La nostalgia milenial despierta el videojuego de lujo
Los nacidos entre los ochenta y los noventa llegan a pagar miles de euros por recuperar los títulos de su infancia
Todo empezó hace 12 años. Alexey Pajitnov, el mítico ingeniero informático ruso creador de Tetris, uno de los videojuegos más adictivos de la historia, iba a acudir a Barcelona para mantener varios encuentros con sus seguidores. A una de estas charlas se acercó Luc Fons, un coleccionista de videojuegos catalán que, se rumoreaba, acababa de adquirir por 15.000 euros –11.000 euros a los que se sumaron las comisiones de cuatro intermediarios– una versión proscrita, casi legendaria, del videojuego ruso. Se trataba del Tetris de la Sega Megadrive, que jamás debió haber visto la luz debido a problemas con la licencia y del que apenas hay, que se sepa, media docena de copias circulando por el mundo.
La historia de aquel juego arranca en realidad mucho antes. En 1984, un trabajador enfadado con Sega logró sacar entre seis y ocho copias de un Tetris que se canceló tras meses de desarrollo. Una de ellas fue precisamente la que Fons puso ante los ojos Pajitnov, en aquel 2008, para que estampara su firma, al menos, sobre el manual de instrucciones del juego. “Pajitnov lo firmó de mala gana porque sabía que estaba siendo utilizado para revalorizar un producto. A mí me firmó también una caja de Game Boy, pero la gente que iba con él me hizo prometer que no la revendería. Aún la conservo”, recuerda Pedro Berruezo, que por aquel entonces era redactor jefe de la revista Super Juegos Xtreme y que fue, durante aquel día, la sombra del programador ruso. También aprovechó aquella ocasión para entrevistar a Fons y comprobar de primera mano si era una copia real del juego o si, como muchos decían, era una estafa que el coleccionista había conseguido colar al mismísimo creador del juego original: “Mi impresión es que era auténtico”.
El Tetris de Fons acabó a la venta en eBay por un precio disparatado: un millón de dólares, casi 900.000 euros. Aunque el dinero que obtuvo por su copia se quedó lejos de aquel famoso millón –expertos que conocieron de cerca la operación hablan de que se lo llevó un coleccionista alemán por cerca de 30.000 euros–, el caso alcanzó tal notoriedad que supuso un antes y un después en el sector del coleccionismo de videojuegos en España, que estaba a punto de explotar.
La nostalgia de la primera generación milenial, nacida entre los años ochenta y los noventa, ha inflado durante la última década la burbuja del coleccionismo de videojuegos. “El perfil del coleccionista es el del nacido en los ochenta que ahora tiene trabajo y quiere tener lo que no pudo de niño. Después, nos convertimos en una especie de arqueólogos que andan siempre rebuscando en el pasado el origen del videojuego”, explica Juan Carlos Caballero, organizador de varias ferias de videojuegos retro y uno de los mayores expertos en España.
De unos cuantos títulos a la venta en eBay, relata, se ha pasado al aluvión de Wallapop, donde muchos usuarios especulan con los más codiciados. “Me han llegado a pedir miles de euros por juegos antiguos que valen la mitad. Tengo que ir a mirar ya a tiendas de Francia y Holanda”, se queja Andrés Sánchez, un coleccionista con 1.500 títulos retro y 15 consolas con un valor total, estima, de entre 25.000 y 50.000 euros.
El precio de los videojuegos antiguos, raros y bien conservados se cifra en España, como poco, en varios cientos de euros. Juegos con pocas unidades y precintados de consolas como la NES o Sega Saturn, por ejemplo, pueden rondar los 500 euros.
Las cifras, sin embargo, a menudo se ven alteradas por factores externos. Un Final Fantasy VII de 1997 se puede adquirir hoy por entre 60 y 80 euros, pero el precio puede elevarse hasta los 200 o 300 euros si, como se espera, la llegada de una nueva versión del juego para PS4 despierta el hambre de los coleccionistas. Y donde surja una oportunidad de negocio, allí acudirán los especuladores.
Son valores aún lejanos de los cerca de 90.000 euros que alcanzó en una subasta una versión de prueba de un Super Mario Bros para la NES o los más de 314.000 euros que el pasado mes pagó un coleccionista por la Nintendo PlayStation, una combinación imposible de las dos consolas que convirtieron a los videojuegos en un fenómeno de masas a finales de los noventa, y cuya existencia responde al hecho de que, en principio, Sony y Nintendo, que luego fueron enemigas acérrimas, iban a colaborar para sacar una misma plataforma.
Prototipos, versiones de pruebas y productos sin terminar son una constante en el sector, que responde a una extraña lógica que lo hace particular entre los objetos de lujo: cuanto peor, mejor. Cuanto peor fuera el juego en origen, menos copias vendió, lo que quiere decir que hay menos títulos y, por tanto, es más exclusivo. “Yo jugué aquel Tetris del millón que le firmaron a Fons. Era malísimo, se notaba que lo hicieron deprisa y corriendo antes de cancelarlo”, rememora Berruezo. Sánchez tiene una imagen aún más nítida: “Recuerdo el día exacto en que mi padre me llevó a Toys R Us y vi el Phantom Air Mission. Lo descarté porque me pareció muy malo. Lo sigue siendo, pero hace poco pagué 2.000 euros por él”.