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Tribuna
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La universidad, a examen, tras el test de estrés de primavera

En este curso ya no valen las improvisaciones voluntariosas

El año 2020 demuestra que la gestión del cambio no es solo un concepto teórico explicado en clase, es la realidad en la que nos toca sobrevivir. En unos pocos meses nos ha tocado reinventarnos en lo personal y en lo profesional, apenas sin previo aviso y sin saber si el cambio es temporal, de medio plazo o definitivo. Todo aquello que se explica en el aula sobre la necesidad de adaptarse y que uno aprende para usar en el futuro se ha convertido en la necesidad más importante del presente. Personas, familias, empresas e instituciones peleamos por encajar los golpes de la realidad y adaptarnos a vivir con un virus que no somos capaces de controlar si mantenemos las costumbres pasadas. La universidad también vive su propio test de estrés y agosto es el mes ideal para revisar si logró un aprobado en el curso pasado, las materias en las que necesita mejorar y las perspectivas del inquietante nuevo curso.

Con buena nota destaca la capacidad universitaria para transformar su dinámica presencial física en una suerte de presencialidad remota. Con pocos días de margen, profesores y estudiantes convertimos juntos las aulas en pantallas y los pasillos del campus en plataformas de enseñanza online en las que tratábamos de aprender a relacionarnos de nuevo. El mérito fue de todos y aunque abusáramos de metodologías básicas, fuimos capaces de cambiar las tuberías sin que el agua dejara de correr.

El aprobado por los pelos fue para nuestra capacidad para gestionar los exámenes y el cierre de curso. Quizá porque no pensábamos llegar a final de curso sin recuperar la presencialidad, quizá por nuestra escasa experiencia en examinar a distancia y por nuestra indeseable querencia a premiar la picaresca, nos costó encontrar un justo equilibrio entre la necesaria evaluación individual y las garantías que estas pruebas requieren, sin traspasar líneas rojas. Libramos el asunto con atajos varios, como el que estudia el día antes del examen, pero quedó claro que necesitamos mejorar esta asignatura de cara al futuro.

Suspenso en inclusión, sin duda. No hemos sido capaces de cerrar la brecha digital a tiempo, generando frustración e impotencia en aquellos estudiantes que no pueden conectarse dignamente desde casa, con pocas soluciones globales y un silencio inquietante de cara al curso próximo. Organismos públicos, universidades públicas y privadas junto a una deseable colaboración de empresas deben unir esfuerzos en diseñar ya un plan que facilite a todos los estudiantes el acceso a la infraestructura básica que permita seguir la clase desde casa, en igualdad de condiciones que sus compañeros. Si la universidad ha sido siempre el ascensor social, no podemos permitir que la tecnología acabe con su mejor virtud.

Notable en autonomía y madurez. Se ha invitado a las universidades a tomar decisiones de adulto, haciendo uso de la autonomía universitaria, y la universidad ha sabido responder. Gestionar el cambio al mundo telepresencial en una semana, inventarse soluciones ingeniosas a problemas no previstos en ningún manual de crisis y navegar la situación sin renunciar al curso académico han demostrado que entre las muchas mejoras pendientes que tenemos las universidades no está la capacidad de autogestionarnos con solvencia. Hemos colaborado entre nosotras, nos hemos ayudado y colaborado con la Administración sin pestañear. Hemos aguantado el chaparrón de las críticas, muchas de ellas justificadas, sin apartar la cabeza del objetivo y hemos terminado el curso de la mejor manera posible. Ser adulto supone tomar decisiones y aprender de los errores, pero cumpliendo siempre con tus responsabilidades. Nuestra vieja universidad es capaz de gestionarse aun en las peores circunstancias y eso debería servir para ganar en más autonomía y confianza en su buen gobierno.

Con estas notas y asignaturas pendientes, afrontamos el nuevo curso. El curso de la presencialidad híbrida, en el que ya no valen las improvisaciones voluntariosas, ni las excusas del novato. El curso en el que demostraremos si estamos preparados para consolidar un nuevo modelo de universidad, más tecnológica, que normalice el uso de plataformas de enseñanza online como el ágora en el que conviven a la vez los estudiantes del aula del campus y los que asisten desde sus dispositivos portátiles. El curso de la transformación digital universitaria, que debe cambiar de siglo con 20 años de retraso.

Sin duda, tenemos que trabajar duro en la asignatura pendiente del curso pasado, rescatar a todos los estudiantes que no pueden acceder a los recursos tecnológicos, para que no renuncien a sus sueños. Facilitarles equipos, flexibilizar para ellos el acceso al campus de manera preferente, adaptar las asignaturas a sus posibilidades de conexión o cualquiera de las soluciones que permitan mantener la máxima accesibilidad a clase para todos. Complementariamente, profesores y estudiantes deben formarse en el uso de las nuevas herramientas de la formación híbrida.

Y por último, si abrimos las ventanas y miramos al exterior, parece evidente que el curso próximo va a dificultar la internacionalidad. Ni van a venir, ni vamos a ir. Pocos estudiantes internacionales querrán o podrán estudiar en universidades españolas y nuestros estudiantes tendrán dificultad para realizar estancias en el extranjero. Hay que definir una nueva internacionalidad universitaria, también adaptada a la presencialidad híbrida y al uso intensivo de la tecnología, que no reste riqueza a la magnífica experiencia que ha disfrutado la generación Erasmus. De no hacerlo, corremos el riesgo de obtener un no presentado.

800 años de historia universitaria avalan nuestra madurez, pero no debemos acomodarnos en el letargo de la antigüedad. La universidad tiene la obligación y la oportunidad de demostrar que sigue siendo la institución que mejor provoca la mejora de nuestra sociedad, hoy atenazada por un reto inesperado.

Fernando Tomé es vicerrector de estudiantes y empleabilidad de la Universidad Nebrija

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