La teoría económica del rebote, la innovación financiera y el achatarramiento
La encrucijada actual no trata de si estamos ante una fase alcista coyuntural, sino ante un nuevo ciclo estructural
Los recientes datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística señalan que el PIB en España creció en el tercer trimestre un 1,9% en tasa anual, una décima menos que el trimestre anterior. La evolución muestra una desaceleración desde el último trimestre de 2015 (4,2%). Y este fue un máximo de crecimiento desde los mínimos registrados a mediados del 2009 (-4,4%) y finales del 2012 (-3,1%).
El perfil de la evolución del PIB del área euro muestra una trayectoria similar de desaceleración. Pero, con mínimas diferencias, los organismos internacionales esperan una recuperación a partir de 2020-2021.
Las predicciones realizadas por el Banco Central Europeo en diciembre señalan un descenso esperado de la tasa del PIB del área euro desde el 1,2% del 2019 al 1,1% en el 2020, para luego remontar al 1,4% en 2021 y 2022. La OCDE coincide con las predicciones del BCE para 2019 y 2020, pero espera algo menos en 2021 (1,2%). Y el FMI también coincide con la tasa del 2019, pero espera que ya en el 2020 se reactive el crecimiento del área euro al 1,4%. Con ello, parece que la economía europea, y la española, dibujan un ciclo económico, con un máximo en 2015 y un mínimo en 2020.
Varios economistas han formulado teorías para explicar los ciclos económicos. El austriaco Ludwig Von Mises señalaba que la magnitud de los desequilibrios acumulados en etapas de auge se correspondía con la magnitud de las recesiones subsiguientes. Así, se podría considerar que la gran recesión de 2008-2009 fue reflejo de la burbuja de precios inmobiliarios y financieros de 2004-2007.
En otro lado se encuentra Milton Friedman, quien formuló la teoría del rebote del ciclo económico, según la cual las recuperaciones son consecuencia inevitable de las recesiones, y cuanto más profundas son estas, más crecimiento de rebote se puede esperar posteriormente. Friedman también sostiene que se podría gestionar el crecimiento de una forma duradera, ya que los periodos de boom no tienen por qué llevar a una posterior recesión.
Con independencia de que la explicación ofrecida por Friedman parezca simplista, al comparar las recesiones con una cuerda de guitarra pulsada hacia abajo que rebota al soltarla, la idea de poder conseguir periodos largos de crecimiento, minimizando los ciclos, resulta atractiva para los políticos. No obstante, la gestión es difícil, especialmente en Europa, donde la política monetaria es única, pero la fiscal es nacional.
Tras la gran recesión de 2008, la Unión Europea solo logra recuperar el nivel previo de PIB real a mediados de 2015 (el rebote). Desde esa fecha, el PIB crece a tasas de alrededor del 2% hasta cerca del 3% en 2017, para después languidecer hasta cerca del 1% actual. Y ello a pesar de que la política monetaria ha sido muy expansiva, especialmente desde 2014. Por esa razón, cabe preguntarse por los factores que contribuirán a la reactivación de la economía a partir de ahora.
La capacidad de estímulo de la política monetaria parece estar agotada y la de la política fiscal se ve limitada por el peso del déficit y deuda públicos sobre el PIB en algunos países. Se supone que la demanda externa puede dejar de estar deprimida por incertidumbres políticas y comerciales, pero parece que ese clima seguirá pesando sobre la demanda de inversión, también afectada por la reducción de los márgenes de beneficios. Se puede señalar que la inversión en bienes de capital aún no ha recuperado el nivel previo a la crisis de 2008. Esto implica que el crecimiento económico se ha apoyado en el empleo, favorecido por los menores salarios, y en sectores de baja productividad.
La situación de la productividad es débil, se ve que los datos posteriores a la gran recesión son peores que los anteriores. Según la OCDE, desde 2010 el crecimiento anual de la productividad del trabajo se sitúa en un 0,9%, la mitad que lo registrado antes de la gran recesión. El descenso es generalizado en todos los sectores, pero especialmente en manufacturas.
El declive de la productividad puede explicarse por causas coyunturales o estructurales. El compendio de los indicadores de productividad de la OCDE, publicado en 2019, señala que la tendencia descendiente existía anteriormente a la crisis, especialmente desde los años 1990, revirtiendo el crecimiento previo atribuido a la revolución de las tecnologías de información y comunicación (TIC) de los años 1980. La falta en inversión en capital y en aplicación de innovaciones tecnológicas explican esa tendencia.
El economista Joseph Schumpeter señaló que la aglomeración de innovaciones generaba revoluciones tecnológicas que, a su vez, contribuían a configurar los sectores industriales. Los descubrimientos de innovaciones empujan la necesidad de acometer inversiones en capital, que redundan en una mayor productividad y crecimiento sostenido. Schumpeter así contribuyó a explicar los ciclos económicos de largo plazo o las revoluciones industriales.
La encrucijada actual no es si estamos ante una fase alcista coyuntural sino ante un nuevo ciclo estructural.
Las TIC dieron lugar a una tercera revolución industrial a partir de los años 1980, pero ahora todas las innovaciones en temas como big data, computo en la nube, internet de las cosas, manufactura aditiva o inteligencia artificial están empujando a una cuarta revolución industrial, o industria 4.0, como la denominó Klaus Schwab en el Foro Económico Mundial en 2016.
La necesidad de abordar esta revolución tecnológica es innegable y debe hacerse con independencia de las incertidumbres políticas y económicas. Si quieren sobrevivir, las empresas deben realizar su transformación digital, lo que mejorará la productividad y dará un nuevo impulso al crecimiento.
El cambio derivado de la revolución digital afectará a los modelos de negocio, a la estructura industrial y a la naturaleza del empleo. Es el proceso de destrucción creativa o achatarramiento de Schumpeter. Y es un proceso inevitable.
Nieves Garcia Santos es Economista y exdirectora de inversores de la CNMV