Qué cambiará cuando pase el coronavirus
Aunque depende del coste final, es probable que realidades como el turismo o el trabajo se transformen
Algún día, miraremos atrás y recordaremos la cuarentena como una experiencia formativa. Para algunos será un asunto desgarrador, en el que sus seres queridos murieron y fueron enterrados sin formalidades dignas. La mayoría esperamos evitar la tragedia. Algunos incluso encontrarán fortuna, pasando tiempo con la familia, creando arte o incluso dejando los malos hábitos.
Dependiendo del coste final, tanto humano como económico, es probable que cambien muchos comportamientos. Es demasiado pronto para predecir cuánto perdurará, pero he aquí algunas posibilidades.
¿Hará la pandemia que más gente se quede en casa o se concentre en los viajes nacionales? El turismo cayó tras el 11S y la crisis financiera, pero se recuperó rápidamente. Esto también puede ser temporal. La única certeza es que los cruceros serán los últimos en recuperarse, si es que lo hacen. Aun así, el cambio de hábitos puede afectar a una de las áreas más lucrativas de los viajes. Muchos negocios se han adaptado rápidamente al teletrabajo, incluso antes de que fuera obligatorio. La definición de lo que es esencial se estrechará casi con toda seguridad, reduciendo la necesidad de caros billetes de avión, suites de hotel y coches de alquiler.
Y menos gente tendrá que estar en la oficina cinco días a la semana. ¿Eso beneficiaría a empresas como WeWork, o las dejaría fuera del negocio? Lo segundo parece más probable. ¿Y ahorrar trayectos eleva la productividad? Ciertamente es una oportunidad para los proveedores de suministros para el hogar. Luego está la infraestructura tecnológica. Las acciones de Zoom Video, Citrix y Slack han tenido un rendimiento superior durante la crisis. Y Microsoft ha demostrado su resistencia y ha conservado su corona.
Tal vez la mayor cuestión es el papel del Gobierno. ¿Los países con sistemas de salud universales y amplia cobertura social protegieron mejor a sus ciudadanos? No lo sabremos realmente hasta que la pandemia amaine, pero seguro que fortalecer las redes de seguridad se convertirá en un gran grito de guerra político. La baja por enfermedad remunerada, que EE UU ha instituido solo temporalmente, será muy difícil de quitar. Y es probable que la crisis sea un catalizador más para cuestionar las relaciones laborales de la nueva economía.
El papel de los Gobiernos se ampliará también de otras maneras. La crisis ya ha dado lugar a una aplicación más estricta de las fronteras y a declaraciones de que ciertas industrias son estratégicamente vitales. Las autoridades también tomarán participaciones directas en empresas privadas. Será más difícil ignorar problemas solucionables, como la falta de vivienda. Y los impuestos probablemente tendrán que subir.
La gente esperará que los hospitales tengan una capacidad de reserva mucho mayor. Eso desafiará la idea predominante en EE UU de que la asistencia sanitaria es un privilegio reservado para los que pueden permitírselo. El paso a una cobertura más universal diezmará a intermediarios como las aseguradoras.
¿Demandarán reguladores, políticos y accionistas que las empresas mantengan mayores reservas para acontecimientos exógenos imprevistos? Así como la crisis financiera fue un catalizador para el capital de los bancos, el virus puede reducir el nivel aceptable de deuda de las empresas. Eso despojaría a los inversores activistas de una de sus herramientas favoritas: exigir un mayor apalancamiento. También podría incitar a los Gobiernos a reformar las leyes fiscales que animan a las empresas a pedir préstamos permitiéndoles deducir los pagos de intereses.
Puede cambiar el equilibrio entre coste y fiabilidad de la cadena de suministro. Consumidores y compradores a gran escala, como los Gobiernos, pueden incluso estar dispuestos a pagar una prima por los productos fabricados en su país. Eso se sumaría a las tensiones comerciales.
El efectivo en el balance puede convertirse en el rey, pero la aceptación del dinero digital para la mayoría de las transacciones no hará más que acelerarse, al igual que el cierre de sucursales bancarias.
Si la inversión pasiva no tiene un rendimiento peor que la gestión activa y los hedge funds, habrá una nueva sacudida para las estrategias caras. Habrá excepciones, pero es difícil ver que la tendencia a largo plazo se revierta. El distanciamiento social [sic] puede cambiar la tendencia de la gente y de las empresas a acumularse en los centros urbanos. Del mismo modo, ¿se hará permanente el cambio masivo a las compras online? Amazon y algunas cadenas de distribución han ganado cuota de mercado, lo que puede acelerar la desaparición de las tiendas de toda la vida.
Festivales de música como Coachella y Glastonbury pueden sobrevivir, pero el impacto a largo plazo en los eventos deportivos y conciertos es más difícil de medir, como demuestra la pésima evolución en Bolsa del promotor de conciertos Live Nation o los clubes de fútbol. ¿Veremos más opciones de entretenimiento virtual, para atraer a los que desean evitar las grandes reuniones? En la misma línea, el giro masivo hacia el aprendizaje online debería obligar a replantearse el coste de la educación, especialmente en EE UU, donde es un gasto desorbitado de dudoso valor para la clase media.
Otras convenciones sociales también pueden verse afectadas, como los saludos. ¿Nos tomarán la temperatura cuando vayamos al aeropuerto o a reuniones públicas? Como tras el 11S, probablemente no pasará mucho tiempo antes de que alguien invente un pasaporte sanitario que pruebe la inmunidad a varias enfermedades. Como pasó con el sida, si el Covid-19 cambia la naturaleza de las citas, aplicaciones como Tinder y Match tendrán que reconsiderar sus modelos.
Y finalmente, una nota de escepticismo. En momentos de presión, inversores y periodistas tienden a exagerar. Tras el 11S, el consenso fue que volaría menos gente, o que los bancos ya no concentrarían a toda su plantilla en un solo edificio en un centro financiero. Eso no ocurrió. Al final, el impacto duradero de la pandemia podría ser que la gente se ponga mascarillas y utilice más desinfectante para las manos, como hicieron los hongkoneses tras el SARS.