Estocolmo: preocupación práctica por la pobreza
El enfoque de los economistas premiados con el Nobel pasa por primar lo pequeño y lo concreto
Acaban de conocerse quienes se han hecho acreedores del Premio del Banco de Suecia en ciencias económicas, la francesa Esther Duflo y los americanos Abhijit Banerjee y Michel Kremer, por sus trabajos sobre la reducción de la pobreza en el mundo. La economista es profesora en el MIT, al igual que Banerjee, mientras que su colega lo es en Harvard. Por segunda vez en la historia de estos galardones, es premiada una mujer, a sus 46 años, quien ya había recibido la medalla John Bates Clark en 2010, entregada por la Asociación Americana de Economía, por haber contribuido de forma relevante al pensamiento económico y tener menos de 40 años. Posteriormente había de ser llamada por Obama para formar parte del comité para el desarrollo mundial. Toda una carrera exitosa y en plena madurez.
Banerjee, oriundo de India y casado con Duflo, es consejero de numerosas instituciones, entre las que se encuentran el Banco mundial y el gobierno de Delhi, además de un reputado académico. A su vez, Kremer, quizá el que más peso muestra en las referencias biográficas anteriores al premio, “ha hecho aportaciones en las que utiliza la teoría económica y las técnicas empíricas, aplicándolas a cruciales cuestiones estratégicas de la economía del desarrollo”, en opinión de Amartya Sen, creando una especie de economía del “micro-desenvolvimiento”, sin olvidar sus trabajos en torno a los mecanismos económicos de la transición demográfica.
En mi opinión, el premio se ha inclinado por expertos con rostro humano, en el sentido de que combinan el rigor técnico con el compromiso social, en aras de la mejora de las condiciones de vida. Recuerdo haber leído hace años un trabajo de Duflo y Banerjee, esclarecedor de sus más que bien orientados criterios investigadores. En efecto, abordaban, y lo siguen haciendo, su campo de pesquisa desde una perspectiva experimental, con lo que el área de economía del desarrollo ha ido ganando un estatus más científico y menos opinático, como ya había ido ocurriendo con la economía del trabajo, de la educación y de la salud.
El problema más peliagudo se centra en las cadenas de causalidad, que son múltiples y complejas. En tal sentido, referían un ejemplo extraído de estudios sobre políticas educativas en países pobres, en los que las hipótesis se ligaban a los supuestos efectos positivos en el acceso a manuales por parte de los alumnos y en la reducción de estudiantes por aula. Lo comprobado, sin embargo, había sido que un tratamiento contra las lombrices, de muy bajo coste, reducía el absentismo escolar de forma muy relevante, mejorándose los resultados. Concluían, pues, que la intuición e incluso la teoría, pueden ser una muy mala guía para elegir entre programas concurrentes, aunque persigan los mismos objetivos.
Valga esta referencia anecdótica para reivindicar que también en la economía del desenvolvimiento, tan proclive a prejuicios pseudocientíficos, se impone la seriedad metodológica y los premios de este año lo reivindican muy explícitamente. La observación de la pobreza en los países subdesarrollados, en especial en India y países africanos, ha llevado a Esther Duflo, por fijarnos en los hallazgos de esta mujer optimista, que piensa siempre que mañana será mejor que hoy y que la redistribución puede ser positiva si se hace bien, a sostener que nuestra visión de la pobreza está dominada por caricaturas y clichés: el pobre perezoso, el pobre emprendedor, el pobre muerto de hambre.
“Si se quieren comprender los problemas ligados a la pobreza, hace falta superar las caricaturas y entender por qué el hecho mismo de ser pobre cambia algunas cosas en los comportamientos”, ha dicho. Por eso uno de sus mensajes, al igual que dicen sus colegas premiados, es que hay que repensar la pobreza en toda su complejidad, sin dejarse arrastrar por la ideología. Estudio de casos, sobre el terreno, con teoría, pero –y sobre todo– con intuición y realismo.
Todos conocemos a expertos que tienen la costumbre de decidir por los pobres, lo que es bueno y lo que no lo es para ellos, sin tomarse la molestia de consultarles. El enfoque de los premiados pasa por hacer lo contrario, primando lo concreto, que una vez identificado, puede ser probablemente solucionado. Magra conclusión para algunos, pero pragmatismo no contradictorio con la economía en serio, que permite aplicar políticas que mejoren el bienestar de los menesterosos. No faltará quienes les acusen de simplismo, pero han demostrado que se puede avanzar, sin quedarse encerrados en cajas repletas de abstracción tan elegante como vacía. Y utilizando datos y experimentación contrastada.
Lo dice el comité de los premios: “fragmentar el problema en cuestiones más pequeñas, más fáciles de tratar, como por ejemplo, cuáles son los métodos más eficaces para mejorar los resultados escolares o la salud de los niños”. La aparente modestia de esta aproximación no resta un ápice al nivel de sus investigaciones. Y, por cierto, también hay que citar que Esther Duflo ganó el premio Princesa de Asturias en el 2015, recibiendo el BBVA Fronteras del Conocimiento en el 2008, dejando patente el buen olfato de ambos jurados, ante unos méritos que han ido creciendo hasta recibir ahora el llamado Nobel de Economía. Estocolmo se ha vuelto más humano.
Luis Caramés Viéitez es economista y asesor de la Presidencia del Consejo General de Economistas