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La marcha del director general de Danone mejora la gobernanza de Francia

El éxito de la ofensiva contra Faber puede impulsar acciones similares en otros grupos empresariales galos

Emmanuel Faber
Emmanuel Faber

Los accionistas activistas podrían encontrar una audiencia más receptiva en París. La salida del jefe de Danone, Emmanuel Faber, demuestra que las empresas francesas ya no son inmunes a los inversores arrogantes. Otros que no dan la talla tienen motivos para estar nerviosos.

La marcha de Faber llega menos de dos semanas después de que accediese a dejar su cargo como consejero delegado de Danone, pero manteniéndose como presidente. También prometió continuar con su estrategia para la empresa valorada en 42.000 millones de euros, lo cual dejaba muy poco margen a cualquiera que le sucediese. El amaño de la gobernanza no apaciguó a sus detractores, y el domingo el Consejo lo destituyó de ambos cargos con efectos inmediatos. Los inversores Artisan Partners y Bluebell Capital Partners ni siquiera tuvieron que conseguir el voto de otro accionista para deshacerse de él.

A Faber, que llevaba al timón desde 2014, se le puede disculpar por pensar que tenía alguna protección ante los accionistas. Al fin y al cabo, el Gobierno francés dio un paso al frente para detener los rumores de una OPA de PepsiCo al declarar que la empresa de los yogures era una industria protegida de interés estratégico. En esta ocasión, no hubo intervención del Elíseo, acaso un reconocimiento tácito de que Faber había llegado al final del camino. Dado que su plan de recuperación de la empresa incluía reducir costes, mantenerlo en el cargo no habría protegido empleos en Francia.

El éxito de los activistas tiene consecuencias para otras empresas francesas que rinden por debajo de lo esperado y en las que el presidente es también el consejero delegado. Muchos de los grupos más grandes del país siguen teniendo a una persona que ocupa los dos cargos. Algunos están protegidos por grandes participaciones estratégicas o por los buenos resultados. Los activistas lo tendrían difícil para echar, por ejemplo. a Alexandre Ricard de Pernod Ricard, una empresa con un fuerte componente familiar. Por otro lado, Patrice Caine, jefe de Thales, es principalmente responsable ante el mayor accionista del grupo aeroespacial, el Estado francés.

Pero las empresas que tratan de dar la vuelta a su negocio están más expuestas. Arthur Sadoun, que es a la vez presidente y consejero delegado del grupo de medios Publicis, está tratando de pasar de la publicidad tradicional a los servicios digitales y basados en datos. Su cara adquisición de Epsilon en 2019 merece un examen en profundidad. La cadena de supermercados Carrefour, cuyo jefe es Alexandre Bompard, también podría convertirse en un objetivo después de que el Gobierno bloquease una posible fusión con el grupo de alimentación canadiense Couche-Tard.

Puede que no les reciban con una alfombra roja, pero los activistas que visiten los consejos de administración en el futuro tienen menos probabilidades de que les den con la puerta en las narices.

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