Messi, el Barça y el dilema del prisionero
Si llegan a un acuerdo, reducirán el daño económico y deportivo, aunque la crisis emocional sea alta
El crimen se cometió mucho antes del burofax. Ya a principios de julio, en el foro World Football Summit Live, el presidente de LaLiga, Javier Tebas, exponía acertadamente una de las inquietudes del fútbol español: “Entre que vuelva al Barça Neymar o llegue Xavi de entrenador, que se quede Messi en LaLiga”. ¿Por qué un trabajador (especialista en su desempeño, pero que no deja de ser un asalariado que va a trabajar y jugar cuando le convocan) tiene en vilo a medio país y a todo el panorama futbolístico en mitad de una pandemia mundial?
Bueno, no es un simple obrero; es el empleado no ejecutivo que más salario cobra del mundo, amén de otros tantos millones por vías publicitarias. Ningún deportista ha mantenido tal cantidad de emolumentos durante tanto tiempo. Y no solamente es lo que Messi ingresa, sino lo que genera a su entidad, tanto en términos deportivos como económicos.
Sobre su rendimiento futbolístico no hay género de dudas: máximo goleador de la historia del club y de LaLiga, 34 títulos (el que más del club) y 6 Balones de Oro (también el más laureado), en la época más gloriosa de la entidad, consiguiendo 4 de sus 5 UEFA Champions League.
En términos económicos, cuando Messi debuta con el primer equipo en el curso 2003/2004, en un partido amistoso en Oporto, el club generaba unos ingresos de 169,2 millones de euros, ocupando la séptima posición del fútbol mundial. En la última edición auditada por Deloitte de su ranking Football Money League (2018/2019), el FC Barcelona era el club que más ingresaba del mundo y, al mismo tiempo, conseguía romper la barrera de los 800 millones (en concreto, 840,8 millones de euros).
Entrando en detalle, la partida comercial pasó de ser el patito feo de la entidad con menos de 60 millones en 2004 (muy inferior con respecto a los derechos de retransmisión, la gallina de los huevos de oro, o al apartado de match day), a ser el motor económico fundamental de la entidad con más de 383 millones, es decir, un 46% de los ingresos. Y para la acabada 2019/2020, se había pronosticado ingresar 1.000 millones…
Messi le ha dado al Barça lo mismo que el Barça le ha dado a Messi: éxitos. Pero, como escribe Pedro Díaz en su libro Mejores líderes, “los mejores líderes saben llegar, pero, sobre todo, saben irse”. Que el jugador más emblemático (y mejor pagado) decida salir de forma abrupta y sin acuerdo tendrá sus consecuencias a ambos lados.
Pero, ¿quién tiene las de perder? Nos encontramos ante el dilema del prisionero de Tucker, un clásico en la teoría de juegos: dos prisioneros, acusados de un crimen, están separados e incomunicados y, sin saber qué ha hecho la otra parte, deben optar entre inculpar al otro o no declarar, sabiendo que, si la otra parte le inculpa, la condena sería mayor y únicamente para uno, mientras que si no declaran (es decir, cooperan entre sí), la condena sería menor.
En este caso, Messi quiere marcharse libre según su interpretación del contrato. El Barça se aferra a que romper su contrato supone unos 700 millones (o lo que es igual, nadie puede comprarte/no te puedes ir). Si el Barça se hace fuerte en su estrategia y Messi se queda (descontento), no sabemos si su rendimiento será el mismo, pero sí que se irá libre la siguiente temporada. Si Messi se marcha ahora libre y sin oposición, el jugador perderá el cariño de una afición que le dio todo incondicionalmente, y el Barça perderá, además del alma de su época dorada, su activo económico y deportivo más importante. Si, como parece, se produce una estrategia dominante por ambas partes, es decir, el equilibrio de Nash (maximizar la utilidad de cada prisionero dada la estrategia del otro), cada parte inculpará al contrario, es decir, se cerrarán en banda, la FIFA otorgará un transfer provisional al jugador para irse, el Barça le llevará a juicio, habrá un incremento de la hostilidad entre directiva-jugador-afición, dando paso a un culebrón largo, complejo y con muchos heridos. Si ambos decidiesen colaborar entre sí, por ejemplo con un traspaso generoso, puede que la crisis emocional sea alta, pero se pueda mitigar el aspecto deportivo y económico con lo que se perciba, invirtiéndolo adecuadamente.
Esta encrucijada se amplifica tras un año deportivo pésimo (culminado con el histórico 8-2) y la crisis del Covid-19, que obligó al FC Barcelona a pedir un ERTE para 300 empleados, más un recorte salarial en el resto de trabajadores (incluidos los futbolistas)… lo que pronostica una situación no muy halagüeña.
Por tanto, más de uno podría especular con, dado que Messi quiere irse y el club necesita liquidez, hacer suya la máxima de “es la economía, estúpido” (frase acuñada por James Carville para la campaña presidencial de Bill Clinton) y que ambas partes negociaran, lo que vendría a ser el óptimo de Pareto en el dilema del prisionero (negarse a declarar), buscando la máxima eficiencia en una estrategia común.
Pero un club de fútbol, no solo el Barça, es más que una empresa. No se puede gestionar exclusivamente en parámetros de eficiencia. Los clubes ofrecen/transmiten a sus clientes/aficionados fundamentalmente emociones, tales como felicidad, alegría o ilusión, pero también tristeza, congoja o furia. La pérdida de Messi provocará infinidad de emociones en los aficionados culés. Para algunos, el capitán se tira del barco; para otros, la directiva debía haber actuado de otro modo. Y tendrá consecuencias, sin lugar a dudas, en otras instituciones como LaLiga, a la hora de negociar nuevos contratos. En cualquier caso, como en el dilema del prisionero, todos pierden. Habrá que ver cuánto.
Pablo Burillo es profesor de Gestión Deportiva y director del MBA en Dirección de Entidades Deportivas de la Universidad Europea