El fondo de reconstrucción, la última oportunidad para España
La economía española corre el riesgo de consolidarse como el “enfermo de Europa” si la política del Gobierno no está a la altura de los objetivos de la UE
Recientemente el Banco Central Europeo (BCE) ha publicado la actualización de sus previsiones en relación a la evolución del PIB de los diferentes países de la eurozona en 2020. Para España, cuyo PIB en 2019 creció un 2%, estima una caída del 10,9%; para Francia, que venía de un +1,5%, una caída del 10,6%; y para Italia, que acabó el año con un tímido crecimiento del +0,3%, un retroceso del 11,2%. Las tres economías se sitúan por debajo de la media de la eurozona, cuya caída se fija en el 8,7% del PIB.
El crecimiento del PIB es un indicador que refleja la actividad económica que generan los agentes –familias, empresas y gobiernos– de forma agregada a lo largo de un año y nos permite compararnos en primer lugar con nuestra situación económica de años anteriores, y también con otros países de nuestro entorno. Fundamentalmente, las familias consumen y ofrecen trabajo por el que reciben un salario; las empresas invierten, ofrecen bienes y servicios, y pagan un salario a los trabajadores; y los gobiernos gestionan el presupuesto público, tanto por el lado de los ingresos –principalmente impuestos– como por el de los gastos. Esta caída del PIB prevista por el BCE se explica por diversos motivos, los más destacables son la caída del empleo, la reducción del consumo de familias y el frenazo a la inversión empresarial, que nos acercan a un círculo vicioso del que no es fácil salir.
Otro indicador publicado recientemente y que nos puede ayudar a entender el diferente impacto de la crisis en los países de nuestro entorno es el volumen de compras de deuda soberana por parte del BCE. En junio, la deuda española supuso un 21.5% del total de deuda comprada por el BCE durante ese mes, cuando a España le correspondería por reparto un 11.9%. De lo que se deduce que el BCE está actuando sobre la deuda española mucho más de lo que correspondería. Para sorpresa de muchos economistas, el país más sostenido por las compras de deuda del BCE durante el mes de junio fue Francia, con el 47.6% del total de compras, cuando por cuota de reparto le tocaría el 20.4%. En contra de lo que podría imaginarse a tenor de la tradicional inestabilidad política italiana, la compra de deuda italiana fue del 9.2% del total de la deuda, lejos de su clave de reparto del 17%. En resumen, la deuda italiana está resultando ser mucho más resistente que la francesa o la española, que se convierten en los países más vulnerables de la zona euro, aunque el volumen de deuda sobre el PIB de la economía italiana se sitúe notablemente por encima de la francesa y la española.
La francesa es una de las economías que más ayuda precisará de Europa, pero también ofrece una fortaleza y robustez mucho mayor que la española, sin olvidar que su actividad económica está muy integrada con la alemana y con la del conjunto de Europa, mientras que la española aparece como mucho más periférica.
Italia también goza de una economía mucho más integrada en Europa que la nuestra y un tejido industrial mucho más fuerte. Aunque la estacionalidad derivada del turismo también afecte a este país, su impacto negativo en el PIB será menor que en nuestro caso, tanto por el menor peso del turismo en el PIB nacional –13% en Italia por un 16% en España– como por las mayores relaciones comerciales de Italia con el núcleo económico europeo. En este contexto, el planteamiento de movilizar un frente común de los países del sur frente a la restrictiva posición de los frugales no parece tan plausible.
Mañana y pasado se celebra una reunión del Consejo Europeo que será clave para el futuro de Europa y su economía. Especialmente atenta estará España, conocedora del elevado riesgo que presenta y de la elevada vulnerabilidad de su economía. Nadie se preguntó hace unos meses cómo era posible que una de las economías que más crecía de la UE fuese, a la vez, una de las que presentaba una de las mayores tasas de paro; hoy sufrimos las consecuencias.
No debemos olvidar que Europa es ante todo un proyecto político, con implicaciones económicas, por supuesto, pero no en exclusiva. No es una hucha de la que sacar dinero en momentos de recesión, apelando a una solidaridad más que interesada, desoyendo a la vez las responsabilidades derivadas. Europa avanza. Se ha propuesto un fondo de reconstrucción que implica una mutualización de la deuda, a la que hará frente la propia Comisión Europea buscando recursos en los mercados, y por la que exigirá responsabilidad a los estados.
España corre el riesgo de consolidarse como “el enfermo de Europa” si no está a la altura. El fondo de reconstrucción no repartirá dinero para hacer política de partidos, sino para modernizar las estructuras productivas y realizar cambios estructurales que doten de mayor robustez a la economía, especialmente la derivada del mercado de trabajo, y para evitar futuras pandemias, con una perspectiva a medio y largo plazo.
Estos recursos serán escasos y condicionales, con opción de ampliación si se van alcanzando los hitos fijados. En el caso español, jugará un papel clave la capacidad del Gobierno (y de sus socios) para ofrecer políticas alineadas con los objetivos europeos. Ya existen programas en funcionamiento, como el SURE de la Comisión Europea, el MEDE, el Banco Europeo de Inversiones (BEI) o las compras del BCE, a modo de escudo; pero el fondo será la espada, el mecanismo para atacar y poner en marcha la recuperación más que frenar la caída. No habrá más oportunidades para nuestro país. No hay Plan B.
Albert Guivernau es Profesor de Economía de la Universitat Abat Oliba CEU
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