El bombo del 5G en el MWC es una receta para la hiperventilación
Está por ver si las telecos europeas podrán beneficiarse de las nuevas redes, dados los negativos precedentes
Los jefes de las telecos europeas se han quedado sin aliento con las redes 5G, pero no en un buen sentido. Los delegados del Mobile World Congress (MWC), el festival tecnológico del sector que regresó la semana pasada en Barcelona, han podido ver visiones vertiginosas del futuro digital y conectado de la humanidad. Para directivos como Nick Read, de Vodafone, el bombo puede llevar rápidamente a la hiperventilación.
En términos numéricos, la reunión de este año, con 60.000 asistentes, fue una pálida imitación de lo que era antes de la pandemia, atrayendo apenas la mitad de los asistentes que en 2019. La obligación de las mascarillas y la invasión rusa de Ucrania sirvieron para recordar cómo ha cambiado el mundo desde entonces.
No es que las mentes brillantes hayan dejado de lado la exuberancia en torno a la quinta generación de tecnología de telefonía móvil, que permite a los dispositivos electrónicos intercambiar grandes cantidades de datos a gran velocidad. Telefónica presentó un barman robótico, aunque con un vertido tan lento que sus clientes corrían el riesgo de morir de sed; Ericsson desplegó un presentador holográfico para desvelar su visión de mundos reales y digitales perfectamente integrados; la surcoreana SK Telecom llevó a los asistentes a un paseo virtual en el coche volador de Harry Potter.
Pero, para los puristas, el 5G tiene menos que ver con artilugios para los consumidores y más con una revolución industrial de alta tecnología. Los coches que se comunican con su entorno navegarán por las ciudades de forma segura sin necesidad de conductores al volante; los almacenes y líneas de producción dirigidos por robots que se encuentran a cientos de kilómetros de distancia sincronizarán las cadenas de suministro en tiempo real; las reuniones de los consejos en Zoom de la pandemia darán paso a experiencias “totalmente inmersivas” de tipo 3D. Todo ello ofrece enormes ganancias potenciales y ahorros en eficiencia.
Pero está por ver en qué medida las empresas que gestionan la infraestructura se beneficiarán de ello. Si los anteriores avances en la tecnología de la telefonía móvil sirven de ejemplo, los inversores en telecos saldrán perdiendo en gran medida.
La anterior generación de redes móviles 4G permitió crecer a gigantes online como Meta Platforms, dueña de Facebook, y Tencent, que ahora tienen un valor de mercado combinado de casi 1,1 billones de dólares. A lo largo de la última década, ambos han proporcionado a sus accionistas una rentabilidad anualizada del 16% y el 25%, respectivamente. A las operadoras cuyas redes contribuyeron a impulsar ese crecimiento les fue menos bien. En el mismo periodo, los inversores de AT&T tuvieron que conformarse con una rentabilidad anual del 4%, incluidos los dividendos; los accionistas de China Mobile obtuvieron una décima parte de eso.
Esta discrepancia explica el reciente impulso de las telecos para obligar a los grandes usuarios de datos, como Netflix, a pagar una mayor parte del coste de construcción y funcionamiento de las redes. En Corea, por ejemplo, SK Telekom ha demandado al gigante del streaming porque su popularísima serie El juego del calamar la ha obligado a actualizar los servidores para evitar que las redes se bloqueen.
En Europa, donde los reguladores de la competencia mantienen un férreo control sobre cuánto pueden cobrar las operadoras por los datos, el panorama es aún peor. Telefónica, una de las cuatro grandes de la región junto con Vodafone, Orange y Deutsche Telekom, lleva una década dando una rentabilidad negativa a sus accionistas del 7,5% anual.
Eso deja al jefe de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, y a sus rivales un gran problema. La instalación de redes 5G requiere grandes inversiones: la consultora Dell’Oro calcula que el sector habrá gastado 250.000 millones de dólares entre 2020 y 2025. Pero sin un argumento de inversión más convincente, los accionistas serán reacios a financiarlo. JP Morgan calcula que las telecos europeas obtienen un rendimiento medio de la inversión de apenas el 7%, por debajo del coste de capital del sector. La cifra equivalente en EE UU es del 11%.
Una de las razones de esta disparidad es la feroz competencia. En la mayoría de los países europeos hay cuatro operadores, mientras que EE UU y China tienen tres cada uno. El aumento de las posibilidades de elección ha sido muy bueno para los consumidores europeos: descargar un gigabyte de datos en EE UU cuesta casi 10 veces más que en Francia. Para los operadores, empero, ha sido dañino. Es probable que los ingresos de Telefónica en su mercado doméstico sean un 5% más bajos este año que en 2017, en gran parte por la guerra de precios.
Una posible solución es que la comisaria europea Margrethe Vestager relaje su oposición a la concentración. Pero hay pocos indicios de que la jefa de competencia vaya a ceder a las súplicas cada vez más desesperadas de las operadoras y sus inversores. Con la inflación disparada, ningún consumidor ni político europeo quiere una factura telefónica más abultada.
Pero los responsables políticos también son conscientes del coste potencial de quedarse atrás en el 5G mientras los empresarios chinos y de EE UU desarrollan la próxima generación de Facebooks y Tencents. La GSMA, patronal mundial de las telecos, calcula que dos tercios de los surcoreanos y la mitad de los estadounidenses tendrán dispositivos 5G en 2025, frente a menos de un tercio de los europeos. China Mobile calcula que una cuarta parte de los chinos utilizará esta tecnología este año. Con estas previsiones, no es de extrañar que el ajetreo de Barcelona haya dejado sin aliento a los ejecutivos de las telecos europeas.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías