Repensar el futuro tras la pandemia
La crisis ha puesto sobre la mesa el papel que los Estados y las Administraciones públicas tienen que desempeñar
Quizás hoy sea esta la pregunta y la reflexión que más personas se plantean, a saber: ¿cómo será el futuro inmediato que nos aguarda tras esta pandemia?, ¿nos cambiará, cambiaremos solo un instante hasta volver a nuestras normalidades cotidianas?, ¿cómo veremos mañana el presente y el futuro de nuestros hijos? Sinceramente, es y será una de las grandes incógnitas. Pero algo debe quedar meridianamente claro, económica, jurídica, social y estructuralmente, muchas cosas, demasiadas prioridades cambiarán. Se alterarán costumbres, se priorizarán valores, sentimientos y emociones que permanecían en un vacío de ausencia e inconsciencia, creyendo que en ese limbo siempre los tendríamos. Valorizaremos de nuevo el papel nuclear de la familia, de los amigos, de las profesiones –máxime los que no perderán empleos–, como también dónde y cómo vivir. La borrachera de éxito desenfrenado, de acumulación de poder y gloria, quizá, solo quizá, pasen a un relativo segundo plano. Al menos, será así, de momento. Un momento donde son posibles nuevas cuarentenas hasta que haya una vacuna fiable, segura. Nada es más temoroso que el miedo al propio miedo, el que cambia pautas y conductas, roles y comportamientos condicionándolos de tal modo que es la palanca única que hace moverse al ser humano, y también, al menos, pensar, reflexionar.
La vida ha sufrido un brusco detenimiento. La velocidad de crucero henchida de vanidades y superficialidades en la que estábamos instalados se ha parado. Así, de golpe, como una bofetada que nadie vio ni quiso ver. De repente nuestros derechos y libertades cedieron por un bien de todos que la ley decretó. Y esas libertades nos han hecho reflexionar en el aquí y el ahora de unos riesgos y unas circunstancias que escapaban a nuestro control. De repente nos acordamos de los miles de abuelos y padres y madres en residencias. De que en nuestras vidas de éxitos falaces y efímeros ya no teníamos sitio ni espacios para ellos, salvo tardes de Navidad. De repente supimos que aquella sanidad que encumbrábamos a las élites mundiales solo lo era del coraje y valor de sus personas hasta la entrega total y absoluta de sus propias vidas. Pero no había ni equipos ni medios suficientes ni organización y estructura óptima, había sido esquilmada bajo la soflama de recortes y recortes sin reposición ni modernidad.
Otros prefirieron optar por embarcarse en la lógica farisea de lo público frente a lo privado. Tal vez ese debate deba llegar, incluso el de combinar o no ambas u optar por uno solo de ellos a elección del ciudadano. El uno excluye al otro, lo que despertaría una lucha por la competitividad y la eficiencia de ambas. Si un ciudadano opta por sanidad privada debe pagarla lógicamente, pero también no debe soportar en impuestos y recargos de la seguridad social los costes de esta si no la va a usar.
Ese futuro nos va a traer de inmediato pobreza, desempleo masivo, déficit y un endeudamiento como nunca hasta ahora habíamos visto ni sufrido, incluso superando con mucho el de la crisis financiera anterior. La estanflación está llamando a las puertas de España y de Europa. Ni esta ni aquella imprimirán dinero ni billetes pero sí debe adoptar medidas de reactivación y ayuda multimillonaria mutualizando la deuda de los países para obtener financiación que no ahogue, sino que vitalice y haga aflorar los productos interiores brutos. Deuda privada y deuda pública, sobre todo esta última, romperá todos los marcos y umbrales.
Este futuro deberá hacernos pensar si China y otros países a los que nuestras empresas han corrido para deslocalizarse y ser competitivas en costes debe continuar. La fábrica del mundo no puede estar a miles de kilómetros y nuestras empresas, muchas meramente de ensamblaje, tener stocks mínimos o ninguno. Europa debe producir y hacerlo con energías limpias y sostenibles, pero reactivar su peso industrial que ha ido cediendo. No podemos depender tampoco de los vaivenes caprichosos del precio del petróleo y sus cárteles oficiales ni tampoco de la imposición de costes de materias primas que escapan a nuestro control. Este realineamiento de posiciones supondrá la opción por mayor liderazgo de nuestro entorno, Europa. Frente a las voces apocalípticas y de culpar a Europa de insolidaria, la solución está en más Europa. No en menos ni en claves nacionalistas o soberanistas. Frente al eje Asia-Pacífico, tiene que ser consciente Europa de ser tercera vía, distinta y diferente de los intereses norteamericanos, en clara decadencia y pérdida de liderazgo, y chinos, en ascendencia pero sin valores democráticos ni transparencia como se ha visto en esta crisis. Unos valores que, a la larga, harán en una o dos décadas que social y económicamente convulsione.
Si algo nos ha enseñado esta crisis incipiente es el papel que los Estados y las Administraciones públicas tienen que desempeñar. La admonición papá Estado aflora en momentos de incertidumbre, de destrucción masiva de bienes y empleos, y la red pública es el nervio que sostiene a una sociedad. Las ayudas, las dinámicas públicas, la inversión pública es un eje catalizador de una economía privada que, sin aquella, gripa. Sin ser una solución óptima y menos persistente en el tiempo, eso sería un error, rentas mínimas y de consumo solo proceden desde lo público para mitigar el impacto de la pobreza. Este, el riesgo de exclusión social y pobreza y sus umbrales, es un riesgo invisible para lo privado y siempre se ha negado o no se ha querido ver por los Gobiernos, incluida la pobreza infantil. Más inversión, más sostenibilidad pública en muchos campos en los que no es suficiente ni alcanza lo privado. No se trata solo de competir, sino de edificar bases y que el Estado no recule.
El Covid-19 ha llegado para cambiarnos al margen de para permanecer entre nosotros. Y lo está ya haciendo en la convivencia, en el distanciamiento, en el trabajo y las profesiones que sí pueden hacerse igual de eficientemente o mejor incluso virtual y telemáticamente que en trabajos presenciales. Esta pauta y esta óptica va a recibir un impulso de años con la experiencia de estas semanas. No importa el sector siempre que no sea intensivo y exclusivo en mano de obra física y directa. Invirtamos en Europa, gastemos en nuestros países, produzcamos, consumamos en ellos, atraigamos también inversión y sobre todo talento. Esta es la gran asignatura, el talento que llegue, que se genere y sobre todo que se quede. Y eso significa depender menos de otros y sus geoestrategias dominantes de poder e ideología.
Abel Veiga Cobo es Profesor de Derecho en Icade