Viajar durante la pandemia: una vivencia cara... pero sin multitudes
Restricciones incoherentes, trucos para saltárselas, test continuos y cuarentenas en hoteles: así es la experiencia
Tres columnistas que han cruzado océanos y fronteras en Europa, Norteamérica y Asia ofrecen algunas de sus experiencias de la pandemia.
Suiza-Italia. En la Estación Central de Milán, dos funcionarios tras un soldado revisan los formularios de declaración responsable que los viajeros entre regiones italianas deben rellenar antes de subir al tren. Las fotocopias, difíciles de leer, exigen que el firmante declare su total conocimiento de las medidas contenidas en los artículos 46 y 47 de un decreto presidencial del 25 de mayo de 2020 y en el artículo 2 de un decreto del 16 de mayo de 2020. ¿Se entiende? Claro que no. Tampoco los pobres militares y burócratas que las hacen cumplir.
Italia no deja de cambiar las reglas. Justo antes de mi visita, impuso una cuarentena de cinco días para cualquiera que viniera de la UE o del espacio Schengen. Al menos, así se vendió. Pero hay que leer la letra pequeña. Se puso en marcha por la presión de las empresas turísticas nacionales antes de Semana Santa para disuadir a los italianos de ir Mykonos o Marbella. Es difícil imaginar cómo habrían gastado sus euros en Italia, con su draconiano cierre de puertas, como alternativa.
Pero la ordenanza “establece que, al regresar a Italia, es obligatorio” someterse a la cuarentena. La palabra clave es “regresar”. Eso lo han interpretado los extranjeros que llegan como una exención. Es difícil saber si es cierto. En el vuelo a Roma desde Zúrich no se hizo ninguna mención. Ni a la salida ni los carabinieri que comprobaron mi test negativo en Fiumicino. Es el cuarto que tengo que hacerme desde que recibí la vacuna de J&J en Nueva York hace más de un mes. ¿Alguien a favor de los vac-aportes?
Suiza exige una cuarentena de 10 días para las llegadas por vía aérea desde el Lacio, además de un test prevuelo. Es es una de las nueve regiones italianas que figuran en la lista de la cuarentena helvética. No están incluidas 11, entre ellas Lombardía y Piamonte, que limitan con el país. ¿Qué hacen los viajeros astutos? Naturalmente, toman trenes regionales desde Milán o Turín, o conducen a través de la frontera. Y como el tránsito es por tierra, ni siquiera necesitan test. En una reciente travesía en tren hacia Suiza, ni comprobaron mi billete. -Rob Cox
India-Reino Unido. Durante la pandemia, he viajado de mi base en Bombay a Londres por una emergencia familiar y volví para pasar la cuarentena institucional; no fue duro porque me alojé en el hotel Taj Mahal, con vistas a la Puerta de la India. Tras una segunda semana de cuarentena en casa, tomé un vuelo para pasar siete días de trekking en el Himalaya. Ahora estamos de nuevo confinados.
Los viajes me están haciendo un agujero. Me gasté 390 libras en test PCR en una semana en Reino Unido. Las tarifas aéreas internacionales han subido con vuelos limitados que pueden cancelarse por capricho. Los costes de la cuarentena en los hoteles pueden igualar o superar el de los billetes. Un gestor de fondos extranjero de visita en India me dijo que se sometía a test preventivos casi todos los días para coger el siguiente vuelo.
Algunas restricciones son cuestionables. Los que llegan a Reino Unido de Pakistán y Bangladés se enfrentan a una cara cuarentena en hotel, pero los procedentes de India, situada en medio, solo lo hacen desde que Boris Johnson canceló su visita: Londres vaciló porque quiere un acuerdo comercial. Y mucha gente se salta la cuarentena de Bombay volando a través de Nueva Delhi, donde las normas son diferentes.
Reanudar los viajes internacionales normales costará. Además de la división vacunal entre naciones ricas y pobres, las diferencias en el apetito de riesgo pueden mantener a países que han aspirado a un Covid nulo o mínimo, como Australia, atrapados en una burbuja. -Una Galani
Nueva York-Londres. He volado a Reino Unido desde mi casa de Nueva York dos veces este año. Para ir a Londres, hay que hacerse un test antes de la salida, dos en los días dos y ocho después de la llegada, exigidos por el Gobierno, y otro en el quinto día, que permite una salida anticipada de la cuarentena si es negativo.
Además de los controles de pasaportes, está el certificado del test prevuelo, el recibo de los dos posllegada y un formulario de localización por si hay contagios. Nada está conectado en términos tecnológicos. Y las normas cambian regularmente.
Hay quien espera seis horas para entrar en Reino Unido. Y ese puede ser solo el preludio para los que vienen de países de la “lista roja” –no EE UU–, que luego pasan 10 días en un hotel, pagando 1.750 libras por el privilegio. Heathrow, de hecho, fue el lugar más preocupante de mi último viaje en cuanto al Covid, con tanta gente esperando junta que la atendieran. La situación podría empeorar cuando los británicos residentes puedan volver a irse de vacaciones al extranjero.
Aunque también hay que hacer trámites extra en EE UU, aterrizar en el JFK fue, relativamente, un sueño. Y ese es el lado bueno de la pandemia, desde la perspectiva de un viajero egoísta. Todo está vacío. Y aunque los confinamientos impiden que explorar sea emocionante, algunas de las zonas normalmente llenas de Londres y Nueva York están felizmente vacías. Pero en los días soleados, los parques están alegremente llenos de gente que ha aprendido el valor de sus espacios abiertos locales.
Los viajes nacionales en EE UU son otra historia: las reservas para los de ocio han vuelto al 85% del nivel precrisis, según Delta Air Lines. Aún no estoy seguro de estar listo para los vuelos repletos, incluidos los asientos centrales que Delta empezará a usar de nuevo el 1 de mayo. Dejar atrás el Covid es lo que el mundo necesita desesperadamente, pero quedarán uno o dos recuerdos nostálgicos. -Richard Beales