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Crisis coronavirus
Tribuna
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#Yomequedoencasa, ¿y las personas sin hogar?

Es imprescindible que los albergues y soluciones colectivas cuenten con un refuerzo de personal sanitario para responder a las crisis que se van a producir

Juilo Muñoz (EFE)

Las personas sin hogar constituyen el grupo más vulnerable ante el coronavirus. Los estudios demuestran que su salud es mucho peor, tienen una esperanza de vida 30 años inferior a la población, padecen envejecimiento prematuro y, al menos un tercio, sufre enfermedades crónicas. En la calle están expuestos día y noche a toda clase de peligro, ahora uno más: el coronavirus.

El estado de alarma muestra la contradicción que suponen las personas sin hogar en nuestra sociedad: legalmente no pueden estar en la calle, no pueden circular por ella y, sin embargo, no tienen un lugar más seguro a donde ir. Les hemos puesto en una situación imposible.

Miles de personas sin hogar se han quedado sin sus medios ordinarios de supervivencia. Los comedores han cerrado. Además, no hay nadie por la calle a quien pedir. Tampoco hay bares o restaurantes que normalmente les facilitan comida. Están en la calle, pero están más aislados y desprotegidos que nunca.

Los albergues y centros de alta concentración no cuentan con las condiciones para que no haya una alta probabilidad de contagio, mayor que si se está viviendo en la calle o un parque. Miles de personas sin hogar siempre señalan esa, entre otras razones, para rechazar la colectivización residencial. Las estadísticas del INE muestran que dos tercios de las personas sin hogar duermen en albergues, en habitaciones que tienen, de media, cuatro personas. Tan solo el 1 % de las personas sin hogar tiene habitaciones individuales.

La única solución de emergencia para las personas sin hogar que se activa cada año es la campaña de invierno. Cuando las temperaturas descienden excesivamente, se habilitan espacios colectivos para que puedan resguardarse del frío. Arbitrar, sin embargo, esa medida para la crisis del coronavirus, puede resultar contraproducente porque no cumple las condiciones para un mínimo aislamiento.

En su conjunto, el sistema de atención a personas sin hogar es un sistema caro que adolece de falta de racionalidad, eficacia y está demasiado preso de clientelismos. El asistencialismo siempre es la solución más cara. Es uno de los sectores sociales más obsoletos de toda la política social. El nuevo modelo ─basado en una combinación de Housing First, co-housing y centros grupales─ avanza, pero no suficiente y el coronavirus nos ha cogido anclados aún en el viejo modelo.

Los costes públicos y sociales de la crisis de coronavirus entre personas sin hogar pueden agravar mucho la crisis. En España aproximadamente 31.000 personas sufren sinhogarismo y un tercio de ellos sufren enfermedades crónicas. Si carecen del aislamiento, su afluencia a urgencias puede colapsar muchos servicios ya que no hay modo de domiciliar su cuarentena.

Lo adecuado desde el punto de vista de la seguridad, es que las personas sin hogar, que tienen mucho mayor riesgo de contraer el virus que ningún otro ciudadano, es que se les ofrezca un lugar donde puedan permanecer aislados.

Una solución posible consiste en que ocupen aquellas plazas hoteleras ─hoteles, hostales, pensiones, pisos turísticos─ que han quedado vacíos por la suspensión de la actividad turística. En Madrid hay entre doce y quince mil pisos turísticos. En Barcelona el número de habitaciones en esos pisos turísticos supera las cincuenta mil. Se podría arbitrar esta solución, pero es tal la situación de urgencia que es necesario tomar una decisión más radical. Además, esa dispersión de pisos y plazas haría compleja y difícil la atención sanitaria integral que necesitan las personas sin hogar.

La opción más rápida, respetuosa y operativa es movilizar al Ejército para que monte campamentos con tiendas o barracones que hagan posible el aislamiento. Garantizaría la comida y todas las necesidades urgentes durante la cuarentena. El Ejército cuenta con amplios espacios para poder establecer las distancias sociales necesarias y para poder garantizar el orden y seguridad en una movilización de esta escala. Si el Ejército no tuviera material individualizado, una mera llamada a la colaboración de la población lograría todas las donaciones necesarias de tiendas, sacos y colchonetas en pocas horas.

Es imprescindible que los albergues y soluciones colectivas cuenten con un refuerzo de personal sanitario para responder a las crisis que se van a producir.

A grandes males, grandes remedios, y las personas sin hogar sufren el mayor de los males, que se agrava por culpa de la pandemia. ¿Seremos capaces de dar la respuesta más segura, racional, económica y humanitaria a quienes sufren las amenazas del sinhogarismo y el coronavirus a la vez? No solo será lo mejor que podamos hacer por ellos, sino, posiblemente, lo mejor que ha hecho nunca este país por ellos. Se lo debemos. Son sus derechos.

Fernando Vidal, patrono de la Fundación HogarSí, profesor de la Universidad Pontificia Comillas.

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