La empresa española ante la nueva globalización
Se cierran unas puertas, pero se abren otras derivadas de la automatización de la producción, por ejemplo
Qué papel va a jugar el sector exterior en la recuperación de la economía española tras la crisis provocada por la pandemia del coronavirus? Seguramente volverá a ser una palanca clave de crecimiento, pero mucho me temo que no en la misma medida que en la última crisis. Sí lo será para muchas empresas con posiciones consolidadas a nivel internacional, competitivas e incluso entre los líderes mundiales en sus respectivos sectores o categorías, pero posiblemente en menor medida para el conjunto del tejido empresarial español.
Hay que recordar que la contribución positiva del sector exterior, derivada fundamentalmente de la creciente internacionalización de la empresa española, representa probablemente uno de los cambios estructurales más importantes experimentados por la economía española en las últimas décadas y fue seguramente el factor más importante para superar la crisis de 2008. Sin embargo, también es conveniente tener en cuenta que parte de dicho éxito, de lo que algunos llegaron a llamar el “milagro exportador español”, se debió a ganancias de competitividad-precio más que de competitividad-no precio, fundamentalmente a partir de una devaluación interna autoinflingida, vía costes laborales.
Según el Country Report 2020 de la Comisión Europea, publicado justo antes del estallido de la pandemia y de la consiguiente crisis del Covid-19, “las exportaciones españolas se concentran en productos y servicios que compiten fundamentalmente en precio. La cuota de exportaciones de alta tecnología permanece por debajo de la de otras grandes economías de la UE y, en términos de valor añadido, España está más presente en aquellas partes de las cadenas globales de valor más expuestas a la competencia de las economías emergentes”.
De hecho, abundando en la dualidad a la que antes también me refería, el mismo informe señala que “la mayor parte del incremento del valor de la exportación española en los últimos años ha sido protagonizado por las grandes empresas exportadoras, en parte gracias a un mayor crecimiento de su productividad respecto a los pequeños exportadores. Mantener su competitividad exterior puede ser un desafío para España a menos que esté basada en crecimientos de productividad y en ganancias de competitividad no-precio derivadas de la innovación y del incremento de la calidad de la oferta española”, concluye el análisis de la Comisión Europea.
Dicho diagnóstico hay que cruzarlo además con los esperados cambios en el comercio internacional derivados de la situación sin precedentes provocada por la actual pandemia y en particular con una globalización en retroceso. En gran medida estamos hablando de la aceleración de tendencias que en cierta medida ya veníamos observando. Entre ellas, además del esperado aumento de las medidas proteccionistas por parte de ciertos países y de una cierta regionalización del comercio internacional, me interesa especialmente para este análisis lo que tiene que ver con el repliegue de las cadenas globales de valor, es decir, una repatriación o relocalización de parte de la producción seguramente acompañada de un acortamiento de dichas cadenas de suministro, con el fin de reducir las vulnerabilidades derivadas de la dependencia de países lejanos.
Esto no es baladí, ya que según distintos análisis entre dos tercios y un 80% del comercio mundial tiene lugar en las cadenas de suministro vinculadas a las empresas transnacionales. Si el proceso de relocalización o reestructuración de las cadenas de suministro se consolida, conllevará a corto plazo un encarecimiento de los procesos de producción y por tanto hará insostenible para la empresa española algo que ya venía siendo muy cuestionable: competir en precio frente a la oferta de productos y servicios de economías emergentes, con costes de producción evidentemente inferiores.
En este contexto se antoja fundamental mejorar la competitividad de conjunto del tejido empresarial español, utilizando como referencia el ejemplo de aquellas empresas a las que antes nos referíamos, que representan la punta de lanza del sector exterior español. Viéndose en este escenario todavía más limitada la capacidad de obtener ganancias de competitividad-precio, el esfuerzo debe concentrarse en las ventajas competitivas que se pueden derivar de la transición hacia una economía más digital, más sostenible y más intangible.
De hecho, a medio plazo puede suponer una oportunidad para aquellas empresas que sean capaces de adaptarse con agilidad, ya que si bien se cierran unas puertas, se abrirán otras, derivadas de la automatización de procesos productivos, la difuminación de las fronteras que supone la consolidación del trabajo en remoto, fundamentalmente para los servicios, o la prevalencia de un consumo responsable en el que se refuerza la perspectiva ética y sostenible, pero también de seguridad, de trazabilidad y de garantía de calidad.
Para el tejido empresarial español, o más bien para España, ya que estamos hablando de aspectos en buena medida estructurales, la adaptación a esta nueva globalidad se parece mucho a lo que ya veníamos demandando para la vieja y que pasa, fundamentalmente, por converger con las principales economías de nuestro entorno en tres aspectos críticos: productividad, política de innovación e inversión en intangibles.
A pesar de los avances de los últimos años, todavía estamos lejos de las principales economías europeas, lastrados en buena medida por problemas de tamaño y de mentalidad empresarial. Este nuevo contexto global puede suponer, por tanto, como en tantos otros aspectos de los que hemos sido testigos en los últimos meses, un acelerador de un proceso transformador ya en marcha, y una oportunidad para quienes mejor lo entiendan. El Plan de Recuperación para Europa debe suponer un acicate para la empresa española, que sin duda sabrá aprovechar esta oportunidad.
Pablo López Gil es director general del Foro de Marcas Renombradas Españolas