Decisiones más intensas para afrontar una crisis más extensa
España sigue inmersa en un política económica centrada en el corto plazo y no en un futuro ineludible que hay que comenzar a gestionar
La vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, hizo suyo ayer el we will do whatever it takes que popularizó el expresidente del BCE Mario Draghi durante la Gran Recesión al asegurar que el Gobierno mantendrá las medidas de apoyo a las empresas durante 2021 y “todo lo que sea necesario” para paliar los efectos de la pandemia en la economía. Calviño defendió con firmeza el plan de apoyo a la solvencia empresarial por 11.000 millones de euros que ha articulado el Gobierno con el fin de socorrer al tejido productivo ante el alargamiento de la crisis sanitaria, que ha sido convalidado en el Congreso de los Diputados.
El todo lo necesario de la vicepresidenta, que se refiere a la prolongación de la batería de medidas que el Ejecutivo ha ido aprobando para ayudar a sobrevivir a las empresas –desde los ERTE a los créditos ICO, o las moratorias fiscales, entre otras– es la respuesta obligada al empeoramiento de las previsiones macroeconómicas que afronta España para los próximos meses, así como a la evidencia, cada vez mayor, de que esta crisis no solo está siendo extremadamente intensa, sino que será también más larga de lo esperado. Tras la corrección de cifras de previsiones realizada esta semana por el Banco de España, que ha rebajado las expectativas de crecimiento de la economía, Calviño ha adelantado ya que esperará al cierre del trimestre para revisar los optimistas números macro que ha mantenido hasta ahora numantinamente el Gobierno, y que parece a todas luces que no se cumplirán.
La primera razón que explica la prolongación de esta crisis económica es, sin duda, el alargamiento de una pandemia que solo estará controlada cuando las campañas de vacunación se desarrollen de forma efectiva. A estas alturas, parece innegable que Europa ha fracasado en la tarea, que asumió como propia, de impulsar y coordinar la inmunización de la población comunitaria, un objetivo que a día de hoy todavía está muy lejos, lastrado por múltiples problemas de gestión y suministro de las vacunas. En lo que se refiere a este capítulo, España está obligada a asumir un calendario que está resultando manifiestamente ineficiente y cuya aceleración constituiría la mejor de las políticas económicas. Pero no ocurre lo mismo con la puesta en marcha de las reformas estructurales necesarias para flexibilizar la economía y prepararla para crecer, que dependen de cada país y que, en el caso de España, el Gobierno no parece tener prisa en impulsar. A la espera de que comiencen a ejecutarse las primeras partidas de los fondos europeos de recuperación, España sigue inmersa en un política económica centrada en el corto plazo y no en un futuro ineludible que hay que comenzar a gestionar.
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