Francia, lo que hay en juego traspasa las fronteras
Los partidos tradicionales deberían realizar un análisis serio sobre las causas del ascenso de Marine Le Pen y de su apoyo entre la clase trabajadora
En Francia, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el panorama político muestra profundas incertidumbres. Lo que hay en juego traspasa las fronteras y tiene repercusiones en otros países de su entorno. Nunca antes desde la vuelta a la democracia en 1945, la extrema derecha francesa ha estado tan cerca de conquistar el poder en unas elecciones presidenciales: las tendencias de las últimas encuestas dan una segunda vuelta Macron-Le Pen en 52% contra 48%, o incluso en 51% frente a 49%. Según testimonios de diversos medios de comunicación franceses no es un voto de adhesión a Le Pen, sino más bien un voto de rebeldía a su favor debido a que diversos sectores de la población rechazan a Emmanuel Macron. En este contexto, los partidos tradicionales deberían de efectuar un análisis serio para analizar este aumento, ya que es evidente que algunas cosas se habrán hecho mal.
Tengamos en cuenta que la estrategia básica de Le Pen consiste en mencionar asiduamente que es la mejor defensora del poder adquisitivo. De hecho, el mensaje fundamental de su campaña se ha centrado en el diseño de medidas a favor del poder adquisitivo y no en la identidad francesa ni en los inmigrantes. Para ello pretende bajar el impuesto sobre el valor añadido (IVA) de la energía del 20% al 5,5%, y suprimir el IVA a una cesta de artículos de primera necesidad (azúcar, leche, pañales, etc.). En relación a las pensiones, propone poder jubilarse a los 60 años con 40 años de cotizaciones y hasta los 62 años si no se tienen suficientes cotizaciones (pensión mínima 1.000 euros). Por su parte, Macron, si es elegido, desea aplazar la edad de jubilación a los 65 años (1.100 euros de pensión mínima).
Una encuesta reciente de Ifop (Instituto de Estudios de Opinión) concluye que la de Le Pen ha sido la fuerza política, en la primera vuelta, más votada entre aquellas personas con ingresos inferiores a 2.000 euros mensuales. En definitiva, con Macron, cuanto más se desciende en la escala social, más se reduce el apoyo. Por el contrario, del lado de Marine Le Pen, cuanto más alto se sube, menos votos obtiene. Por ello, pretende presentarse como protectora de los más vulnerables.
En este sentido, esperar que Le Pen adopte una orientación favorable a las clases trabajadoras no es una interpretación adecuada. Repite constantemente que “es necesario bajar los impuestos a las empresas”, pero paradójicamente se niega a modificar el salario mínimo, que actualmente se sitúa en 1.600 euros. Por lo que se deduce que no es la candidata de los menos favorecidos. Por otra parte, Le Pen ha tratado de correr un tupido velo sobre sus vínculos con el líder autoritario de Rusia. Conoció a Vladimir Putin antes de su última campaña presidencial en 2017, recibió préstamos rusos para su partido, según la BBC, y apoyó la anexión ilegal de Crimea.
Durante una entrevista televisiva el pasado miércoles, confirmó que se le había prohibido ir a Ucrania y dijo que no se arrepentía de haber respaldado el referéndum de Rusia de 2014, a pesar de que fue desacreditado internacionalmente. Hay que considerar que Le Pen ha mantenido normalmente vínculos muy estrechos con Putin y siempre le ha declarado su admiración. Llegando incluso a manifestar que las políticas generales que defiende son las de Trump y Putin principalmente en lo que se refiere a inmigrantes, en cuanto a derechos individuales, reunificación familiar, derechos sociales, acceso a la salud, etc. Por ejemplo, pretende que los subsidios familiares se reserven solo para los franceses con el fin de promover la llamada política de natalidad francesa.
Asegura que no desea un Frexit. Pero su programa electoral indica claramente que pretende sustituir a la Unión Europea por una Alianza Europea de Naciones, y suprimir la actual primacía del derecho comunitario sobre el nacional. Por ello, los expertos en derecho europeo manifiestan que su propuesta es incompatible con la pertenencia a la UE.
En el ámbito del medio ambiente, pretende “liberar a los franceses de los compromisos irrazonables del Acuerdo de París” cuyo objetivo consiste en limitar el calentamiento mundial. Su programa prevé la salida del Green Deal (Pacto Verde Europeo, 2021) cuyo objetivo es que Europa sea, en 2050, el primer continente climáticamente neutro. Por el contrario, Macron proyecta una Francia como una “gran nación ecológica”, que sería “la primera en salir del gas, petróleo y carbón”. Además, promete un primer ministro responsable de la planificación ecológica en un claro guiño a Mélenchon y a los verdes. En resumen, nos encontramos en un momento en que el debate no se puede limitar solamente a la defensa del poder adquisitivo, ¡porque es la defensa de la democracia y de la construcción europea lo que está en juego!
Vicente Castelló es Profesor de la Universidad Jaume I y miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local