El impulso de la sostenibilidad ESG, una prioridad empresarial
Las compañías que sean capaz de asumir estas tendencias desarrollarán ventajas competitivas y atraerán más clientes
La sostenibilidad empresarial no es un concepto nuevo, pero estamos ante un nuevo paradigma que está obligando a las empresas a contribuir activamente a resolver un reto planetario: la lucha contra el cambio climático y la desigualdad social. En España, las grandes empresas, principalmente las cotizadas, empezaron a adoptar el concepto de responsabilidad social corporativa (RSC) a finales de los 90. En la década de los 2000 se generalizan los informes anuales de RSC y varias compañías del IBEX ingresan en índices globales de sostenibilidad como el Dow Jones Sustainability Index (DJSI) que actualmente incluye a 16 compañías españolas entre las cotizadas más sostenibles del mundo. La RSC pretendía poner en valor el papel de la empresa como ciudadano corporativo, es decir, en sus relaciones con otros públicos objetivo más allá de accionistas y clientes y medir su impacto en la sociedad, en particular en el medioambiente. En su origen, la RSC estaba orientada a mejorar la marca y la reputación y, por eso, en la mayoría de las organizaciones su impulso y supervisión dependía de la dirección de marketing, contribuyendo así a la percepción, en muchos casos errónea, de que la sostenibilidad empresarial es algo cosmético para lavar la imagen: green-washing.
Sin embargo, la sostenibilidad en sus tres ejes, –medioambiental, social y de gobernanza (ESG en inglés)–, se ha transformado en la última década y, debido a la presión de los consumidores, de los mercados de capitales y de deuda, y también de los reguladores, las compañías están incorporando la gestión de los conceptos ESG en el centro de su estrategia, con criterios de materialidad y de negocio, mucho más allá del marketing.
A partir de 2015, tras los acuerdos de París y con posterioridad el establecimiento de los ODS por Naciones Unidas, la regulación ESG se ha multiplicado por 2. El récord se batió en 2018, año en el que los gobiernos de diferentes países aprobaron más de 170 disposiciones regulatorias en este ámbito dirigidas tanto a inversores como a emisores. De la regulación en vigor ,el 60% aproximadamente corresponde a la Unión Europea. A lo largo de los próximos ejercicios se desarrollarán en Europa regulaciones clave: SFDR (Sustainable Finance Disclosure Regulation), CSRD (Corporate Sustainability Reporting Directive) o las taxonomías que están cambiando el panorama financiero e inversor y que progresivamente se están ampliando más allá de las compañías cotizadas.
En general, estas propuestas tienen por objeto garantizar que las empresas comuniquen la información fiable y comparable sobre la sostenibilidad que necesitan los inversores y otras partes interesadas. Y este es uno de los aspectos clave para hacer realidad los objetivos ESG: la calidad de la información y si es comparable entre sectores y compañías. A diferencia del reporting de temas financieros, más preciso y tangible, la medida de los aspectos no financieros es más complicada y difícil de comparar dado que las empresas de diferentes sectores son muy heterogéneas, y las métricas que son muy relevantes (materiales) para algunas no lo son para otras.
Pero si hay algo que convierte en imparable la incorporación de la sostenibilidad a la estrategia empresarial es el cambio de contexto de la última década y el incremento de los riesgos y oportunidades asociados a los ejes de sostenibilidad. De 2008 hasta hoy hemos vivido dos crisis sistémicas, globales y sin precedentes – una de gobernanza y otra socia– que han contribuido al incremento de las desigualdades. Esta situación socioeconómica unida a la vertiginosa progresión del cambio climático o la superación de varios límites planetarios, entre otros, ha supuesto una fuente de desequilibrios que se materializan en riesgos de negocio. La gestión de los riesgos es central en la gobernanza. La ESG ofrece oportunidades para ganar ventajas competitivas a partir de las nuevas iniciativas sostenibles ya sea en cuanto a servicios o a productos y para acceder a financiación en mejores condiciones. La industria tecnológica está ya poniendo en marcha iniciativas contundentes para alcanzar la neutralidad en emisiones en un plazo razonable. La economía circular y la gestión de residuos está todavía en una fase más incipiente, y necesita de un impulso para una mayor implantación.
Las primeras iniciativas ESG se centraron en gobernanza: transformando los consejos con consejeros independientes, mayor diversidad, separación de los roles de consejero ejecutivo y presidente del consejo, formación de comités, etc. Le siguió, en parte motivado por el Acuerdo Climático de París, un enfoque hacia el medioambiente, y desde principios de 2020, la pandemia del Covid-19 ha puesto los aspectos sociales en el foco de atención. La agenda de temas sociales pendientes es enorme y va a requerir priorizar. Estamos afrontando una crisis polifacética y sistémica que afecta la salud, la economía, las desigualdades sociales, el bienestar, etc. Lo más grave es que ha afectado desproporcionalmente a las mujeres y grupos más desfavorecidos.
Hasta ahora, la dimensión S en ESG incluía aspectos como la salud, la seguridad de la plantilla, los derechos humanos y la gestión del talento. Recientemente la dimensión de diversidad e inclusión está tomando fuerza también. Los aspectos de recualificación de la plantilla (reskilling) estarán sin duda en la agenda de lo social más pronto que tarde. El despliegue de estos temas podría suponer un enorme impulso a la calidad del empleo. Ojalá no nos equivoquemos.
En definitiva, el rol de la empresa en la sociedad está cambiando y, además, se está constatando que la satisfacción de las expectativas de los grupos de interés clave puede ser determinante para generar líneas de crecimiento en el largo plazo y aprovechar estas oportunidades. Las compañías que sean capaces de incorporar estas tendencias a su estrategia de negocio desarrollarán ventajas competitivas y podrán atraer más clientes y más talento a la vez que contribuyen a dar un propósito social a su labor empresarial. No podrán hacerlo solas: se necesitará más colaboración público-privada y también ayudas para adaptarse al nuevo contexto.
Grupo de reflexión de Ametic
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