El libro del verano y sus lecciones empresariales
En ‘Agua y jabón’, la autora alaba el deseo de perdurar del club más selecto de empresas familiares del mundo Habla del trabajo de firmas como Hermès para satisfacer los sueños de los clientes
Los Hénokiens se reúnen una vez al año en algún lugar discreto –del 30 al 2 de julio celebraron su congreso anual en Venecia (Italia)–. Se trata de una asociación de empresas familiares, que nació en 1981, con varios rasgos en común: todas tienen una antigüedad mínima de 200 años –hoy en día, hay 52 miembros, de los cuales, 13 son italianos, 15, franceses, 10 japoneses, cuatro alemanes, otros tantos suizos, dos holandeses, un inglés y un austriaco–, todas ellas están dirigidas por algún descendiente del fundador de la compañía, cuya familia debe ser propietaria o accionista mayoritaria, además de gozar de buena salud financiera. A esta asociación hace referencia la escritora Marta D. Riezu (Terrasa, 1979) en su primer libro Agua y jabón, uno de los libros del verano, que ha sido reeditado este año por Anagrama, tras agotarse la primera edición publicada por la editorial Terranova.
Contiene auténticas perlas sobre la sencillez, la elegancia involuntaria, esa que no tiene que ver con la moda, ni con el dinero ni con lo estético, pero sí con aquello que definió el polifacético Cecil Beaton como agua y jabón. O lo que es lo mismo, lo elegante es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida. Y si por algo se caracterizan los miembros de Les Hénokiens es precisamente eso, el deseo de permanecer. La autora destaca tres cosas de este grupo: el humor que desprende el nombre –Enoch, padre de Matusalén, que vivió siglos y no hubo muerte de por medio, ya que se fue vivo al cielo–, el hecho de que se reúnan sin otro pretexto que comer, beber e intercambiar ideas. “Se saben en extinción y no aspiran a más”, explica Riezu, que detalla la naturaleza de sus miembros: madereros, forjadores, metalúrgicos, azafraneros o viñateros. Y, por último, considera esperanzador que en esas reuniones haya gente joven que entienden que la eficacia y la experiencia son grandes compañeros.
También las ilusiones son intocables. No se juega con ellas. Y precisamente, según se narra en el libro, una de las marcas de lujo por excelencia como es Hermès, que, además de exquisita, entiende el error como algo productivo, tiene un departamento, Hermès Horizons, donde recibe pedidos insospechados. Los encargos a medida llevan su tiempo, y educar en el arte de la espera es consustancial a la casa. Precisamente, para el director artístico de la firma francesa, Pierre-Alexis Dumas, es importante ser diferente, ya que “asusta un mundo en el que la gente sea tan infantil como para exigir todo al momento”.
De ese taller salen guantes de boxeo, cofres para tesoros, cañas para pescar o planisferios. Pero lo importante aquí no es el precio, considera Riezu, sino el hecho de que “Hermès se dedica con una docilidad culta al business of saying yes (negocio de decir sí). Un cliente tiene un sueño, y un sueño es sagrado”. Pone de manifiesto la relación que cada uno decide tener con la calidad. Y afirma que la cultura y la información siempre acaban ahorrando dinero “Alguien que no tiene tiempo ni energías para velar por sus intereses y espera que lo haga por él un gobierno, una empresa o una marca va listo”.
Porque solo se puede aprender a comprar mejor cuando hay un interés por las personas y por la historia que hay detrás de cada objeto. “La buena compra no funciona por peldaños, sino por puertas que uno va abriendo hasta que encuentra aquellas en las que se siente como en casa”, agrega la autora, que también hace referencia a una de las ruindades de esta era, como es la obsolescencia programada. Lo que quiere decir que en vez de dejar al objeto que viva su propio camino, se le pone una cruz y una fecha en la frente.
Y cita al diseñador industrial alemán Dieter Rams, que en 1970 ya hablaba de sostenibilidad, al decir que el buen diseño es duradero, discreto e inteligible. De hecho, sus diseños tenían hace medio siglo los rasgos que se veneran hoy: la exquisitez, la humildad, el equilibrio y una voluntad férrea de mejorar la vida ayudando en funciones humildes pero importantes.
El valor del trabajo y la indumentaria que abre puertas
Años clave. Hay que trabajar duro, apetezca o no, reflexiona Marta D. Riezu en Agua y jabón. Y hay que identificar los años clave de una trayectoria profesional. “Se van y no vuelven, y en un parpadeo ya es tarde. Nos juzgarán por lo mejor que hayamos hecho, pero también por lo más reciente”. También afirma que no se trabaja por dinero, ni por miedo, ni por vanidad. “Se trabaja porque es la lectura más rápida de uno mismo”.
De uniforme. Afirmar que si se viste con corrección se abren puertas es impopular, “pero es cierto, y hay que aprovecharlo”. Lo elegante, afirma Riezu, es ir limpio y preparado para el desempeño. Y ahorra tener un uniforme identificativo. En la meca de la sastrería londinense, Savile Row, consideran un fracaso que un cliente sea halagado por un traje nuevo. Lo gastado es más interesante.