles.
En esta misma columna, hace unos años, escribimos: “Cada decisión y acción que desarrollamos tiene un coste y los bancos centrales no son ajenos a esta máxima. Este coste es que, dada esta inflación de activos, los riesgos no se encuentren fielmente reflejados en el precio de los mismos. ¿Por qué los inversores tenemos que financiar a una empresa o a un Estado a tipos negativos?¿Por qué tenemos que realizar inversiones a muy largo plazo a tipos negativos?¿Por qué el swap de inflación cinco años de la Eurozona cotiza a 1,52% y el bono alemán en ese mismo plazo tiene una rentabilidad de -0,36%?”. Y finalizaba con una pregunta; “¿Es sostenible esta situación durante un tiempo prolongado?”
No sé si casi cuatro años es un tiempo suficientemente prolongado o no, pero lo que sí podemos afirmar es que cuando escribimos eso sabíamos que estábamos ante un proceso en el que precio y fundamentales no casaban (por la intervención de los bancos centrales, principalmente), pero no teníamos ni idea de cuando este proceso podría normalizarse. Si hubiéramos decidido, por ejemplo, mantener una posición corta agresiva sobre bonos de larga duración, el movimiento del mercado habría aniquilado esas posiciones. Sin embargo, sí que ser consciente de una anormalidad que se está formando te permite no participar de ella y no tener que ver como el mercado barre doce años de ganancias en renta fija en apenas unos meses.
Howard Marks siempre hace referencia a que no se trata de adivinar, se trata de intentar saber dónde estamos y tiene razón. Por ejemplo, ahora mismo no podemos saber qué pasará con la inflación en el corto plazo, si tendremos algún tipo de escalada bélica en Ucrania, o cómo de profunda será la contracción económica, pero sí podemos hacer el ejercicio de intentar situarnos en el ciclo, de ser conscientes que ya se pueden hacer inversiones a tipos reales positivos (en el largo plazo), de saber que ya no financiamos a empresas o Estados a tipos negativos y entender que los actuales niveles de tipos ya son mucho más consecuentes con la realidad económica y no con el intervencionismo de las autoridades monetarias.
Todo esto debería redundar en la tranquilidad de un inversor de renta fija que, paradójicamente, hoy está mucho más nervioso de lo que estaba hace unos años con tipos de interés negativos.
David Ardura es Director de Inversiones Finaccess Value