Compromisos y ambigüedades frente a una coyuntura inédita
Una vez más, la ausencia de un auténtico federalismo fiscal y presupuestario en la UE hace emerger su incapacidad para actuar con eficacia y celeridad
Es más que probable que esta crisis sanitaria acelere algunos cambios estructurales en el contexto de la globalización. En primer lugar, muchas empresas repensarán la relocalización de sus procesos de producción, habida cuenta de los nuevos riesgos. Y, además, estas posibles estrategias se atendrán a un factor de creciente protagonismo: el incremento del riesgo geopolítico. En todo caso, la variable duración es crucial, ya que –tanto en China como en el resto del mundo– la banca ha de facilitar financiación y algunas entidades tienen cierto grado de debilidad, de ahí el papel de los bancos centrales. Y hasta tal punto esta crisis repentina ha cogido a bastantes países con el pie cambiado que por algunos se han llegado a plantear prioridades en el abordaje clínico, aflorando un problema ético de primera magnitud. El coronavirus, último desafío para la soberbia de las sociedades altamente tecnificadas, ha de llevar a una reflexión colectiva sobre prioridades y alternativas de nuestro modelo de crecimiento.
Henos aquí, pues, ante una crisis con doble cara: de oferta y de demanda. De oferta, ya que el confinamiento ha llevado a la reducción de la producción. Y de demanda, porque en los sectores del transporte, del turismo, del comercio, etc., la bomba se atascó. Así que lo más probable, si las instituciones funcionan razonablemente, lo que no está garantizado al 100%, es que se siga una trayectoria en V, con remontada progresiva a fin de año. Y la globalización será repensada, intentando buscar la optimización de las restricciones que mezclan distancias y costes. A veces nos olvidamos de cómo el precio del transporte se redujo por la invención del contenedor, que ha permitido la automatización de la carga. Ello, unido a la bajada de los derechos de aduana y la práctica desaparición de controles en frontera, facilitó que muchas empresas se organizasen a escala del planeta, deslocalizándose. Las exigencias crecientes de la sociedad respecto al medio ambiente y los escarceos de guerras comerciales ya han provocado dudas respecto a la irreversibilidad del proceso y la crisis actual va a acentuar esa dinámica.
Sea como fuere, habrá que pensar en la política económica del día después, tras un desplome de meses en el consumo. Si la salida es en V, cosa relativamente probable, y eso se produjese en el segundo semestre, la demanda de las familias se reactivaría con cierto vigor, ya que un número relevante habría ahorrado para enfrentar lo peor. Incluso si se sale en U, la dinámica sería semejante, aunque más lenta. El turismo, sin embargo, no se recuperará pronto, mientras que la industria podría remontar con vigor, por la demanda embalsada. Y, en conjunto, empujar un crecimiento a tasas superiores a las esperadas antes de la pandemia. Pero si esta se prolonga, el escenario nos llevaría a una cadena de quiebras que arrastraría el empleo y, por tanto, abocaría a una recesión sin paliativos. La soledad de la política monetaria sería fatal.
La variable crítica no es económica ni financiera, sino sanitaria. Esta calamidad es de duración desconocida y ello alimenta la incertidumbre, una acompañante desagradable de las decisiones económicas. En tal tesitura, la Unión Europea parecía haber vuelto por donde solía, con las diferencias entre países que defienden el compartir riesgos y aquellos que no quieren oír hablar de tal cosa. Podríamos hablar de eurodivergencia. Una vez más, la ausencia de un auténtico federalismo fiscal y presupuestario a escala de la Unión hace emerger su incapacidad para actuar rápido y con contundencia.
Y así nos hemos encontrado otra vez con la polémica de los eurobonos, lastrada por la presunción –sostenida por los llamados del norte– de que la mutualización del riesgo induce un alea moral, es decir, los países del sur –aunque no en un sentido geográfico estricto– pasarían a comportarse de modo menos juicioso con sus déficits que si estuviesen expuestos al riesgo ellos solos. Sin embargo, la amplitud, la profundidad y los rincones oscuros que la pandemia induce en las variables económicas y financieras ha llevado a que las posiciones se aproximasen en el Eurogrupo. Con discusiones demoradas, prudencia de unos, prisas de otros, no poca ideología y un Mario Centeno bien pertrechado de inteligencia y talante negociador, se llegó a un acuerdo de considerable calado: más de 500.000 millones de euros, en tres direcciones: una línea de crédito con 240.000 millones, encaminados a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad, con una condicionalidad relativamente débil, a objetivos de salud; 100.000 millones para gestionar el desempleo parcial y un fondo de garantía permitiendo a la banca europea de inversiones prestar a las empresas, con un límite de 200.000 millones. Se han tenido en cuenta las necesidades de Estados, de los trabajadores y de las unidades productivas, eso sí, con un cierto grado de afectación, pero eso incluso para los sureños es un mal menor.
Sin embargo, sigue en la trastienda un plan para el día después, es decir, cómo empujar la economía hacia una aceptable velocidad de crucero. Y esto resulta imprescindible, concitando hasta el momento una gran asamblea virtual de retornados al keynesianismo. Pero en realidad, como lo ha puesto de relieve el Nobel Tirole, las circunstancias son tan extraordinarias que las medidas también habrán de serlo. La UE no tendrá más remedio que enfrentarse pronto y en serio al tremendo desafío, aunque el cinismo sea, como siempre, un fiel convidado a las madrugadas de Bruselas: “No hay buenos compromisos sin buenas ambigüedades”, ha sentenciado Bruno Le Maire, ministro y parisino de Neully. Efectivamente, los eurobonos, bajo el eufemismo de instrumentos financieros innovadores, siguen en el arsenal potencial de la Unión y aunque no es probable que se diseñen como pretende el sur, se elegirá un camino que salve a Europa y, por lo tanto, también a Holanda. Ortodoxo era De Guindos y ahí anda tras la cofradía del helicóptero lanzabilletes.
Objetivamente, ningún plan nacional de relanzamiento será capaz de enfrentarse con garantías a la amplitud del shock. Por lo tanto, una especie de fondo de recuperación es lo que procede, temporal y selectivo. ¿Qué instrumentos financieros se utilizarán? De momento, una incógnita. Y habrá que poner en marcha ya, entretanto, un ingreso mínimo temporal que amortigüe el shock social, que puede hacerse insoportable si la pandemia tarda en superarse. El BCE, a su vez, tras el resbalón inicial de la señora Legarde, ha de continuar con una política estilo Draghi, para que la liquidez llegue a la población y a los sectores más frágiles.
Luis Caramés Viéitez es Asesor de la presidencia del Consejo de Economistas
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