Amenazas a la paz en Estados Unidos
El país, pendiente de la tensión entre republicanos y demócratas tras la inédita incursión del FBI en la mansión de Trump, y del conflicto con China
Habrá repercusiones por lo de Mar-a-Lago, cuando ganemos las elecciones”, me dice un congresista del estado de Texas en el condado de San Antonio, lugar adecuado para hablar de guerras. Aquí se libró la histórica batalla de El Álamo por la independencia de Texas respecto a México, y su incorporación a la Unión. De aquello, queda la fachada de la iglesia donde se refugiaron los tejanos cuando las tropas del general Santa Anna arrasaron a Davy Crockett y otros héroes americanos. Texas fue, desde su creación, un estado demócrata, al igual que todos los estados del Sur, incluso durante la Guerra Civil de 1861-1865 (Lincoln era republicano de Illinois). Un siglo más tarde, el presidente Lyndon B. Johnson aprobó la Ley de Derechos Civiles a favor de los afroamericanos. Fue entonces cuando el Sur y Texas se hicieron republicanos. La excepción fue Bill Clinton (íntimo amigo de la familia Bush), para quien trabajó un servidor entre 1993 y 2000. Clinton entendía el Sur, tenía empatía y se ponía en el lugar del otro. Sus fallos fueron suyos y no afectaron a la nación, que, con él, vivió la expansión económica más fuerte de la historia de América gracias a la computación, las tecnologías de la información, la extensión del PC e internet.
Clinton, demócrata del Sur, jamás hubiera llevado la nación al punto en que se habla de guerra civil en las calles de San Antonio, Texas y en las de Seattle (Washington, sede de Amazon y Microsoft), Silicon Valley (sede de gran parte del sector TIC-digital, Apple, Alphabet-Google-YouTube, Meta-Facebook-Instagram); en las calles de Los Ángeles (43 millones de habitantes, 48% de hispanos legales); en Miami (Florida), que, como Texas y Arizona está recibiendo el éxodo de empresas tecnológicas que huyen de políticas demócratas de extrema izquierda que no son las de Bill Clinton ni Barack Obama, sino de Soros, Bernie Sanders, Ocasio-Cortez y Gates. Oracle, Sun Microsystems, Intel, Dell, Tesla, Meta y mil firmas tecnológicas más se mudan al Sur, atraídos por las políticas business friendly de republicanos y demócratas del Sur.
Un 62% de hispanos votarían republicano hoy. No tendrán que esperar mucho: en noviembre se renuevan las cámaras legislativas (Representantes y Senado) y gobernadores. Todas las encuestas (y son muchas) dan una victoria rotunda a los republicanos. El presidente Biden es una rémora para los demócratas, tanto de centro como de izquierdas. Cierto que en el 83% de las elecciones de medio mandato en EE UU, ha ganado el partido opuesto al del inquilino de la Casa Blanca. Barack Obama, en su decencia y honestidad (un servidor trabajó para Obama entre 2009 y 2016), reconoció el “revolcón y paliza” dado por los republicanos. A Trump le sucedió en 2018, a Bush en 2006 y a Clinton en 1995. Pero en los tres casos, el presidente no era el problema. En 2022, sí.
Kamala Harris, a quien conocimos en los años noventa en San Francisco como fiscal general, y era mujer dura con el crimen, ha dado un paso atrás como vicepresidenta. Lógico. Ella podría jugar un papel esencial en las elecciones presidenciales de 2024, a las que, nadie duda, concurrirán Trump y Biden. Con los mismos datos económicos de empleo de hoy, Trump ganó elecciones, pero Biden las perderá: a pesar del pleno empleo y un mayor control de la inflación, y la fuerte iniciativa legislativa sobre cambio climático, impuestos y precios, entre otras materias, nadie da un duro por Biden. Normal que Kamala se mantenga en un segundo plano.
Ordenar desde el departamento de Justicia, de quien depende el FBI, arrasar la vivienda de un expresidente es inédito en la historia de América. Ni a Nixon le sucedió por el escándalo Watergate, ni a Clinton por el caso Monica Lewinsky: ambos presidentes fueron sujetos a un proceso de impeachment (Nixon dimitió antes de que sucediera, buscando el perdón presidencial de su sucesor, Gerald Ford, como así fue). Parece un intento desesperado de Biden para quitarse de en medio a Trump, cara a las elecciones presidenciales de 2024. Incluso pudo haberse hecho, pero sin publicidad, por sentido común: medio país está muy enfadado con Biden y el trending topic en redes sociales es #civilwar.
Es aberrante. Aunque según el gran sociólogo norteamericano Darrell Bricker, “la guerra civil americana de 1861-1865 se cerró en falso y hay heridas abiertas”, y premios Nobel de economía como Paul Krugman (de izquierdas) coincidan, muchos historiadores han publicado que las guerras “civiles nunca acaban” (Paul Preston, Stanley Payne, Hugh Thomas, John Elliott). Pero eso no significa provocarlas.
Como la guerra comercial con China y sus reverberaciones en Taiwán tras la provocadora visita de Nancy Pelosi. Es doctrina militar norteamericana no librar guerra en dos frentes al mismo tiempo. Foreign Affairs y The Economist piden esta semana que “América se prepare para un potencial enfrentamiento con Rusia y con China”. Este planteamiento es irresponsable y peligroso. El Pentágono ya prepara cualquier escenario, pero no lo publicita.
En la Segunda Guerra Mundial, América no abrió el famoso “segundo frente” que pedía Stalin contra Alemania, sino tras dos años de island-leapfrogging (el salto de la rana de las islas) entre 1942 y 1944. En el Pacífico, donde lucharon los futuros presidentes Kennedy y Bush, la tasa de marines muertos fue de 5 a 1, comparada con la de los GI (soldados) tras el desembarco de Normandía.
¿Quién puede ser tan irresponsable de querer una guerra entre potencias nucleares?
Mejor, quedarnos con los debates Trump-Biden.
Jorge Díaz Cardiel es socio de Advice Strategic Consultants, autor de ‘El New Deal de Biden’