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Hay que acabar con los Juegos Olímpicos de una vez y para siempre

Casi nunca son rentables para los anfitriones, y protagonizan polémicas extradeportivas de forma recurrente

Estadio Olímpico de Tokio, el viernes.
Estadio Olímpico de Tokio, el viernes.reuters

En 1995, me trasladé a Atlanta con una masa de oportunistas, buscando sacar provecho de la avalancha de turistas prevista por los organizadores de los Juegos Olímpicos del año siguiente. Al igual que otros que siguen dejándose seducir por el bombo y platillo, estábamos destinados a la decepción.

La mayoría de los visitantes se alojaron en hoteles alejados de la metrópolis, y utilizaban el metro para llegar a un distrito céntrico deteriorado y arreglado para los proveedores corporativos. Pocos fueron a explorar otros lugares en el caluroso verano. Yo sobreviví sirviendo fideos al personal de apoyo australiano, pero como muchos lugareños habían huido de las esperadas multitudes, los restaurantes y los minoristas que preveían ganancias caídas del cielo fundieron sus reservas de efectivo.

Este tipo de historias tristes persisten en los juegos modernos, que comenzaron como eventos religiosos en la antigua Grecia. Las ciudades-Estado en guerra guardaban treguas temporales mientras los atletas luchaban por la gloria. En 1890, el aristócrata francés Pierre de Coubertin los reinventó en nombre de la buena voluntad internacional y la competición amateur. Su noble propósito se ha corrompido, distorsionando el deporte y las economías urbanas. En la era digital, los atletas y patrocinadores como Coca-Cola y McDonald’s tienen mejores opciones. Es hora de pasar la antorcha.

Lejos de promover la paz, los JJ OO se han convertido en epicentros de la polémica recurrente. Con la persistencia del virus y una baja tasa de vacunación nacional, la mayoría de los japoneses quieren que se cancelen los Juegos de Tokio de 2020, retrasados por la pandemia. Los jefes de las empresas, incluido Masayoshi Son, de SoftBank, se han sumado al clamor. Pero el Comité Internacional Olímpico, centrado en la venta de los lucrativos derechos de emisión, se muestra indiferente.

El torneo también se ha convertido en un amargo foro de pasivo-agresividad diplomática. La campaña de “desradicalización” de minorías de China en Xinjiang ha impulsado campañas para que no se celebren los Juegos de Invierno de Pekín en 2022 por motivos de derechos humanos. Los esfuerzos por inflar el medallero han llevado al dopaje y a los sobornos, que el CIO no ha conseguido contener. Las industrias deportivas, respaldadas por los Estados, se burlan del amateurismo.

Desde el punto de vista financiero, la mayoría de las Olimpiadas son un circo de cinco pistas de elefantes blancos. Los contratos de construcción y seguridad crean puestos de trabajo y crecimiento a corto plazo, pero los estadios son contribuyentes económicos notoriamente poco fiables. Los extraordinarios requisitos de diseño hacen que muchos de los recintos de uso especial queden inutilizados después.

Hay puntos positivos. Corea del Sur registró un superávit de 55.000 millones de dólares en PyeongChang 2018. Barcelona se situó en el mapa turístico mundial gracias a los Juegos. Pero, por regla general, ser anfitrión no es rentable. Río de Janeiro perdió 2.000 millones de dólares en 2016. Las autoridades de Utah preveían que los de 2002 generarían el equivalente a 35.000 empleos-año, pero los análisis posteriores no hallaron un aumento estadísticamente significativo. “Cuando los países que se presentan a la puja se comparan adecuadamente con países que son similares pero que no se presentaron... los efectos significativos en el comercio, el consumo, la inversión y los ingresos desaparecen”, escribían Robert Baade y Victor Matheson en 2016 en el Journal of Economic Perspectives.

Así que los regímenes autoritarios llenan el vacío de anfitriones. Los cuatro candidatos occidentales a 2022 ­–Oslo, Múnich, Estocolmo y Cracovia– abandonaron por la presión de los votantes. Quedaron Pekín y Almaty (Kazajstán).

La rentabilidad comercial también merece un examen más detallado. El CIO afirma que el 28% de la población mundial vio PyeongChang 2018: 16.200 millones de minutos de tiempo ocular. Si se dividen los 5.700 millones de dólares generados por la última Olimpiada de invierno/verano en Sochi y Río –más de 400 eventos con medallas a lo largo de miles de horas–, solo son unos 14 millones por partido. Por el contrario, la última Super Bowl recaudó de los anunciantes unos 500 millones en unas tres horas.

El CIO sigue preservando un ideal olímpico: no reparte premios en metálico. Algunos Gobiernos compensan con primas, pero los profesionales –sobre todo los de los países pobres– lo tienen en cuenta. Los kenianos han registrado 11 de los 19 mejores tiempos del mundo en maratón desde 1980, pero solo han ganado tres oros olímpicos en la prueba. Eliud Kipchoge batió el récord en 2018, en una reunión en Berlín en la que se embolsó 120.000 euros.

Algunos deportes han desarrollado competiciones a la altura de los Juegos, como el Mundial de fútbol. La protección por parte del CIO de deportes con audiencias ínfimas, como el biatlón y la doma, ha permitido que rivales como los X Games de la televisión ESPN se lleven a los aficionados más jóvenes. Además, la proliferación de servicios de streaming debería de facilitar que las competiciones de nicho encuentren espectadores y anunciantes. Las próximas Simone Biles (gimnasia) y Katie Ledecky (natación) serán descubiertas y exhibidas sin el CIO.

Igual que a muchas organizaciones multinacionales, al Comité Olímpico le ha costado evitar los escándalos. También se le da inusualmente mal evitar que se repitan. Los intentos de frenar la oleada de sustancias que mejoran el rendimiento parecen poco entusiastas. En contra de la recomendación de su propia unidad antidopaje, se resistió a vetar a Rusia por tramposa.

Los aficionados pasan por alto todas estas deficiencias para centrarse en los heroicos logros de atletas de talla mundial. Es comprensible, pero permite al CIO resistirse a cambiar. Hay mejores opciones. En lugar de cancelar Tokio o repudiar Pekín, sería mejor boicotear los Juegos para siempre.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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