El valor de nuestra democracia y la necesidad de cuidarla
Tranquiliza comprobar que no solo el Presupuesto, sino también la gobernabilidad resisten más de un año de incertidumbre
Parece que hace años desde que el último presidente fue investido y aunque solo han pasado unas horas desde que lo logró Pedro Sánchez, merece la pena reflexionar sobre lo acontecido en los últimos meses y sus consecuencias. Fue entre mayo y junio de 2018, hace escasos 18 meses, cuando Mariano Rajoy sufrió la primera moción de censura exitosa de la democracia vigente, que desembocó en la sucesión de elecciones y presidencias en funciones finalizadas ayer.
Nadie imaginaba lo que hemos vivido en este año y medio, más aun cuando nunca había ocurrido algo parecido en nuestro país. Pero este tiempo no solo ha servido para confirmar la paciencia de nuestra sociedad, sino que ha demostrado las bondades de un sistema, el de la monarquía parlamentaria española, que es capaz de gestionarse en funciones, en interinidad, o como quiera que llamemos a los últimos gobiernos desde mayo de 2018, sin que suframos consecuencias notables o perjuicios irreparables. No parece que hayamos reparado en el valor de su capacidad de adaptación, aunque sintamos la necesidad de solucionar esta incertidumbre cuanto antes.
Económicamente, hemos vivido hasta hoy con el presupuesto que Cristóbal Montoro diseñó hace más de dos años. Y hasta que se vote y apruebe el nuevo, si es que el nuevo gobierno lo logra, así seguiremos. Pareciera que pudiéramos continuar así, con un presupuesto prorrogado, sin que por ello pasara nada grave, aunque fuera creado para un año y no para tres. Pero esto no es cierto, porque la prórroga de un presupuesto nunca es una buena noticia y siempre acarrea consecuencias. No obstante, tranquiliza comprobar que no solo el presupuesto de la nación, sino también la gobernabilidad del país, resisten más de un año de incertidumbre o de interinidad sin quebrarse.
Hay varios factores que permiten la sostenibilidad de nuestro país y que debemos celebrar. Para empezar, la madurez de nuestra democracia. Hace más de cuarenta años que se instauró y está tan consolidada que la estamos poniendo a prueba en territorios en los que antes no nos atrevíamos, y con éxito. A saber: gobiernos sucesivos en funciones, repeticiones electorales varias, cuestionamientos del comportamiento del jefe del Estado, disputas judiciales con la Unión Europea, convocatorias de referéndums no aprobados, discursos parlamentarios contrarios a la unidad del país y todos aquellos acontecimientos que usted considere oportuno traer a colación de entre los que estamos viviendo, muestran la robustez de una democracia sólida y firme, que resiste embates antes impensables.
Por otro lado, el denostado sistema de transferencias y de anillos de poder que derivan cometidos del Estado central a las autonomías y a los municipios, permite seguir ejecutando decisiones domésticas y no tan domésticas sin que se requiera un presidente del Gobierno investido. Este triple arco de funciones impide la parálisis de la actividad y facilita que nuestro día a día no sufra innecesariamente la incertidumbre que nos rodea.
Por último, la existencia de una constitución desde 1978 que contempla muchos, si no todos los escenarios posibles y que, a pesar de las críticas, ha vuelto a demostrar su magistral diseño y que no valoramos lo suficiente su capacidad de hacer frente a acontecimientos no previstos. Pocas cosas, o quizá ninguna, perdura más de cuarenta años con la única disyuntiva de la necesidad o no de una reforma parcial. Pensemos que es la carta magna que rige los designios de un país, no un software o un sistema operativo que apenas dura dos años, y entenderemos lo extraordinario de este documento y lo poco que se lo agradecemos a sus padres tras cuatro décadas de vigencia. Probablemente se convierta en una de esas cosas de incalculable valor que solo se aprecian justamente cuando se pierden.
En resumen, que hemos vuelto a testar las virtudes de nuestra democracia. A pesar de lo acontecido y una vez solucionada la variable de la investidura, debemos templar los ánimos, valorar las bondades de nuestro sistema, cuidarlo, bajar el tono de algunas llamadas a alternativas no contempladas en la constitución y empezar a navegar una legislatura extraña, nueva en sus acuerdos atípicos, urgida de negociaciones y de nuevas soluciones a problemas no previstos o de desconocidas soluciones a día de hoy. Desterremos de nuestro lenguaje aquellas expresiones que nos confunden, como golpismo, ilegitimidad democrática, opresión o levantamiento, y volvamos a utilizar palabras democráticas y constructivas.
Paremos la escalada de tensión, tomemos aire, pensemos en la capacidad de construir que hemos demostrado y no nos dejemos llevar por un tremendismo innecesario. Somos un país magnífico, en el que la esperanza media de vida es solo disputada por Japón, donde los índices de bienestar son la envidia del resto del mundo y donde la mejora del nivel de vida desde 1978 es indiscutible. Tenemos mucho por camino que recorrer, con un paro insoportable y la necesidad de mejoras sociales, pero también mucho de lo que disfrutar. Superemos este nuevo periodo, aprendamos de la experiencia y sigamos trabajando para mejorar la vida de todos nosotros. Valoremos lo que tenemos y no perdamos lo mucho y bueno que hemos logrado juntos.
Fernando Tomé es Vicerrector de estudiantes y empleabilidad